La Plaza rompe su silencio después de 30 años

Marcos Gutiérrez GIJÓN

GIJÓN

Puerta del bar La Plaza de Gijón
Puerta del bar La Plaza de Gijón Cedida por Luis Argeo

Con La Plaza. Confesiones de un bar musical (Milvecesmil, 2021) Luis Argeo debuta en la novela. En ella, el mítico bar de Cimavilla se erige en el narrador de su propia historia y testigo de una generación

20 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«¡Que soy el bar La Plaza! Un lugar legendario, dicen. Un superviviente, diría yo. Un templo musical, dicen. Otro bar musical en apuros, confieso en estos momentos».

«La Plaza. Confesiones de un bar musical» (Milvecesmil, 2021) es la obra con la que Luis Argeo acaba de debutar en los terrenos de la ficción escrita. Nacho Álvarez, su dueño, no acude a su hora a ventilar el local como de costumbre y el propio bar, para combatir el silencio, rompe a hablar y contar su propias vivencias acumuladas en tres décadas.

El CBGB en Nueva York (hoy una tienda de ropa); el Rainbow de Los Ángeles; la Blue Moon Tavern de Seattle, el Penta de Madrid, el Intrepid Fox de Londres (ya desaparecido), … muchas ciudades cuentan o contaban con un pub musical que, a lo largo de los años, se logró convertir en un cruce de caminos en el que artistas y aficionados confluían para trasegar cerveza tras cerveza, arreglar el mundo y escuchar música.

«La Plaza…» tiene como verdadero protagonista al mítico local de Cimavilla, punto de encuentro, testigo y garante de la herencia de toda una generación, la del Xixón Sound. En 1992 el barrio alto de la ciudad era muy diferente al que hoy conocemos. Venía de una etapa en la que tablaos de flamenco, prostitutas y toda clase de lumpen convivían, no precisamente en armonía, y estaba entrando en una fase de reconversión. Una suerte de viaje hacia una especie de neoplayismo, sin perder esa esencia de pueblo pesquero dentro de la ciudad.

Hace casi tres décadas el bar se convirtió en el sancta sanctorum y descanso del guerrero de bandas como Manta Ray, Undershakers, Penelope Trip, Nosoträsh y Australian Blonde, que entonces daban sus primeros pasos, y algunos ni siquiera eso.

Luis Argeo, escritor, periodista y cineasta, ha creado una obra, mezcla de narración histórica, parodia, ficción y crónica documental, en la que el bar se convierte en una suerte de narrador omnisciente de su propia historia y testigo de todo lo que se tejió entre sus cuatro paredes, desde que aquel Sympathy for the devil de los Stones desvirgara sus altavoces.

El autor adoptó este formato tras meditar «cómo se podía abordar desde tantos puntos de vista y líneas». «Sabía que quería alejarme del trabajo de memoria oral del grunge, del punk y el indie», reconoce. El plan de partida era meterse en un bar «como cuando lo hacemos de verdad por la noche y nos maqueamos; es una manera de reinventarse un poco entendiendo los bares como los teatros que son».

A la vez, esta propuesta de La Plaza como narrador de sus tres décadas de historia le liberaba al autor «de determinados compromisos». «Darle la voz al bar me llevaba por terrenos difíciles, porque es una manera de salir del realismo de novela más clásica, pero a la vez me cubría ciertas lagunas de no poder entrevistar a todos los que pasaron por allí o dejarme fuera anécdotas ineludibles», apunta.

Carmen González y Nacho Álvarez en La Plaza de Gijón
Carmen González y Nacho Álvarez en La Plaza de Gijón Cedida por Luis Argeo

En este sentido, la novela es la historia de un bar muy concreto, pero de todos los pubs musicales del mundo a la vez. «Ese es el propósito», reconoce y añade que «La Plaza es legendario y una referencia para cualquiera que esté al día de las tendencias musicales desde los 90, pero fuera de Gijón y Asturias hay otros locales que podrían ser sus primos o hermanos. Quería acercarme a todos ellos».

En el propio libro «Jorge Explosión cuenta que los Black Angels de Austin, cuando venían a grabar a Circo Perroti, disfrutaban del bar y pasaban por allí. Tiempo después le dijeron que habían montado su propia ‘Plaza’ en Texas».

Argeo se define como un «cliente regular tardío». «Soy de Piedras Blancas y cuando La Plaza abrió venía desde allí con los amigos, pero nos era complicado por el tema de autobuses, pasar la noche entera… era una aventura añadida», dice. «La historia que me vincula, aparte de ser cliente, es que los hijos de Nacho y el mío coinciden en la cola del colegio Laviada. Ahí conozco en 2017 a Nacho, cuando está montando el aniversario y le sugiero preparar algo para una revista musical», asevera.

Después de horas de grabaciones y citas con «clientes, músicos, camareros y con Nacho, muchas mañanas que nos tomábamos un café» se pergeñó «un libro de vida nocturna que casi se hizo por las mañanas». El autor admite que le encanta esa fase «de documentación, de bucear en hemeroteca, Internet, noticias de la época y anclarlo a hitos históricos». Y es que en su primera novela no solo se describe la evolución de un bar, un barrio y un movimiento musical, sino que también se ilustra la manera en la que «poco a poco, la ciudad va cambiando».

En efecto, Cimavilla pasa «de ser un barrio oscuro y hasta feo a ser ahora un destino turístico». «Hay un arco narrativo que refleja eso», apostilla. Desde el  «cambio del vinilo al CD, luego a la barra libre musical que es hoy Spotify» en el pub hasta, ya a nivel más global en la ciudad, el comienzo «del hormigón, los grandes centros comerciales y el Elogio del Horizonte».

A principios de los 90, Cimavilla era todavía un «Barrio marinero que seguía siendo reducto de gente de mal vivir». Es entonces cuando «esta gente joven llega a La Plaza con ánimos de renovación musical, de tocar en inglés, con más rabia y sin más propósito que el puro divertimento y encontrarse a ellos mismos en comunidad».

Cree que a día de hoy la mayoría de bares musicales están heridos de muerte, si bien «con la pandemia se ha rectificado un poco, porque hay casi necesidad de volver a vernos las caras en un punto físico real». En esta línea explica que «en la prepandemia, que es donde dejo el libro, sí notaba que los bares musicales ya no eran lugares necesarios para el encuentro juvenil en esa época». «Muy pocos han sobrevivido en los últimos años», reconoce.

«Alabo a estos espacios de resistencia como la Plaza, donde incluso Nacho se negó a poner una televisión, sabiendo que puede ser una atracción para quien quiera ver el fútbol o vídeos musicales», añade. Luis Argeo considera que, en los últimos años, al igual que sucedió con la Movida madrileña, se está dando una suerte de revisionismo en torno al fenómeno del Xixón Sound que, de alguna u otra manera, tiende a minimizar su trascendencia real.

«A mí lo que sí que me gusta es que se hable de ello», indica. «Desde mi experiencia cuando lo viví como joven que lo disfrutaba es verdad que en Avilés, por ejemplo, participábamos de este Xixón Sound que no era algo solo de Gijón, seguramente», añade. En este sentido apunta «un poco de broma que el Xixón Sound igual hasta nació en Oviedo, en muchos bares o el propio campus del Milán, donde toda la gente de Gijón que estudiaba humanidades se reunía y hablaba. Es decir, que en otros lugares más allá de Gijón se estaba dando algo».

Cree que ahora ya contamos con una «cierta perspectiva histórica» para estudiar aquellos años. «Me gusta que se hable y que lo ataquen o lo defiendan los que lo protagonizaron. Ahora es un buen momento para ello», concluye.