«En EEUU estamos asistiendo al fin de la compasión»

Guillermo Guiter
Guillermo Guiter REDACCIÓN

CULTURA

Alejandro Portes, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2019
Alejandro Portes, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2019

El sociólogo Alejandro Portes, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2019, hace un repaso sobre la realidad de la inmigración mundial y el impacto que esta puede tener en un futuro no tan lejano

11 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Pausado y reflexivo, Alejandro Portes (Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2019) habla para LVA desde su despacho de la Universidad de Nueva York en Abu Dhabi. El profesor, sociólogo experto en el fenómeno migratorio e hijo de la inmigración cubana asentada en EEUU, achaca el ascenso de Trump a la deslocalización industrial.

-El acta del jurado del premio Princesa de Asturias que usted ha ganado este año menciona el concepto de enclave étnico, definido por usted. ¿Está este concepto vigente hoy en día?

-Creo que sí, está vigente, pero el fenómeno sigue siendo relativamente excepcional. La mayoría de inmigrantes no genera este tipo de formación económica, ocurre más bien entre grupos inmigrantes que tienen experiencia empresarial, que cuentan con suficiente educación y recursos. Consiste en una aglomeración de empresas étnicas en un espacio restringido, en la cual los empresarios se apoyan unos a los otros por una etnicidad e idioma común. A través de esas redes sociales a menudo logran avanzar más que los inmigrantes aislados, que sólo acceden a empleos asalariados. Ejemplos de esto serían el enclave cubano en Miami durante la década de los 60 y 70, el enclave coreano en Los Ángeles, varios chinatowns en San Francisco o Nueva York o el dominicano en Manhattan. No tengo evidencia del mismo fenómeno en España, no lo he estudiado en detalle.

-Precisamente, como usted sabe, España es puerta de entrada de inmigrantes tanto de Latinoamérica como de África. ¿Cree que este fenómeno es coyuntural o ha venido para quedarse?

-El fenómeno de la inmigración a través del Mediterráneo puede que continúe si no se gobierna de alguna forma, debido a las enormes disparidades económicas entre los países de la periferia y los países avanzados y el creciente conocimiento de los países más pobres de las condiciones de vida en Europa. Por tanto, hay un incentivo constante para tratar de mejorar las condiciones de vida personales y familiares a través de la emigración, aunque sea clandestina. No es un fenómeno coyuntural, es parte del mundo en que vivimos, y el problema es cómo regularlo, cómo gobernar esos flujos. Porque no pueden ser incontrolados y, al mismo tiempo, existe un problema de derechos humanos, de no dejar ahogarse a cientos de personas. Ese es el dilema que confronta España. Italia lo quiso resolver en la época de Salvini simplemente cerrando los puertos, pero yo no creo que sea la manera más efectiva de lidiar con ese tipo de presión  que es probable que continúe en los próximos años.

-Así pues, ¿Cuál cree que es la solución para un problema tan complejo, qué se puede hacer desde los poderos públicos?

-Como un preludio a esto, debo decir que España se ha comportado muy serenamente frente a este dilema sin llegar a los extremos de Italia y hasta ahora tolerando la llegada de esta inmigración y sin haber generado importantes movimientos xenófobos. Pero eso tiene sus límites y, si la inmigración continuara, crearía un incentivo directo para el surgimiento de movimientos políticos xenófobos como ha ocurrido en Italia, Francia e Inglaterra. La única forma [de solucionar el problema] es lidiar directamente con los países emisores, a través de acuerdos económicos para frenar la salida desordenada de su población y crear fuentes de empleo. También debería establecerse un programa de visas legales temporales para las áreas donde existe una necesidad de mano de obra, de forma que se cree un canal regulado para la llegada de trabajadores sin tener que cruzar la valla como ocurre en Ceuta o Melilla, o que crucen el Mediterráneo en patera. Creo que no se puede cortar esa tremenda presión demográfica a la fuerza, sino sólo a través de acuerdos y programas legales con esos países.

-Usted habla en su artículo América 2050 sobre cómo los inmigrantes de primera generación se hacen empresarios, como dijo antes, y luego sirven de apoyo a sus hijos, que acceden a la universidad y a la integración real. ¿Cree usted que esta dinámica se produce también en Europa, con la existencia de bolsas de inmigración como los suburbios de París o Bruselas, con sus enormes diferencias culturales, religiosas y de lengua?

-Es posible, pero es difícil frente a los nuevos grupos que están llegando. La historia canónica de la integración de los migrantes consiste en que la primera generación logra trabajos modestos y trabaja duramente para permitir que sus hijos vayan a la escuela, aprendan el idioma y luego poder ascender en la sociedad e integrarse a las clases medias e incluso altas. Es la historia de los emigrantes que llegaron de Europa a EEUU y otros posteriores de América Latina. En el caso europeo se da el hecho de que las inmigraciones laborales de los años 60 dejaron un sedimento como el de los turcos en Alemania o los norteafricanos en Francia que ha sido difícil de absorber, pero con el tiempo la mayoría se ha ido integrando. La crisis que se ha creado con la inmigración desordenada desde África hacia Europa consiste en que no hay una integración en el mercado laboral y los que han llegado vegetan en la periferia de ciudades creando las llamadas junglas. No se ve posibilidades de integración, precisamente por su llegada caótica, que a la vez repele a la población nacional y crea un tremendo problema. Esa no es una inmigración normal y por tanto habría que tomar medidas, ya sea para prevenirla o devolver a los indocumentados, o buscar formas de integrarlos en el mercado laboral lo más pronto posible.

-Europa 2050. ¿Todos seremos sociológicamente blancos?

-Sería una utopía pensar que las culturas cambiarán tanto como para suprimir la importancia de los orígenes culturales, religiosos y del color de la piel. Eso no ha pasado en ninguna parte, aunque sí se ha logrado integrar a parte de la inmigración, como la negra o la mexicana en EEUU, a la sociedad en general. Pero es importante recordar que, al mismo tiempo que la inmigración genera este tipo de problemas de integración en las sociedades receptoras, al mismo tiempo puede convertirse, si se administra bien, en un recurso, porque muchos de los países europeos, y en particular España, se están despoblando y vaciando. Y es otro dilema que afrontan los países desarrollados. La inmigración, si se administra bien, es un recurso para compensar la caída demográfica.

-¿Está EEUU dando un paso atrás respecto a los grandes avances en derechos civiles y acogida de extranjeros que se dieron a lo largo de los siglos XIX y XX?

-Esta Administración [el Gobierno de Donald Trump] ha dado un paso atrás, sí. EEUU fue siempre visto en términos de inmigración como un país compasivo, relativamente tolerante, capaz de admitir el mayor número de refugiados del mundo. Eso sencillamente se ha cortado en esta Administración, inspirada por una ideología nativista y populista que se ha dedicado a demonizar a los inmigrantes y ha creado todas las trabas posibles. EEUU deporta entre 300.000 y 500.000 inmigrantes al año y al mismo tiempo ha recortado la cuota de refugiados radicalmente: antes admitía 100.000 y el nuevo límite para el próximo año serán unos 20.000 inmigrantes. Es el fin de la compasión en EEUU.

-Pero no deja de ser un gobierno legítimo, elegido por los ciudadanos.

-En términos de apoyo por parte de la población votante, el país está dividido a la mitad. La población de las costas, más formada, comprende la situación y tiende a oponerse y tratar de ofrecer albergue a los inmigrantes, mientras que la población del centro del país ha abrazado una ideología nativista. Tiende a culpar a los inmigrantes de su propia precariedad económica, que tiene más que ver con la desindustrialización, consecuencia del sistema global capitalista, que con los inmigrantes. No es posible decir, por tanto, que Trump carezca de apoyo, lo tiene sobre todo en la población blanca de edad media y avanzada en los estados que han sufrido más el drama de la desindustrialización. La empresas se aprovecharon de las nuevas tecnologías de comunicación y transporte para situar las plantas productoras en el tercer mundo, en China, en México, etcétera, y han dejado atrás una estela de pueblos deshechos, donde no hay empleo y existe una clase trabajadora blanca nativa acostumbrada a la seguridad y buenos salarios que se encuentra ahora sin nada que hacer y con precariedad. Ese descontento es el que motivó el apoyo de esa población a la campaña de Trump. Es el sentimiento populista que subyace en el apoyo a esta Administración y sus políticas completamente hostiles a la inmigración.