El desgarrador testimonio de una madre que denunció a su hijo por malos tratos: «Sé que no me va a perdonar nunca»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

ASTURIAS

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Esta asturiana «siempre intentaba justificar el difícil comportamiento» de su hijo, hasta que empezaron los insultos y las vejaciones. Tiempo después llegaron los golpes y empujones. Ante esta «humillante y dura» situación, se vio obligada a cursar una denuncia para «acojonarle aunque fuese un poco»

18 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Cómo es posible que un menor sea capaz de pegar a sus propios padres? Esta seguramente sea la pregunta que se hagan muchas personas cuando escuchan hablar de la violencia filio parental. Quizás es también la misma cuestión que, en alguna ocasión, se plateó Julia —nombre ficticio para salvaguardar su intimidad y la de su familia— antes de ser madre. Sin embargo, esta asturiana nunca se imaginó que iba a convertirse en la víctima de su retoño. Sí que era consciente de que su hijo ante ciertas situaciones se exacerbaba, no aceptaba tampoco la autoridad de los adultos y además tenía rigidez mental, pero rápidamente le quitaba hierro al asunto. «Siempre intentaba justificar su comportamiento» hasta que empezaron los insultos y las vejaciones, que tiempo después se convirtieron en golpes y empujones. Ante esta «humillante y dura» situación se vio obligada a cursar una denuncia contra su hijo.

«No solo lo hice para protegerme a mí y a mi hija, que lleva viviendo esto desde que tiene ocho años, sino también lo hice por él. El día de mañana seguramente tenga pareja y le toque trabajar con compañeros que no le caigan bien y no se puede comportar así con ellos. Pero claro, no sabía que el precio de denunciar a mi hijo iba a ser tan alto», asegura Julia. Desde que cursó la demanda y se celebró el juicio el pasado mes de octubre, esta asturiana no ha vuelto a saber nada de él. «Perdí el contacto por completo. Ha desaparecido de mi vida, es como si hubiese muerto. Cuando tengo alguna noticia de él, es como si resucitase. Y no te puedes imaginar lo duro que es. Tengo un sentimiento de culpa muy grande, a día de hoy no sé si volvería a hacerlo porque sé que no me va a perdonar nunca», confiesa sin poder aguantarse las lágrimas.

Gabriel —nombre ficticio del hijo de Julia— siempre fue un crío con un comportamiento «muy difícil». Su madre asegura que carecía de empatía y ante cualquier situación debía de tener él la razón porque sino se cogía una perreta, algo que en su casa no se lo consentía. No le gustaba tampoco acatar órdenes, de cumplirlas lo hacía a regañadientes o tarde, mal y nunca. Pero como realmente era un niño muy cariñoso y sacaba muy buenas notas en el colegio, sus progenitores no le daban importancia a su forma de ser. Sabían que «no era normal» que actuase así pero no consideraban que su forma de ser iba a ser un problema.

Las alarmas saltaron en la familia cuando una vez a la salida del colegio, Gabriel se puso a jugar al fútbol con unos amigos y uno de ellos sin querer le dio con el balón. En ese momento «se puso fuera de control». «Su abuela que había sido la que había ido a buscarle ese día no era capaz de controlarlo. Cuando me lo dijo, su padre y yo decidimos llevarle a un psicólogo privado porque no era la primera vez que ocurría una situación similar», cuenta Julia, antes de señalar que la situación se agravó cuando decidió poner fin a su matrimonio.

Fue un divorcio «complicado», de hecho, «a día de hoy mi exmarido y padre de mis hijos no me habla», y eso Gabriel no lo llevó nada bien. «Me decía todo el rato que no lo iba a permitir», asegura Julia, quien ante esta negativa decidió llevar a su hijo a un psicólogo infantil, donde no llegó ni a formular palabra, «ni siquiera dijo "hola"». «El psicólogo me vino a decir que para que lo llevaba a consulta si no iba a hablar. Es más me dijo: "lo que no te gusta de tu hijo o crees que no está bien porque se parece a su padre, de su padre te pudiste separar pero de él uno". Fue una respuesta muy dura porque yo en ningún momento estaba reflejando en él a su padre, sí que veo cosas que son muy parecidos, en cuanto a falta de empatía o de compasión», lamenta.

«Me llamó preocupada mi exsuegra porque mi hijo se había vuelto a su padre, lo tenía tirado en el sofá y le daba puñetazos como si fuera un saco de boxeo»

Al poco de que sus padres se separasen, Gabriel, que por aquel entonces tenía 13 años, se pegó a puñetazos con su primo. «Fue su primer acto de violencia y a mí me preocupó muchísimo porque mi sobrino es muy pacífico y además se criaron juntos», reconoce Julia. Al cabo de unas semanas se enteró que su hijo había pegado también a una tía suya. «Se lo comenté a la pediatra y me derivó a Salud Mental, que básicamente me dijeron de volver en caso de ira», señala. Pensando que su hijo no se iba a comportar así nunca más, recibió una llamada de su exsuegra, con la que llevaba meses sin hablar. «Me llamó preocupada porque mi hijo se había vuelto a su padre, lo tenía tirado en el sofá y le daba puñetazos como si fuera un saco de boxeo. Lo único que yo podía hacer era hablar con él y así hice, pero como nunca reconoce nada», detalla.

La situación fue a peor. Gabriel dejó de estudiar y, por consiguiente, empezó a suspender todos los exámenes. «Es verdad que nunca le gustó estudiar, miraba los apuntes el día antes, pero sacaba siempre muy buenas notas porque es muy listo», asegura su madre, antes de señalar que lo único que le importaba era estar con el móvil o jugar a videojuegos. «Dejó hasta de ir a entrenar y eso que él siempre practicó algún tipo de deporte», apunta. Como además tampoco ayudaba en las tareas domésticas y no cumplía con sus obligaciones, Julia determinó que no iba a tener privilegios.

El teléfono móvil, el detonante de la mayoría de los enfrentamientos

Le restringió el uso del teléfono móvil y ahí empezaron los encontronazos. «Cuando me lo tiene que devolver no lo hace y si consigo quitárselo pues empieza a arrinconarme. Hubo una vez que me estaba meando y se lo dije pero a él le daba igual. Tuve que ceder porque sino me meaba encima, pero a él eso no le importaba porque no tiene compasión. Otra vez, fue al revés. Estaba en el baño y lo que hizo fue no dejarme salir. Tuve que decirle a su hermana que me pasase mi móvil para poder llamar a la Guardia Civil. Cuando me lo dio, él inmediatamente cogió a su hermana por el cuello. En una ocasión tuve que llamar a mi hermana para que viniese a casa porque no me dejaba ni dormir», asegura. Cuando esto ocurrió, la hermana de Julia se puso en contacto con la asociación ANAR. Tras contar toda la situación recomendaron denunciar, pero la asturiana hizo caso omiso al pensar que su retoño iba a cambiar.

«Su único objetivo es conseguir lo que él quiere y no le importa a quién se lleve por delante»

Pero lo cierto es que por cualquier «tontería» Gabriel estalla: «Es como una cerilla que se enciende y de repente te ves inmersa en el incendio de un edificio». En este punto su madre señala que una vez su abuela le había dado dinero. «Para controlar un poco sus gastos», le dijo que lo dejase en la hucha. «En ese momento se puso fuera de sí y empezó a insultarme: "gilipollas", "estás loca", hasta que dije que me iba de casa. Me pidió que lo llevase hasta casa de su abuela pero le dije que no, porque como era tan mala no iba a ser su taxista. Me respondió, súper tirano: "no, me vas a llevar tú" y yo que no», relata.

Gabriel decidió entonces acompañar a su madre hasta el coche porque tenía que coger unas cosas que había dejado en el mismo. Pero, «no cogió nada, se metió en asiento trasero y que no se bajaba». Julia puso en marcha el vehículo, dejándole bien claro que no iba a llevarle hasta casa de su abuela. Cuando vio que se pasaban el desvío y que su progenitora seguía de frente, «empezó a dar puñetazos al sillón y a gritar "para para"». «Me cogió por el brazo y empezó a zarandearme y le pedí que parase porque nos íbamos a estrellar y le daba igual, decía: "ojalá nos matemos los dos". Me cogió del hombro y empezó apretar, sabía que me estaba haciendo daño y no paraba, le daba igual porque su único objetivo es conseguir lo que él quiere y no le importa a quién se lleve por delante», cuenta.

La primera denuncia contra su hijo

Ante esta situación, a Julia no le quedo más remedio que acudir a comisaría para cursar la correspondiente denuncia contra su hijo. «Antes de hacerlo me puse en contacto con su padre porque claro, nos estaba machando a todos y no podíamos permitírselo. Él me dijo que yo vería que lo hiciese». Tras recoger el atestado, los agentes le recomendaron ir al hospital para que le hiciesen el correspondiente parte de lesiones, que finalmente no presentó. «Ir al Hospital de Cabueñes para decir que tu hijo de 16 años te acaba de agredir es muy avergonzante. Al final te está pegando una persona que salió de ti y que criaste, entonces el sentimiento de culpa es de lo peor», confiesa, sin poder aguantarse las lágrimas.

Hasta que se celebró el juicio, Julia siguió conviviendo con Gabriel. Fueron incluso de vacaciones juntos, también con su hija pequeña, y se la pasaron muy bien. «Al no haber obligaciones, no hay ningún tipo de problema». Pero sabía que su hijo cuando volviese a la rutina iba a seguir comportándose igual de mal. Así que decidió mantener la denuncia. «No quería que fuese a un centro de menores, ni mucho menos, solo quería acojonarle un poco para que viese que cuando se hacen las cosas mal, hay consecuencias. Que viese lo que realmente pasa si no cambia de comportamiento», reconoce la asturiana.

Retira la denuncia pensando que su hijo iba a cambiar

El día del juicio, Gabriel se presentó en los juzgados en compañía de su padre. También de un abogado que contrataron. En cambio, Julia iba sola porque creía que con su testimonio «ya era suficiente». El letrado le recomendó antes de que empezara la sesión que retirara la denuncia: «Me dijo que lo más probable era que la fiscalía pidiese ir a un centro de menores, dejando caer que era peor el remedio que enfermedad». Ella sabía que si se retractaba, el día de mañana el juez no la iba a tomar en serio. Aún así, decidió retirar la denuncia. «Como no le iba a dar una segunda oportunidad a mi hijo, si además por la de buenas es muy bueno», reconoce.

Pensaba que Gabriel se iba a arrepentir, pero lejos de hacerlo su comportamiento era cada vez más agresivo. Había crecido, era físicamente mucho mayor que su madre, y al «sentirse respaldado por su padre» consideraba que tenía más poder. «Un día me cogió por los brazos, me zarandeó y me arrinconó en la cocina. Estaba clavándome la meseta contra la espalda y me estaba haciendo mucho daño pero no podía hacer nada porque si lo agredía era la oportunidad perfecta para él zafarse conmigo», relata Julia, quien para liberarse de la situación dio un guantazo a su hijo y al no esperarse el golpe pudo escapar.

Recuerda además cuando una vez le quitó el móvil y este para vengarse le cogió las llaves del coche, antes de irse a casa de su progenitor a quien le tocaba esa semana la custodia. «Sabía que sin ellas no podía ir a trabajar pero no entraba en razón. Mi actual pareja, que se lleva bien con él, cuando lo llevó con su padre intentó convencerlo por el camino pero no hubo manera. Yo estaba segura de que lo iba a conseguir pero no fue así. Cuando me lo dije, inmediatamente me puse en contacte con él y le dije que si no me llevaba las llaves al instituto —centro en el que ella se empleó como profesora— lo volvía a denunciar. No me devolvió la llave hasta la una de la tarde», rememora.

La segunda denuncia

Estos constantes enfrentamientos derivados de los límites impuestos para que el joven «no viviese del cuento» llevaron a Julia al borde del abismo. La asturiana llegó a «aborrecer» volver a su casa cada vez que salía a la calle por el miedo de no saber con qué se iba a encontrar. «Hubo una vez que se encerró dentro y no me dejaba entrar a mi propia casa», asegura. Como además era cada vez más consciente de que tanto ella como su hija eran víctimas de Gabriel, llegó un momento en el ya no podía más. Le dijo a su exmarido que siguiese haciéndose él cargo del menor porque iba a denunciarle.

«Fue muy duro pero sabía que era lo único que podía hacer. Tenía ya 17 años y si lo denunciaba cuando tuviera 18 iban a ser antecedentes penales, y yo eso no lo quería. Además no podía hacer otra cosa porque a todos los sitios a los que iba a pedir ayuda, a su padre, a atención primaria y demás no recibía respuesta alguna. Fui hasta los Servicios Sociales del Ayuntamiento, que nos metieron en un programa por situación de vulnerabilidad, pero él nunca fue a las terapias. Tampoco quiso ir a ningún psicólogo privado, decía que era perder el tiempo y que yo era una cobarde, por eso lo había denunciado en su día», reconoce.

«Lo único que quiero es ayudar a mi hijo, no deshacerme de él»

Desde que cursó la denuncia Julia no ha vuelto a saber nada más de Gabriel. Tan solo sabe que cumplió cinco meses de trabajos socioeducativos pero desconoce si ha cambiado su comportamiento o cómo le está tratando la vida: «No sé si sigue yendo al instituto, si tiene amigos, pareja… es muy duro. Su padre le compró un móvil pero ni siquiera me ha dado su número». «El sentimiento de culpa cuando tomé hace ocho años la decisión de separarme no cesa. Como no tenemos comunicación es muy difícil tomar decisiones, y claro yo soy el poli malo porque su versión es que si no llega a ser por él, nuestro hijo estaría en la calle o en un centro de menores cuando no es así», asegura echa un mar de lágrimas.

Lo que más desea Julia es poder volver a tener contacto con su hijo. «Lo único que quiero es ayudarle, no deshacerme de él. Si se porta así no quiere convivir con él, pero esto es muy humillante porque es mi hijo y no puedo dejar de quererlo. A mi no me cuesta reconocer que mi carácter y el de él son incompatibles, pero quiero que nos enseñen en qué nos estamos equivocando. Cuando eres madre no sabes si lo estás haciendo bien, desde fuera se ven las cosas muy fácil, pero desde dentro no», implora.

«Si mi hijo se comporta así no es porque lo haya visto en casa. Su padre y yo no nos maltratábamos ni física ni verbalmente. Tampoco es por falta de cariño o atención, al contrario»

En este punto, Julia señala que le hace mucho daño que la cuestionen como madre. «Mucha gente no entiende que haya denunciado a mi hijo, pero es que la verdad es que cada vez se dan más casos. Me da mucha rabia cuando se habla de Rocío Carrasco porque me siento tan identificada», asegura antes de señalar por si hubiese alguna duda que Gabriel «sí llevó una hostia a tiempo». «Se la di yo cuando una vez le quité el móvil. Me miró con una cara de rabia que le di una bofetada y otra más», cuenta. Asegura además que si su hijo se comporta así no es porque lo haya visto en casa. «Su padre y yo no nos maltratábamos ni física ni verbalmente». Tampoco es por falta de cariño o atención, «al contrario».

Es por este motivo, que le gustaría que a Gabriel le hiciesen una valoración psiquiátrica para ver qué le pasa realmente por la cabeza. Hasta la fecha nunca se la hicieron. «No quiero que tenga nada, que más quisiera tener un hijo normal, pero trabajo con adolescentes y sé que son impulsivos pero cuando no hay arrepentimiento es muy duro. Es por eso que me gustaría saber porqué se comporta así para poder trabajar en ello», asegura la asturiana, quien se siente «fracasada y perdida».

«Solo espero que algún día todo esto merezca la pena. Si algún día mi hija llega a estar con un maltratador no habrá servido para nada, porque yo no quiero que normalice todo esto. Pero, la verdad que no estoy siendo tan estricta con ella porque me da miedo  perderla», reconoce. Para poder lidiar con esta «dolorosa» situación, Julia recibe tratamiento psiquiátrico porque no es capaz de superar la tristeza. «Tengo el consuelo de que tengo dos hijos y la pequeña no se porta así, así que tan mala madre no soy», admite. Cuenta además con el apoyo de la Asociación Centro Trama que trabaja para mejorar la calidad de vida de los colectivos socialmente desfavorecidos.

Aún con todo, Julia tiene una herida por dentro que no deja de sangrar. Reclama más recursos para que las familias no tengan que llegar a la misma situación que ella, la de denunciar a su hijo para poner fin a los malos tratos. «Necesitas que te ayuden, te orienten y te digan a dónde ir, en definitiva que te abran los ojos, porque tú estos comportamientos no los ves tan graves», manifiesta.