Fallece Alejandro Mieres, clave del arte y la cultura asturianos en el siglo XX

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Alejandro Mieres, durante una entrevista concedida al programa «Pieces»
Alejandro Mieres, durante una entrevista concedida al programa «Pieces» TPA

El artista palentino arraigado en Gijón desde 1960 sufrió un ictus a finales de la pasada semana. Con él desaparece una de las grandes referencias de la contemporaneidad en la Asturias del último medio siglo

21 feb 2018 . Actualizado a las 09:09 h.

El pintor Alejandro Mieres (Astudillo, Palencia, 1927) ha fallecido esta tarde en Gijón como consecuencia del ictus que sufrió a finales de la pasada semana. Mieres, que entre otros reconocimientos recibió en 2016 la Medalla de Plata del Principado, ha sido un nombre clave en el arte y la cultura asturianos del siglo XX. Desde su actividad artística, enraizada en las vanguardias tanto como en la sensibilidad hacia la naturaleza y su entorno, y también desde la docencia y la divulgación, Mieres ha contribuido con singular energía y predicamento a la recuperación de la modernidad artística en la Asturias de mediados del siglo pasado. Fue también activo militante socialista y presidió entidades como la Asociación de Artistas Visuales de Asturias, participando en la vida pública y en las instituciones, también con prolongadas aportaciones al funcionamiento de las entidades culturales municipales a través de comisiones artísticas y otros cauces.

En su bien aprovechada vida confluyeron en plenitud y con una potencia inusual algunos de los vectores que definieron el tiempo en el que le tocó vivir: la ruptura y la libertad creativa de las vanguardias; el esfuerzo por romper barreras entre la cultura de élite y la cultura popular; el compromiso político entendido como emancipación y como actitud transversal en todas las facetas de la vida, y la capacidad para participar de forma activa en la transformación del entorno más cercano con ideas que ponen horizonte en lo más lejano. Todo ello se le reconoció explíciramente con la concesión, en 2016, de una Medalla de Plata del Principado que le reconocía «el talento y la fuerza que ha volcado en una obra que dialoga con su experiencia vital, siempre ligada a la creación desde la curiosidad intelectual y el compromiso con la sociedad que inspiran su trayectoria artística» y una « actividad social y cultural claramente reconocible».

Todo ello lo ha convertido en un nombre crucial en puesta en hora con la contemporaneidad de la Asturias de la segunda mitad del siglo XX; desde su trabajo como artista, sobre todo, pero también en su actividad docente como catedrático de Dibujo en el viejo Instituto Jovellanos, en sus escritos y artículos -a menudo incisivos- en prensa, en una militancia como socialista no exenta de distancia crítica o al frente de agrupaciones como la Asociación de Artistas Visuales de Asturias.

Pero aquello que queda de Alejandro Mieres es ante todo su legado artístico: una obra interesada siempre en la actividad manipuladora y transformadora del hombre sobre la naturaleza, su tema por excelencia. Y una obra con vocación de sostenerse por sí misma, de durar. Tras unos inicios marcados por sus tanteos una figuración próxima al expresionismo, el descubrimiento del lenguaje de la abstracción geométrica y de la potencia de la pintura convertida en materia visible y tangible convirtieron su obra pictórica en algo muy cerca, en presencia y solidez, a la escultura, y en escultura directamente en algunos casos.

El paisaje -el de su Tierra de Campos natal y el de su Asturias adoptiva- y aquello que contiene se convirtieron en el principal asunto de obras que son a la vez mapas y territorios monocromos peinados por ritmos paralelos, texturas encrespadas, círculos y rebabas de pintura brillante en las que Mieres incluía a menudo objetos: conchas, esferas de vidrio, semillas, fragmentos de artefactos…Mieres parte del paisaje no para pintarlo, sino para construirlo. Sus densas topografías, campos y territorios son motivo de reflexión sobre la presencia del hombre y la primacía de lo natural, con una sensibilidad a menudo comprometida con el mensaje ecologista. Pero también supo mosrtar una imagen más delicada y sutil de la naturaleza, por ejemplo en sus tintas, una producción de carácter más lírico que afín al haiku japonés.