Ana Obregón: «Aless se enteró de que tenía "cáncer terminal" por una periodista»

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Imagen de Ana Obregón y Aless Lequio en el 2020
Imagen de Ana Obregón y Aless Lequio en el 2020

Ana Obregón cuenta en su libro cómo no les dio tiempo ni a Lequio ni a ella comunicarle a su hijo la mala noticia de que tenía un tumor maligno. En ese momento, ni siquiera ellos sabían «el apellido» de la enfermedad a la que se enfrentaba

27 abr 2023 . Actualizado a las 16:59 h.

Así de duro. Ana Obregón relata en el libro póstumo de su hijo El chico de las musarañas cómo Aless todavía no sabía el resultado de la biopsia del tumor que le habían extirpado diez días antes, cuando recibió la llamada de una periodista. Ana había convocado en su casa al padre, Alessandro Lequio, para que los dos pudieran darle la noticia. Pero ya no les dio tiempo: «Antes de entrar, Alessandro padre me llamó y con la voz entrecortada me dijo que alguna periodista desalmada se había adelantado [...] tenía en sus manos parte del informe médico que una agencia había conseguido ilegalmente pagando en el hospital. Esta persona sin pizca de humanidad se había permitido llamar a mi hijo diciéndole: ‘Aless, nos ha llegado un informe médico a través de una agencia diciendo que tienes un cáncer terminal’», explica en el libro.

La conocida presentadora de televisión y actriz no pudo reprimir su indignación porque en ese momento todavía no habían identificado con exactitud el tipo de cáncer que tenía, había que hacer más pruebas para determinar el «apellido» del tumor: «¿Se puede tener más maldad? [..] ¡Ni siquiera era cierto! ¿Cómo que terminal? ¿Cómo es posible que una periodista llame por teléfono a un chico joven, que tenía la esperanza de que el tumor fuera benigno, para decirle que se va a morir sin una base médica ni ética? Faltaban pruebas de la biopsia para poner apellido a su tipo de cáncer». Y concluye: «A esa periodista y a la agencia los he perdonado, pero mi perdón no es para liberarlos de la culpa, es para sentirme libre de todos los pensamientos negativos que su comportamiento dejó en mi corazón».

Con los ojos empañados

Cuando los dos progenitores entraron en casa se encontraron a Aless acariciando a «su inseparable perrita Luna»: «Jamás podré olvidar su carita, estaba aterrado y con los ojos empañados. Es la única vez que vi asomar unas tímidas lágrimas durante los dos años que luchó con inconmensurable coraje contra esa maldita enfermedad». «Mamá, ¿es verdad lo que me ha dicho esa periodista? ¿Tengo cáncer terminal?», le preguntó a Ana. Ella le respondió: «Mi amor, no tienes cáncer terminal [...] He hablado con el doctor y me ha dicho que, aunque son células malignas, faltan pruebas para determinar de qué tipo son. Tienes un cáncer que vamos a aplastar con toda la artillería pesada que exista en este mundo, te vas a curar. ¡Te lo juro!». Luego, llegó la llamada de Lequio amenazando con denunciar a la periodista si publicaba algo. «Fue la primera vez que vi asomar unas lágrimas de los ojos del padre de mi hijo en los veintisiete años de una relación de amor, cariño y amistad». Así fue cómo el hijo de Ana Obregón se enteró de que tenía cáncer, al igual que sus abuelos, que vieron en una revista que su nieto estaba a tratamiento en Nueva York.

Los posados de verano

Otro de los episodios a los que hace referencia en el libro son los conocidos posados de verano de Ana. Cuenta que los hacía, precisamente, para proteger a Aless y que los dejaran tranquilos: «Hice un pacto con los medios: posaría delante de sus cámaras regalándoles mil posturitas en bikini, traje de baño entero, trikini, sacando pecho, dentro del agua a remojo, saltando las olas, revolcándome en la arena... Todo lo que quisieran con la única condición de que luego me dejaran tranquila el resto del verano y de esa forma poder disfrutar en la playa contigo como cualquier madre».

Ana Obregón, en una imagen de archivo de año 2019
Ana Obregón, en una imagen de archivo de año 2019

Más allá de estas circunstancias, Ana Obregón relata con detalle el tratamiento al que se sometió su hijo, cómo lo afrontó con una valentía y unas ganas increíbles y cómo lo vivieron los dos. También aparecen las reflexiones que su hijo Aless comenzó a escribir mientras estaba a tratamiento en Estados Unidos y cuyo deseo era destinar los beneficios del libro para la curación del cáncer.

El papel de Lequio

Además de Ana y Aless, su padre también tiene un papel relevante en el libro. Él siempre ha estado en los momentos cruciales de su hijo. La primera vez que fueron a urgencias y le tuvieron que extirpar lo que en un primer momento pensaban que era un absceso; el día que supieron que el tumor era maligno; y cuando iniciaron el tratamiento de quimioterapia en Nueva York, entre muchos otros episodios. La presentadora detalla la estrecha relación que ambos tenían: «Aless y su padre eran los mejores amigos del mundo. Me asustaba a veces su increíble complicidad, pero me hacía muy feliz no haber impedido que con las tonterías de padres separados estuviera cerca siempre de él».

Pero también hace un repaso por toda su vida y cuenta lo importante que sigue siendo Lequio para ella: «Alessandro me conoce muy bien, después de mi hijo es la persona que más me conoce». Incluso habla de cómo iniciaron su relación: «Cuando conocí a tu padre sabía que sería él, fuiste tú quien nos eligió. Supe que venías en un viaje a París. Nos habíamos escapado huyendo de los paparazi, que no nos dejaban vivir en paz nuestra historia de amor». Y cuenta una anécdota con el emérito. «Probablemente estábamos intentando hacer caso al rey el día que llamó a casa y creí que era una broma. ‘¿Está Dado?’, preguntó educadamente. ‘No está en casa, ¿de parte de quién?’, respondí. ‘Del rey’ [dijo]. ‘Ya, y yo soy Caperucita Roja’, sentencié mientras colgaba. Tu padre no tardó ni cinco minutos en llamarme al móvil muerto de risa. ‘Has colgado al tío Juanito’. Le pidió que viviéramos nuestra historia sin hacer mucho ruido», relata. También da detalles de cómo se enteró de que estaba embarazada. «En ese viaje a París me di cuenta de que llevaba bastante retraso, pero me parecía imposible que llegaras porque tenía puesto el DIU», comenta. «Mandé a tu padre a la farmacia que estaba siempre abierta en los Campos Elíseos, y al hacer la prueba y ver que sí, que iba a ser madre, me pareció imposible tanta felicidad, tanto que obligué a tu padre a hacer pipí en otra prueba pensando que esas pruebas de la farmacia estaban caducadas y daban un falso positivo. Al llegar a Madrid el ginecólogo lo confirmó», añade, mientras cuenta que, durante el parto, Lequio se desmayó de la emoción.

De su hijo dice que heredó el sentido del humor de su padre, al igual que el de ella: «No sería justa si no dijera que su padre lo tiene a raudales, uno de los motivos por los que me enamoré de él». Y trata de esta manera la ruptura con Lequio: «Antes de que la vida me castigara con crueldad, me quejaba de cosas que ahora me parecen una chorrada: que si estaba agotada de tanto trabajo; que era la mujer más desdichada del mundo porque el que creía el amor de vida me había puesto los cuernos con esa desgraciada; que si me sentía morir porque me había separado del padre de mi hijo cuando este apenas tenía dos años...». Ana Obregón también habla del «pacto secreto» que hizo con su hijo en el hospital. Se sobreentiende que se refiere al deseo de Aless de tener descendencia: «Nunca olvides que tú y yo tenemos un ‘pacto secreto’, es un pacto único y milagroso que hicimos en tu última semana de vida en el hospital. Fue tu última voluntad, no es tu libro ni tu fundación, y te juro que lo voy a cumplir por inalcanzable y difícil que parezca, porque es el pacto que da sentido a mis latidos y me perdona la vida cada día». Y lo ha cumplido: «Por fin tendré un poquito de ti aquí conmigo y nunca jamás volveré a estar sola. Sé que serás el mejor papá del mundo desde el cielo y que ahora mismo estarás feliz y sonriendo. ¡Lo hemos conseguido, Aless! [...] Gritaré con inmenso orgullo al universo que es tu hija sin esconder la verdad». El libro termina con una dedicación muy especial: «Por tu hija. Por mi nieta. Por ti».