Germán Rodríguez sigue pasando consulta: el famoso pediatra se dedica a sus 79 años a salvar vidas en la selva de Guatemala
ASTURIAS
«Siempre quise ser misionero», asegura. Sin embargo, no fue hasta que se jubiló cuando el prestigioso médico pudo dedicarse a su verdadera vocación. Desde que se dedica a cuidar de los más desfavorecidos, ha atendido a más de un millar de niños guatemaltecos
08 jul 2025 . Actualizado a las 09:31 h.Nada más que empezó a tener uso de razón, Germán Rodríguez comenzó a plantearse preguntas fundamentales sobre la existencia humana y el mundo que nos rodea. Para buscar el sentido de la vida y desarrollar el pensamiento crítico, este vecino de Carabanzo decidió estudiar filosofía. Sin embargo, no llegó a terminar la carrera, ya que antes de licenciarse se dio cuenta de que quería dedicarse profesionalmente a ayudar a los demás y contribuir al bienestar de la sociedad. Fue a los 21 años cuando encontró en la medicina su verdadera vocación y desde entonces sigue volcándose a proteger la salud, ahora de los más vulnerables.
Al finalizar sus estudios universitarios, el lenense comenzó a trabajar como médico residente en el antiguo HUCA. Su objetivo era formarse como cirujano, ya que tenía la firme intención de contribuir a la mejora de la salud pública, reducir la morbilidad y la mortalidad, además de promover el desarrollo sostenible en las comunidades del tercer mundo. Pero, durante su estancia en el que era «uno de los mejores hospitales de España», se cruzó por su camino el ya fallecido Emilio Rodríguez Vigil y su influencia lo llevó a especializarse en pediatría. Desde ese día en adelante, Germán centró su labor en el bienestar integral de «los neninos».
Durante tres décadas ejerció como pediatra en el hospital popularmente conocido como Hospital de Murias y, más tarde, en el Álvarez-Buylla. Pasó además consulta en los centros gijoneses Begoña y Covadonga, hasta que en el 2011 se vio obligado a colgar la bata y el estetoscopio. En el momento que puso fin a su carrera profesional, comenzó a dedicarse a su verdadera vocación: «Siempre había querido ser misionero, por eso estudié medicina, para poder estar allí donde me necesitaran», asegura a sus 79 años. Se puso en contacto con una oenegé para ofrecerles de forma altruista sus servicios pero rechazaron su petición.
«No me quisieron», asegura sin ningún tipo de rencor, ya que aquel revés lo llevó a conocer al fundador de Cultura Indígena Asturias. Pasó por tanto a formar parte de esta asociación que opera en Guatemala. Sin embargo, como la labor de esta entidad está más bien centrada en la educación y él quería brindar ayuda desde el ámbito sanitario, decidió poner en marcha la Fundación Sira. Gracias a la colaboración de compañeros de profesión y a la aportación, en un primer momento de conocidos, empezó a viajar solo a la selva del Quiché para atender así a una población con una gran falta de atención médica. Ahora lo hace en compañía de estudiantes de medicina de la Universidad de Oviedo.
«Intento ayudar al mayor número de personas posible, porque los recursos con los que contamos son muy limitados», asegura. En este sentido, comenta que la situación en esta región guatemalteca es «muy preocupante», ya que es la zona «más castigada, más pobre y más abandonada». Es cierto que es «un paraíso terrenal»: «basta con que una de las dos cosechas anuales salga bien para que nadie muera de hambre, y además disponen de una gran variedad de frutas tropicales». Sin embargo, la corrupción dificulta el desarrollo económico y perpetúa la desigualdad, lo que contribuye a mantener elevados niveles de pobreza.
Esto se refleja en el «pésimo» estado de las carreteras y los transportes, lo que supone un serio riesgo para la población guatemalteca. «Son cientos de indígenas los que a diario tienen un accidente mortal», lamenta Germán, quien compara las condiciones de las vías de comunicación en la región con las de su localidad natal hace más de 70 años, como ejemplo de la situación de abandono que aún se vive allí. «Cuando tenía cinco o seis años, la única comunicación que había por carretera era con Pola Lena y estaba mucho mejor que las que tienen hoy en día ellos», asevera.
«Las chozas en las que viven son de barro, no tienen agua caliente, ni electricidad ni nada...», prosigue, antes de reconocer que cuando visita Guatemala es como realizar un viaje en el tiempo. «Es como si viviera mi segunda infancia, porque allí van con un siglo de retraso», manifiesta. Y si hablamos de asistencia médica, esta brilla por su ausencia. «No hay centros de salud y quienes se encargan de atender a los enfermos son auxiliares de enfermería. Apenas tienen material sanitario y mucho menos medicamentos. Sí que cuentan con bastantes fármacos para los parásitos, pero lo que son antibióticos, antiinflamatorios o protectores gástricos, nada de nada», detalla.
Como no tienen cobertura médica en todos los niveles, Germán viaja todos los años a Guatemala para velar por la salud de la población indígena. Al principio, avisaba a los jefes de las tribus sobre su visita para que las comunidades supieran que estaría unas semanas pasando consulta. Ahora, en cambio, como ya lo conocen en la zona por su compromiso y dedicación, las personas acuden directamente a buscar su ayuda. Presta sus servicios en el hospital público, donde se enfoca principalmente en la atención y cuidado de la infancia.
«Si llega algún enfermo adulto, por supuesto que también lo atiendo», dice, y señala que el verano pasado operó a tres padres de familia de una hernia inguinal. «No podían ni estar de pie», apunta sobra el estado en el que se encontraban estos pacientes. Como es de esperar, el coste de cada intervención quirúrgica corrió a su cargo. «En el hospital de Guatemala lo único que tienen gratis es la estancia. Si tienen suerte también pueden acceder a algún medicamento porque el gobierno lo que hace es suministrar cierta cantidad de fármacos y cuando se acaba no repone», cuenta.
Al no poder acceder de manera gratuita a la sanidad, la mayoría de la población indígena no recibe una atención médica adecuada y en consecuencia sus problemas de salud se agravan. Pero, para que no queden abandonados a su suerte, Germán pasa consulta de forma altruista para detectar patologías no atendidas en la comunidad guatemalteca, además de gestionar su tratamiento. Cuenta con una red de asistencia en el principal hospital de la capital, donde deriva a los pacientes y financia el proceso terapéutico. «También nos hacemos cargo de su traslado a la capital y de su manutención, así como de la de un acompañante, porque en la mayoría de los casos son menores», apunta.
Muchas de las patologías que trata son malformaciones de nacimiento derivadas de la carencia de ácido fólico durante el embarazo. «Se trata en muchos casos de falta de extremidades y dificultades locomotoras», explica. Otra de las afecciones más comunes que atiende es el labio leporino. A los niños y niñas que sufren esta abertura o división en el labio superior los deriva a una organización estadounidense que hace campañas sanitarias para operar este problema en la ciudad de Antigua. «Hasta esta localidad trasladamos a los pacientes para lo que tenemos que contratar el transporte y gestionar alojamientos y manutención para ellos y sus familiares», dice.
Durante su estancia en Guatemala, el veterano médico no solo atiende los casos más graves sino que además realiza chequeos de salud a los «neninos». «Voy por ejemplo a las escuelas para valorar sus piezas dentales y de paso les enseño a cepillarse los dientes. Hago también revisiones oculares y cuando compruebo que alguno tiene problemas de misión pues le costeo las gafas», asegura. Así, en estos doce años que se ha dedicado a cuidar de los más desfavorecidos, Germán ha atendido a más de un millar de niños guatemaltecos. Un centenar de ellos fueron sometidos a una operación quirúrgica para combatir una enfermedad «que en nuestro país apenas tiene incidencia».
Parados en este punto, el reconocido pediatra recuerda el caso de Celia, una menor que se encontró en una de sus primeras visitas a la selva del Quiché. «Estábamos yendo al pueblo más alto de Guatemala, desde el que dábamos un salto y pasábamos a México, cuando vi a una niña de diez años que andaba a cuatro patas. Se apoyaba en las manos y las rodillas para desplazarse porque sufría artrogriposis (una enfermedad que se caracteriza por la presencia de múltiples contracturas articulares —rigidez y limitación de movimiento— en el nacimiento). La sometimos a un par de operaciones y ahora hasta baila», cuenta orgulloso.
Pero lo que más le llena de satisfacción es saber que esta joven el día de mañana va a ejercer como médica. «Le estoy costeando sus estudios. Cuando la encontré era analfabeta pero pronto me di cuenta de que era muy lista», dice con el corazón repleto de orgullo y esperanza. Esta es solo una de las muchas vidas que Germán ha conseguido cambiar. El lenense ha contribuido a favorecer el bienestar de la comunidad indígena gracias, en gran medida, a las aportaciones de sus familiares y amigos. «No tenemos ayuda económica de ninguna administración», asegura.
Necesita de la solidaridad de los asturianos
Para financiar el trabajo que desempeña con la Fundación Sira, el médico hace rastrillos solidarios con artesanía guatemalteca y vende lotería de navidad. Cada año consigue reunir aproximadamente 20.000 euros. Aunque parece una gran cantidad de dinero, no es tanto, ya que cuando hablamos de salud, cualquier procedimiento requiere un importante desembolso. Por eso cualquier aportación, por pequeña que esta sea, es bien recibida. Así que Germán anima a todo aquel a contribuir en la medida de sus posibilidades, ya que cuantos más fondos tenga, más vidas podrá mejorar.
Hay dos formas de aportar a la causa. Se puede realizar una donación directamente a la cuenta bancaria que tienen en el Banco Santander o bien microdonaciones mensuales de un euro a través de la plataforma de Teaming. En este enlace se puede acceder a los métodos de donación de la Fundación Sira. Todo el dinero recaudado irá destinado a mejorar las condiciones de los niños y niñas de la selva del Quiché en Guatemala.