La prevención, la consciencia del problema y el establecimiento de límites claros son claves para hacer frente al uso abusivo de los dispositivos y de internet
13 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.¿Somos adictos al móvil? La respuesta a la pregunta es mucho más controvertida de lo que parece. Basta echar un vistazo a las calles para ver a la gente pendiente cada vez más tiempo de sus dispositivos para pensar que sería lógico decir que sí. Sin embargo, son muchos los expertos que dicen que no se puede hablar propiamente de adicción como sí se hace cuando se trata de sustancias o del juego, ya sea presencial o en línea. De hecho, el mal uso del móvil no está reconocido oficialmente como adicción. ¿Significa esto que no hay que preocuparse por los abusos crecientes que algunas personas, sobre todo menores, están haciendo de los dispositivos? Ni mucho menos. Porque la problemática existe.
Orlando Menéndez, técnico del Área de Prevención del Proyecto Hombre de Asturias, sostiene que en muchos casos el uso del móvil no es problemático. Puede que los adolescentes le dediquen mucho tiempo, más del que desearían sus padres, pero no tiene por qué ser un problema. «El tiempo en sí no es un problema, lo que importa es que por el hecho de que estés con el móvil otros aspectos de tu vida estén afectados», señala.
Por ejemplo, que tengan dificultades académicas por el hecho de que estar con el móvil les reste tiempo de calidad para estudiar. «El truco que hacen muchos de que tienen que estudiar con el móvil porque les tienen que pasar los deberes por whatsapp no cuela; es necesario que estudien sin el móvil».
También es un mal síntoma el aislamiento físico. Que por estar pegados a internet no salgan de casa, no queden con amigos, etcétera. Otro síntoma son los cambios de estado de ánimo. Que los jóvenes se sientan mal anímicamente cuando no están con el móvil, o que les cambie el humor incluso cuando lo tienen. Lo preocupante es que no soporten no estar conectados. Esto significa que hay un problema detrás.
¿Y cómo se lucha contra estos problemas? Lo mejor, obviamente, es evitar en lo posible que aparezcan, y para ello es inevitable poner límites. Y hacerlo desde el nacimiento. Por lo pronto, como apunta el técnico, son muchos los informes que sugieren que no deberíamos poner a los niños delante de pantallas hasta los tres años. A todo tipo de pantallas. Aunque hay que reconocer que es algo difícil de hacer, porque en todas las casas hay televisiones, ordenadores, tablets y teléfonos móviles, al menos no deberíamos utilizar el móvil como canguro. «Hay niños que todavía no saben hablar y ya los ves manejando el móvil», señala.
El problema en este caso es que el aprendizaje en los primeros años es muy activo. Los niños miran el mundo, lo tocan e interactúan con él y de este modo aprenden a percibirlo con cada vez más matices, y esta actividad que viene de dentro es la que los ayuda a desarrollarse. Cuando todo viene de fuera, cuando los estímulos vienen dados y no hay otra cosa que hacer más que ver cómo se sucede una imagen tras otra, el aprendizaje y la capacidad de concentración se resienten.
¿Significa esto que no pueden ver un móvil hasta que hayan pasado la adolescencia? Tampoco. Esto podría ser incluso contraproducente. «No tiene sentido estar a favor o en contra del móvil, porque es una herramienta que está ahí y que hay que saber utilizar, tienen que aprender a manejarla», sostiene el técnico.
Lo importante es no demonizarlo y, sobre todo en la primera infancia, establecer un control sobre el uso. En relación con el abuso del móvil hay factores de riesgo y factores de prevención.
Factores de riesgo
Por una parte, hay factores de riesgo personales, como la baja autoestima, la baja tolerancia a la frustración (que es cada vez más baja, no solo en menores sino también en personas adultas), un manejo ineficaz del estrés y, también, unas circunstancias en las que muchas personas tienen muchas cosas a su alcance que le vienen dadas, que no han luchado para conseguirlas.
Por otra parte, está el uso del tiempo libre. Este factor es importante, ya que propicia que dejemos de hacer cosas interesantes, sobre todo en compañía de otras personas, para dedicar todo el tiempo al móvil o a los videojuegos. La gestión del aburrimiento es, muchas veces, determinante. Si no hay otros intereses o inquietudes y solo sirven los dispositivos, el uso puede convertirse en un problema.
Además, está el entorno familiar del menor. Cómo está la familia de estresada o los estilos educativos familiares son factores importantes. Hay un abanico de estilos que van del que busca la autoridad, el control y que los menores hagan lo que tengan que hacer, al que prima ante todo la afectividad, las emociones y, en general, cómo se sientan los menores. Una pregunta clave es la que plantea esta disyuntiva: ¿Qué es más importante, lo que los menores tienen que hacer o lo que hace que estén bien?
Finalmente, está el grupo de iguales. Los menores interactúan con los móviles, porque es con lo que han crecido. «Cuando vemos a un grupo de jóvenes todos con el móvil no significa que estén aislados, simplemente es otro tipo de relación, que hace que cambien mucho las cosas», explica el técnico. Comprender esto es fundamental para distinguir si se trata de una conducta problemática o, simplemente, un comportamiento prosocial nuevo, algo que las generaciones que crecieron sin móvil no pudieron tener.
Factores de prevención
Para prevenir el abuso del móvil, lo primero que hay que tener en cuenta es que los menores, si se les deja, lo van a usar, en su mayoría, todo el tiempo posible. «No puedes pensar que tengan autocontrol», subraya Orlando Menéndez. Porque, además, no es solo el uso que hagan ellos mismos sino también los peligros de que sean víctimas de algún tipo de acoso, como bullying o grooming (acoso sexual por internet).
Entonces, lo más importante es acompañar. No se puede dejar a los menores que estén solos todo el tiempo con el móvil sin saber lo que están haciendo. «Hay que saber por dónde navegan, que ven, a qué juegan, a qué tipo de creadores de contenido siguen y por qué, qué tipo de aplicaciones usan y por qué; si no lo conocemos, no detectaremos los riesgos», subraya el técnico. Además, acompañándolos, haciendo comentarios sobre aplicaciones y contenidos, contribuimos a que desarrollen su pensamiento crítico, a que reflexionen sobre lo que ven. Porque los jóvenes hoy no se informan por ninguno de los medios tradicionales, y todo lo que les llega es a través de las redes sociales, algo que muchas veces entra sin filtrar y con una credibilidad cuando menos dudosa.
Este acompañamiento está muy relacionado con los contenidos, con aquello a lo que deben prestar atención niños y adolescentes. Y después está el uso en sí del dispositivo, independientemente del tiempo que dediquen a entrar en unos sitios u otros. En este caso, no hay duda de que hay que establecer normas. Sin normas, el uso se descontrola. Las normas pasan, fundamentalmente, por poner límites. Son los padres o tutores quienes deben acotar el tiempo que los menores le dedican al móvil. Si no se les controla el tiempo, van a estar siempre con el móvil. Por ejemplo, en las primeras edades que tienen móvil, lo razonable sería que por semana no tuvieran móvil o lo tuvieran un tiempo muy reducido, y que pudieran hacer uso de él un poco más de tiempo los fines de semana. Lo importante, según el técnico, es dejar claro en qué momentos se puede estar con el móvil y en cuáles no. Un ejemplo es la mesa. Dejar que los menores estén a la mesa trasteando con el móvil no es buena idea. Porque ese es, quizá, uno de los mejores momentos para interactuar con la familia, y también porque añaden algo accesorio al acto de comer, y con esta distracción se pierde el valor que tiene.
En estas normas hay que incluir también la necesidad de compartir los contenidos a los que se accede y todos los pasos que se den cuando se está navegando. Es la única forma de que los menores no se comporten de forma indebida, porque todavía no tienen la madurez suficiente para tomar decisiones de comportamiento sensatas. No obstante, salvo que se trate de contenidos inadecuados a la edad, es importante que el control no se convierta en algo tajante donde los padres rechazan o desprecian sin excepción todo lo que ven sus hijos y, sobre todo, no los escuchan. «No se trata solamente de hablar, de decirles lo que tienen que hacer; también hay que escuchar», defiende Orlando Menéndez.
Y en todo caso, es muy importante darse cuenta de que «una norma se cumple si hacemos nosotros por que se cumpla». Cuando establecemos normas tenemos que dejar claro que su cumplimiento o su incumplimiento van a tener unas consecuencias, y no se pueden hacer excepciones: las consecuencias tienen que llegar. Si pasamos por alto premios o castigos y hacemos excepciones todo el tiempo, lo normal es que la norma acabe por incumplirse.
Por otra parte, los mensajes demasiado catastrofistas no tienen ninguna eficacia. Como explica el técnico, «las tácticas de miedo solo son efectivas si el miedo se puede mantener». Entonces, si le dices a un menor que usar el móvil es malísimo (esto sirve para cualquier otro hábito) y que le va a sentar fatal, y ve que lo usa y no le pasa nada, y que todo el mundo, incluidos sus padres, lo usa y tampoco pasa nada, lo lógico es que no haga caso a la advertencia.
El informe sobre adicciones comportamentales publicado en 2023 por el Ministerio de Sanidad, señalaba, con base en encuestas, que en 2022, un 3,5 de la población, entre 15 y 64 años, realizó un posible uso problemático de internet, lo que supone aproximadamente 1.096.000 personas; y entre la población de entre 14 y 18 años, el porcentaje se situó en un 20,5%, tres puntos menos que el año anterior.
Es significativo, por otra parte, que, según el mismo informe, hubo 4.052 admisiones a tratamiento por adicciones comportamentales, de las que solo el 10,2% fue por uso problemático de internet, un porcentaje que contrasta poderosamente con el de trastorno por juego, que fue del 80,7%.
En cualquier caso, sea una adicción o no, sea objeto de tratamiento o no, se trata de una problemática que no deja de crecer y preocupar a las familias. Por suerte, tiene remedio. Aunque cuanto más se deje al adolescente campar a sus anchas más difícil será evitar que haga un mal uso del teléfono móvil, también es cierto que con la estrategia adecuada y, sobre todo, estableciendo límites claros, es posible reconducir la situación y conseguir que todos tengamos una relación más sana con nuestros dispositivos.