«Me fui a Malawi para cambiar algo pero es el país el que me ha cambiado a mí»

Carmen Fernández REDACCIÓN

EMIGRACIÓN

Voluntarios del proyecto «Nación Ubuntu» en Malawi
Voluntarios del proyecto «Nación Ubuntu» en Malawi

Carla García es una gijonesa que trabaja como cooperante en la escolarización de niños con el proyecto «Nación Ubuntu»

26 mar 2019 . Actualizado a las 13:39 h.

Carla García Urbón es una gijonesa de 27 años que trabaja como cooperante en el proyecto solidario «Nación Ubuntu». Una iniciativa que aporta su granito de arena para cambiar el rumbo de uno de los países más pobres del mundo. Luchan por extender un sentimiento común de amor y paz entre todas las personas sin importar el color, el lenguaje o su religión y, sobre esa filosofía, construyen escuelas para que cada día mas niños tengan acceso a la educación. Además, ha cambiado completamente la vida de la asturiana, convirtiéndose en una experiencia vital y transformando su perspectiva ante las cosas del día a día.

Desde que comenzó sus estudios, Carla García tenía muy claro que quería enfocar su futuro hacia el trabajo social. Por esta razón se especializó en Atención Sociosanitaria y trabajó durante 2 años con personas con discapacidad intelectual. Además, mientras que estudiaba en España colaboró con distintas asociaciones tales como Unicef y Oxfam Intermón. Pero toda su vida cambió cuando en 2015 una ONG contactó con ella por Internet para irse a Perú a trabajar dos meses con niños en zonas rurales muy pobres. Fue ahí cuando García se dio cuenta, que su futuro no estaba solo en el trabajo social en general, sino en la cooperación internacional en particular. «Entonces estudié un curso en Educación Social y mas tarde me apunté a este curso de dos años en pedagogía y cooperación internacional que estoy a punto de terminar en Dinamarca», explica.  Allí, tomó una determinación que cambiaría por segunda vez su destino y que se convertiría, tal y como ella afirma, en la mejor decisión de su vida. «Me fui a Malawi con la idea clara de ayudar en el desarrollo de uno de los países más pobres del mundo. Pero he vuelto con el sentimiento de que el país y sobretodo las personas me han dado mucho más a mí de lo que yo he podido darles a ellos»

Nación Ubuntu

Miles de personas luchan a diario en Malawi por cubrir necesidades tan básicas como la comida, el agua o un refugio. En la comunidad llamada Dowa se encuentra el campo de refugiados Dzaleka donde viven 40.000 adultos y niños procedentes de Ruanda, Congo, Burundi, Etiopía y Somalia. 14.000 de estos niños no pueden acceder a una escuela. Por esta razón, y gracias a la ayuda de Carla y más cooperantes nace el proyecto Nación Ubuntu, que utiliza la premisa de luchar por extender un sentimiento común de amor y paz entre todas las personas sin importar el color, el lenguaje o su religión. «Estamos construyendo escuelas para que más niños puedan tener un acceso digno a una educación. Bajo el lema Ubuntu que significa yo soy porque tú eres, queremos implementar esa filosofía», explica la asturiana. La ilusión con la que comenzaron va dando sus frutos, actualmente han construído tres clases para los niños, pero el sueño no acaba aquí. «Vamos a construir 24 clases más. Muchas personas se han volcado a tope con este proyecto y están ayudando en lo que pueden. De hecho, en octubre, la escuela donde estudié primaria y secundario hizo una campaña de recogida de material escolar para Malawi. Recogimos 12 cajas llenas de cosas», cuenta García emocionada.

Aunque aún queda mucho por hacer. Desafortunadamente, la ONG no puede hacerse cargo del transporte hasta Malawi, ya que los costes son muy elevados y todo el dinero del que disponen lo destinan a la construcción de las escuelas. «Así que desde aquí hago un gran llamamiento a las personas, organizaciones o empresas que quieran apoyar nuestra causa y hacer llegar un montón de material escolar a Malawi», demanda la gijonesa.

La experiencia del voluntariado

«Hay una frase del Dalai Lama que siempre tengo muy presente y dice: Nuestro propósito principal en esta vida es ayudar a los demás. Y si no puedes ayudarles, al menos no les hagas daño», explica Carla. Esta es su filosofía, su modo de vida y por la que sigue luchando por el proyecto. Cuando llegó a Malawi desde Dinamarca, experimentó un cambio indescriptible, y ya no solo por las temperaturas -pasaron de -5 a 30 grados-. «Este país se conoce como el corazón caliente de África por la amabilidad y atención de sus gentes, sobretodo hacia los extranjeros», dice. Por lo tanto, desde el primer momento pudieron sentirse parte de la cultura hasta tal punto, que cuando solo llevaban tres meses la gijonesa sufrió una infección de estómago: «Me aclimate tan bien al país que después de tres meses allí ya creía que podía comer y beber todo lo que quería. Un descuido me ocasionó una fuerte infección de estómago, pero nada, unos días en camita y ya».

A pesar de que, según describe García, la vida allí es sencilla y descubres que «se puede ser feliz con poco», también se aprecian las grandes diferencias. «Una vez, en el campo de refugiados vi a una niña de no más de 5 años cargando dos garrafas de 5 litros de agua cada una. Me fui a ayudarla, le cogí las garrafas y le dije que me enseñara donde estaba su casa. Cuando llegamos su madre abrió la puerta y al verme con las garrafas en las manos empezó a pedirme perdón y a reñir a la niña en otro idioma que yo no entendía, pero básicamente entendí que al ser blanca no tendría porque haber hecho eso», cuenta. La asturiana nunca olvidará ese momento en el que se sintió muy mal y se dio cuenta de que en el país aún están presentes muchos aspectos de la colonización: «Está en nuestra mano cambiarlos y ser conscientes de lo que hacemos».

Cada experiencia que ha vivido, adentrándose en la cultura, religión y lenguaje de sus gentes, le ha servido de enseñanza. «A mi me ha cambiado básicamente toda la vida, la manera de pensar, la manera de actuar. Vivir en las zonas rurales en las que la gente no tenía nada y me ofrecía todo  ha sido un antes y un después en mi. Un nuevo punto de partida que me ha hecho darme cuenta de lo que realmente importa. Y que eso que realmente importa son las personas que te rodean y no cuanta ropa tienes en el armario», describe refiriéndose al consumismo europeo que según percibe, nos consume y nos quita felicidad.