Historias de La Algodonera de Gijón

GIJÓN

La Calzada recupera la memoria de las mujeres y los hombres que trabajaron en esta fábrica textil que estuvo abierta desde 1899 hasta los años 60 del siglo pasado. Como la de Olvido Fanjul, que entró de adolescente, se exilió a Rusia y fue superviviente del nazismo

07 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Armando Paesa vivió de niño en las viviendas que la fábrica textil de La Algodonera de Gijón había construido en 1910 para sus trabajadores en la carretera de Avilés. «En las casas vivían los maestros -rememora-; era una industria paternalista. Mi padre era maestro de hilados y había venido de Zaragoza. Yo tenía tres años cuando llegamos. Te daban casa, luz, agua, huerta, corrales y hasta carbón. Se vivía bien». Señala la que fue su casa en una de las grandes fotografías de la exposición que ayer se inauguraba en el Ateneo de La Calzada y que, hasta el próximo 31 de mayo, permitirá a sus visitantes conocer, o recordar, la historia de una fábrica muy significativa para el barrio y para Gijón. Una exposición que también recupera para la memoria social las historias de quienes trabajaron en La Algodonera desde que se fundó en 1899 hasta que cesó su actividad en 1967.

«A los 17 años le vi las orejas al lobo, antes de que cerrara, y me presenté a unas oposiciones», dice Paesa, recordando un cierre, como siempre, traumático para la plantilla, entonces formada por 300 personas. «Fue un cierre extraño, en su máxima producción», apunta Pablo Gallo, técnico de la Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular que colabora con RECAL, de Re-Calzada, el grupo de trabajo que surgió en 2014 a iniciativa de Daniel Ordóñez para recuperar la memoria industrial y social del barrio. Primero con la exposición Gijón Oeste, una memoria industrial, más tarde con otras dos muestras sobre Aboño y Foto César, y ahora con la de La Algodonera.

«El ritmo del barrio lo marcaban las sirenas de las fábricas»

«El 80% de la industria de Gijón estaba en La Calzada hasta el punto de que el ritmo del barrio lo marcaban las sirenas de las fábricas. Y La Algodonera fue una empresa clave en ese pasado glorioso de la zona oeste», añade Gallo, que explica que la labor de investigación y de divulgación de RECAL se sustenta precisamente en recuperar esa memoria industrial de la que no quedan apenas vestigios. En los terrenos de la fábrica, que ocupaba una parcela de 12.000 kilómetros, ahora están las casas de la algodonera, como se conocen popularmente.

«Tras la pérdida de las colonias el algodón era más caro y coincide además con un momento en el que la industria empieza a decaer por la competencia de mano de obra más barata, pero aquí quizá cerró más precipitadamente por motivos especulativos. La gente no se lo esperaba y, de hecho, acababan de renovar máquinas», explica David Cuenca, miembro de RECAL. También se vendieron las patentes, añade, generando un beneficio importante y «hay quien lo vio como otro aliciente más para el cierre cuando se estaba vendiendo toda la producción». Un cierre, además, que llegó justo en plena década de expansión económica, en los años del desarrollismo español, en los que la competencia quizá era excesiva de todas formas para una fábrica que había surgido en el siglo XIX.

«El trabajo de las mujeres fue fundamental»

La producción había comenzado en 1901, cuando la plantilla la formaban 460 personas, de las que 420 eran mujeres y niñas. Junto con la Fábrica de Tabacos de Cimavilla, fue un claro referente del trabajo femenino en Gijón. Si las cigarreras protagonizaron la primera gran huelga de mujeres en Asturias en 1903 cuando pretendieron bajarles su ya de por sí mísero sueldo, las urdidoras, las bobineras y las tejedoras de La Algodonera siguieron su ejemplo poco después.

«El trabajo de las mujeres fue fundamental», decía ayer en la presentación de la exposición Daniel Ordóñez, que lleva décadas empeñado en recuperar la historia del barrio implicando para ello a sus residentes. La Algodonera llegó a ser referente nacional y, a lo largo de su historia, fue por ello visitada por Alfonso XIII, por ministros de la República y por la mujer de Franco.

Precisamente durante la Guerra Civil fue utilizada como cárcel. Y algunas de las historias de las mujeres que trabajaron en ella estuvieron marcadas por esa época oscura de la historia de España. Una de esas mujeres fue Olvido Fanjul, que ocupa un lugar destacado en la exposición de La Algodonera porque, según remarcó Ordóñez, «su historia es muy trascedente e hizo una gran labor social».

La prisionera 18.217 en el infierno de Ravensbrück

Olvido Fanjul, que era militante de la CNT y había nacido en Tremañes, tenía 15 o 16 años cuando entró a trabajar en La Algodonera, en 1925 o 1926. Fue empleada de la fábrica textil hasta que estalló la guerra, cuando pasó a servir como auxiliar sanitaria en el hospitalillo de El Natahoyo. Apenas un mes antes de la caída del frente republicano, el 23 de septiembre de 1937 fue una de las cuidadoras de los 1.100 niños de la guerra que partieron de El Musel rumbo a la antigua Unión Soviética.

Allí estuvo en Pushkin, al sur de Leningrado, al cuidado de una de las casas de niños españoles hasta 1941. «Cuando los alemanes cercan Leningrado la apresan y, en 1942, la envían a la cárcel de Tallin (Estonia), en la que pasa un año hasta que en marzo de 1943 la envían a Ravensbrück», explican Manuel y Eloína Blanco, dos de sus tres hijos. Ravensbrück fue el único campo de concentración y exterminio construido por los nazis para mujeres. Estaba situado a unos 80 kilómetros al norte de Berlín y, desde 1939 hasta el final de la guerra, por él pasaron 130.000 mujeres. Los historiadores calculan que entre 50.000 y 90.000 no sobrevivieron y los relatos de lo que allí ocurrió son aterradores.

Olvido Fanjul fue la prisionera 18.217 hasta que fue rescatada por la Cruz Roja de Suecia en abril de 1945, que, como a otras cientos de supervivientes, la acogió en una casa de reposo en Gotenburgo varios meses. «Luego pidió irse con otras mujeres a Francia, a otra casa de reposo en Archachon, en la que pasó varios meses hasta que está lo suficientemente recuperada para empezar a trabajar», relata su hijo.

«Tuvieron una vida durísima, cruel»

En Francia, en Tarbes, se encuentra con Gerardo Blanco, el padre de Eloína y Manuel. «También era de La Calzada y se conocían de vista porque esto era una aldea». Él, republicano y de izquierdas, se había ido de Gijón un día histórico: el 20 de octubre de 1937. Al llegar a la costa francesa, le enviaron a Barcelona y, cuando la ciudad cayó, regresó a Francia cruzando a pie los Pirineos. Alí se incorporó a la Compañía de Trabajadores Extranjeros como voluntario.

«Cuando los alemanes invaden Francia, al poco le cogen prisionero y le envían como trabajador esclavo a las obras del Muro Atlántico», prosiguen sus hijos. Allí estuvo hasta septiembre de 1944. «Ambos tuvieron una vida durísima, cruel. Lo perdieron todo y se quedaron en tierra de nadie, con lo puesto, apátridas y tuvieron que empezar de nuevo».

«Los alemanes le roban un hijo al que nunca vuelve a ver»

Olvido estaba embarazada cuando fue detenida en Rusia y, en la cárcel de Estonia, dio a luz a un niño «que los alemanes le roban y nunca vuelve a ver». Tampoco al que entonces era su pareja. Y Gerardo, al irse de Gijón, dejó a su mujer, que rehizo su vida tras declararse nulo su matrimonio civil, y a su hijo de año y medio, que no volvió a ver hasta que le visitó 22 años después. «Nosotros nacimos en Francia y en enero de 1963 regresamos todos a España. Tuvieron que rehacer su vida de nuevo de cero y con tres críos», cuentan sus hijos. Olvido murió en 2001 y Gerardo en 2005. En La Calzada.

«Hasta hace diez años no sabía nada de todo lo que habían pasado», dice Manuel Blanco. Se quedaron horrorizados al ir descubriendo cómo habían sido sus vidas. «Es vergonzoso que nunca les hayan homenajeado», apostilla Eloína, que explica que decidieron rehacer el recorrido de sus padres, tomando apuntes en cada parada para recabar su historia. Ls que siguen sin contar los libros de historia de este país, como recuerdan estas líneas que aparecen en uno de los paneles de la exposición de La Algodonera: «Olvido Fanjul y Gerardo Blanco pertenecen ya a esa especie de héroes anónimos sobre los que pasa de puntillas la historia que no pasa a los libros de Historia, pero sobre la que se asientan las bases morales para que el mundo tenga alguna esperanza de redención».