«Putin busca una salida airosa para que su régimen no colapse. Quiere paz por territorios»

ASTURIAS

El historiador Xosé Núñez Seixas, autor del libro «Volver a Stalingrado»
El historiador Xosé Núñez Seixas, autor del libro «Volver a Stalingrado» FOTO: IRENE NÚÑEZ FESEFELDT

El catedrático Xosé Manoel Núñez Seixas analiza la situación actual partiendo de las raíces históricas de la Unión Soviética y de la imagen de una gran Rusia que quiere explotar el Kremlin

02 oct 2022 . Actualizado a las 10:00 h.

Xosé Manoel Núñez Seixas (Ourense, 1966) es un gallego muy vinculado a Asturias y con tempranos recuerdos: pasó su infancia y parte de su juventud en Tineo, ya que su padre había sido destinado a la central térmica de Soto de la Barca. Destacado historiador, premio nacional de Ensayo y catedrático en la Universidad de Santiago de Compostela, Núñez ha publicado recientemente Volver a Stalingrado. El frente del este en la memoria europea, 1941-2021 (Galaxia Gutenberg). En él reconstruye memoria y mito de la épica de la Segunda Guerra Mundial (La Gran Guerra Patriótica para los soviéticos), un tema que ya venía gestando desde hace tiempo, pero con el que ha aterrizado plenamente en la actualidad de la invasión de Ucrania.

-No todo el mundo sabe que el discurso oficial soviético evitó la denominación de Segunda Guerra Mundial, y que eso permanece en la actualidad.

-En efecto, ellos la llaman la Gran Guerra Patriótica y sitúan su cronología oficial entre 1941, con la invasión de la URSS por parte de Hitler, y 1945, lo que consideran su guerra contra el fascismo. Sí incluye el enfrentamiento a Japón en el este, pero omite, claro está, su propia invasión de Finlandia y Polonia y la anexión de los países bálticos. Precisamente, uno de los motivos de fricción entre Rusia y Ucrania es que ésta dejó de hablar de Guerra Patriótica y adoptó la denominación de Guerra Mundial.

-¿Qué ha querido analizar en el libro, partiendo de Stalingrado?

-Intento enfatizar que es una memoria de Europa, desde un evento, la guerra, con escenarios de batalla míticos como Stalingrado, Leningrado o Moscú, pero que tuvo dimensión europea, porque en ese frente lucharon (además de alemanes y soviéticos) soldados de muchas nacionalidades: decenas de miles de húngaros, rumanos, finlandeses, italianos, españoles y muchos voluntarios de otras nacionalidades.

-En realidad, ¿no fue la participación española testimonial?

-La División Azul es una de las unidades que más literatura generó, primero porque sobrevivieron muchos, ya que a menudo estuvieron en labores defensivas, y también porque una parte significativa eran universitarios. Dedico un capítulo a España e Italia, con ciertos paralelismos. Ambos cultivan la imagen de los mediterráneos simpáticos, que se portaron bien con los ocupados, que fueron víctimas por partida doble, tanto de soviéticos como de alemanes, que los despreciaban… hay un discurso que se construye en Italia al terminar el conflicto: “fue la guerra de Mussolini, no la nuestra”. Lo cierto es que sufrieron un gran desastre que fue la retirada del Don, donde se sacrificaron miles de soldados.

Libro de Xosé M. Núñez Seixas «Volver a Stalingrado»
Libro de Xosé M. Núñez Seixas «Volver a Stalingrado»

-La narrativa soviética se apoya en que la URSS sacrificó más vidas que cualquier otro país en la guerra, pero muchos historiadores afirman que a Stalin le importaba poco la muerte de millones de sus propios hombres.

-Poco, no. No le importaba nada. El desprecio por la vida en el ejército rojo era increíble. Todavía es motivo de debate, que se abrió desde la Perestroika, cuántos millones de vidas se podrían haber salvado si las acciones de Stalin y sus generales hubieran sido otras. Él tomó decisiones que supusieron la muerte de cientos de miles de personas; también murieron en los batallones de castigo o bajos las ametralladoras del NKVD. Otros muchos perecieron por maltrato y desnutrición como prisioneros de los alemanes tras las derrotas iniciales, y en los gulags soviéticos, tratados como traidores. Y eso sin contar con la decisión de no evacuar a los civiles rusos de las ciudades asediadas. Fue por orgullo. 

-¿Usa Putin ese discurso de la Gran Guerra Patriótica porque sigue en el imaginario de los rusos actualmente?

-Sí. El hecho es que de lo que se sienten más orgullosos los rusos es de la victoria de 1945 -no de la guerra y sus sufrimientos-. Aunque nadie quiere una vuelta al estalinismo, Stalin es valorado como el hombre que convirtió la URSS en una gran potencia. Es un momento de unidad mucho más importante que la revolución de octubre, que se sigue viendo con cierta reticencia incluso hoy en día. El discurso vindicativo de Putin bebe de esas mismas fuentes ¿Qué lo diferencia respecto a la época de Stalin? Se omite el socialismo, se omite la figura de Stalin mismo. Por otra parte, muchos ciudadanos rusos añoran la época de Breznev, en términos materiales la mejor de la URSS, más o menos entre 1964 y 1984, cuando se hace hincapié en la política conmemorativa del estado soviético. Todos los grandes monumentos a la victoria son de esa época.

-Aún está muy presente la Guerra Patriótica hoy.

-A pesar de salir vencedora la URSS y de añadir países a su área de influencia, tenga en cuenta que casi todas las familias rusas tienen familiares muertos en su historia. Es asombroso ver los datos demográficos. De los hombres nacidos en la URSS en 1920-21, murieron más de la mitad. Hay determinados rangos de edad que fueron realmente devastados. Y luego están las secuelas, las mutilaciones, por ejemplo: a los mutilados no los dejaban participar en los desfiles para no dar mala imagen.

-Tampoco se habla mucho del holocausto.

-No, hay una singularidad en esto. La retaguardia nazi fue el marco para el holocausto. Pero la URSS no reconocía la especificidad antisemita del nazismo. El mismo Stalin era antisemita, mientras que los enemigos de los bolcheviques -que en realidad no discriminaban a los judíos-, decían que el comunismo era una conspiración judía, ya que había bastantes dirigentes de origen judío en sus inicios. Aunque los soviéticos no perpetran el holocausto, sí hay desconfianza y represión contra los judíos. Se marginó a muchos como los grandes periodistas Vassili Grossman o Iliá Ehrenburg.

-¿Qué paralelismo hay entre ese imaginario y la política de Putin?

-Putin quiere reconstruir el ámbito de influencia, no ya de la URSS, sino de la Rusia Imperial. Quiere hacer grande a Rusia otra vez, pero en una línea anterior a la Unión Soviética. Desde 2014, cuando invadió Crimea, el Kremlin realiza un uso descarado de la Guerra Patriótica y presenta la actitud de Occidente como una suerte de nueva agresión. Para él, Ucrania no sería sino una región de Rusia, un país que nunca existió.

-Pero no le han salido las cosas como pensaba.

-No, él se equivocó en sus planteamientos. Cuando invadió, pensaba que parte de los rusófonos iban a apoyarle y que el régimen de Kiev se hundiría rápidamente. También contaba con algunas complicidades occidentales y sabía que habría protestas, pero estaba convencido de que obligarían a Zelenski (el presidente ucraniano) a negociar. Ahora busca una salida airosa, porque si no, su régimen colapsaría. Quiere paz por territorios.

-Lo cierto es que, en 2014, Occidente no hizo casa nada. ¿Qué tiene de diferente Crimea?

-Crimea fue una salida por mar del Imperio Ruso. Odessa constituía tradicionalmente la puerta defensiva imperial en el siglo XVIII e incluso antes. Su población, los tártaros de Crimea, emparentados con los turcos, eran musulmanes y tenían su propia lengua. Durante la guerra, una parte colabora con los invasores alemanes y después Stalin los deporta. Solo volvieron algunos, pero sus casas habían sido entregadas a colonos rusos. De hecho, Crimea era rusa hasta que Kruschev se la adjudica a Ucrania. En los referendos de 1991, en Crimea solo, y digo este solo entre comillas, un 55% fue favorable a la independencia, un porcentaje mucho menor que en otras regiones.

-¿Qué es lo que fascina de Putin a la ultraderecha europea, y a una parte de la extrema izquierda?

-Es muy curioso que coincidan en esto. Para la ultraderecha, se trata de un ejemplo más de democracia iliberal, del autoritarismo posmoderno. Una democracia de fachada, con control de la libertad de expresión, donde el ejecutivo controla al legislativo y al judicial. Es lo que a los políticos de extrema derecha les gustaría para sus países, incluyendo Vox en España. Y encarna la idea de un líder fuerte, por eso él sostiene una imagen ambigua de Stalin. También se sitúa en posiciones duras en la guerra cultural, es tremendamente homófobo. Tras la invasión, sin embargo, esos partidos se han querido distanciar en alguna medida de Putin.

Y en el ámbito de algunas izquierdas, lo admiran porque se opone a la OTAN: “si se opone a la OTAN, malo no debe ser”. Es increíble que incluso den por buenos los argumentos del Kremlin, de manera absurda.