De rottweiler de Diana y mujer más odiada de Inglaterra a reina Camila

b. pallas REDACCIÓN / LA VOZ

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La coronación de la que fue amante clandestina de Carlos III constituye el triunfo íntimo de una pareja que remontó su desprestigio

07 may 2023 . Actualizado a las 19:25 h.

Con la corona de San Eduardo sobre su cabeza, el rey Carlos III alcanza la etapa más prominente de su carrera cumplidos ya los 74 años. La espera en la cola que da acceso al trono de Inglaterra ha sido larga para él debido a la longevidad de Isabel II, que batió varios récords en su reinado. Pero lo que realmente ha puesto a prueba su paciencia y su tesón en todos estos años ha sido el empeño personal en conseguir que la mujer a la que ama haya estado a su lado en el día de su coronación en igualdad de condiciones, entronizada y aceptada, o al menos tolerada, por el pueblo que un día la despreció.

La coronación de Carlos de Inglaterra era un hito histórico escrito de antemano en el Gotha de la realeza europea. La proclamación de Camila como reina con todas las letras es el triunfo íntimo e inesperado de una pareja que hizo frente a los peores contratiempos para lograr el perdón y la redención hacia quien fue durante años la mujer más odiada de toda la nación.

Camila Rosemary Shand nació en Londres en 1947. Sus padres eran un oficial del Ejército convertido en hombre de negocios y la hija del tercer barón de Ashcombe, quienes la criaron, a ella y a sus dos hermanos, entre una casa de campo en Sussex y un hogar en South Kensington. Siguiendo los cánones de la clase alta, Camila concluyó sus estudios en un internado suizo especializado en etiqueta y buenos modales. No fue a la universidad, pero estudió un curso de literatura francesa en París. Su afición por la lectura la acompaña hasta hoy como un rasgo que ha querido convertir en un signo de identidad. En lo peor de los largos confinamientos por la pandemia lanzó el club de lectura The Duchess of Cornwall’s Reading Room, una iniciativa que el próximo mes de junio celebrará su primer festival literario, impulsado por la nueva monarca.

En los años sesenta, Camila conoció al oficial del Ejército británico Andrew Parker-Bowles, con quien mantuvo una relación con altibajos. A principios de los setenta, se cruzó por primera vez en su camino el entonces príncipe de Gales. Según cuenta la leyenda, ella rompió el hielo contándole la anécdota de que su tatarabuelo, el rey Eduardo VII, y la bisabuela de ella, Alice Keppel, habían sido amantes. Pocas veces la historia parece tan abocada a repetirse.

La crónica reciente del Reino Unido se habría ahorrado grandes sobresaltos si aquellos jóvenes Carlos y Camila hubiesen sabido distinguir por entonces el inquebrantable vínculo que los unía. Pero con veintipocos años y la llamada inapelable del protocolo sucesorio, sus caminos se separaron. Distintas biografías argumentan diferentes razones para ello. La versión más extendida defiende que no se consideraba a Camila como la mujer más adecuada para el heredero al trono británico. Otros sostienen que el príncipe aún se veía joven para comprometerse. Lo cierto es que él se fue al Ejército y ella se casó con Parker-Bowles, de quien tomó los apellidos con los que, décadas más tarde, se haría mundialmente conocida. Con su primer marido fue madre de dos hijos, Thomas y Laura. El primogénito, nacido en 1974, tuvo entonces como padrino a quien es hoy su padrastro y su rey.

La parte divertida de la vida

En qué momento Carlos y Camilla, ya treintañeros, retomaron en la clandestinidad su especial conexión es un dato que solo ellos conocen. Pero incluso en 1981 cuando él se comprometió con Diana Spencer, una mujer que encajaba en el molde de la princesa sin mancha, su futura amante era su gran apoyo. Dicen de Camila que se adaptó desde el principio a disociar en su cabeza a la persona de la figura institucional del heredero al trono.

El nuevo monarca británico habla de su segunda esposa como su gran pilar. «Lo maravilloso es que valoramos mucho la risa, porque ella ve la parte divertida de la vida, gracias a Dios. Imagínese, es un aporte enorme a todo esto», decía a la CNN en el 2015.

Todo lo que pasó en los años siguientes a la boda de Carlos y Diana fue el desmoronamiento de dos matrimonios retransmitido a cámara lenta, y con escarnio público, por la prensa sensacionalista británica. El primer gran impacto llegó en 1993 con el llamado Camilagate, que fue la publicación de una conversación telefónica privada entre los dos amantes. Las metáforas sexuales fueron lo más comentado por entonces, pero aquella charla íntima también reveló al mundo una determinación firme. «Sufriría cualquier cosa por ti. Esto es amor, es la fuerza del amor», afirmaba Camila sin saber que la estaban grabando. La figura del príncipe salió maltrecha de aquella prueba de su infidelidad a la madre de sus hijos y su idoneidad como heredero fue fuertemente cuestionada. La posibilidad de que Camila pudiera convertirse un día en su esposa era sencillamente impensable. La cosa empeoró cuando, dos años más tarde, la princesa Diana los señaló en su polémica entrevista en la BBC con aquella demoledora frase de que, en su matrimonio, tres eran una multitud.

El pasado verano, con motivo de su 75.º cumpleaños, Camila recordaba aquella época convulsa en una entrevista con la revista Vogue. «No es fácil. Fui sometida a escrutinio tanto tiempo que tienes que encontrar la manera de vivir con ello. A nadie le gusta que lo miren todo el tiempo y lo critiquen [...] Pero creo que al final, de alguna manera me levanté por encima de aquello y seguí adelante. Tienes que seguir adelante con la vida», decía.

Diana de Gales apodaba a la amante de su marido como «la rottweiler» e Isabel II se refería a ella como «esa mujer malvada». «No me puedo imaginar que una persona en su sano juicio pueda dejarte por Camila», le escribió por carta el duque de Edimburgo a Lady Di, una figura santificada bajo cuya sombra ha tenido que aprender a vivir la nueva reina británica.

Camilla, con su nieto Freddy Parker Bowles, que fue paje suyo en la coronación
Camilla, con su nieto Freddy Parker Bowles, que fue paje suyo en la coronación DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

Ni princesa ni consorte, una reina de pleno derecho 

Camila ha logrado salir coronada por encima de muchas adversidades. El príncipe Enrique insiste en sus recientes memorias en la idea de mujer «peligrosa» y «villana» que dejó cadáveres por el camino. Según el duque de Sussex, ella trabajó en un plan a largo plazo que incluyó filtrar a la prensa historias negativas de otros miembros de la familia a cambio de un mejor trato hacia ella misma.

En el verano de 1997, el príncipe Carlos acogió en Highgrove una fiesta por el 50.º cumpleaños de Camila, un tímido primer paso para normalizar su relación. Pero, unas semanas más tarde, el accidente mortal de la princesa del pueblo conmocionó al mundo e hizo que la pareja tuviera que recluirse de nuevo. Comenzó entonces una campaña soterrada, impulsada por Carlos y su secretario privado, para reconstruir la imagen de Camila. Con esta coronación insospechada, la operación se ha confirmado como un éxito en materia de relaciones públicas. Ayudada por la longevidad de Isabel II, Camila tuvo tiempo para reinventarse. Una estudiada primera imagen pública tras una fiesta en 1999 fue seguida de un goteo ocasional de apariciones junto a Carlos, a veces sin anuncio previo. Ahí se acostumbró a soportar estoicamente el asombro y los cuchicheos que despertaba su presencia.

Su imagen física estaba lejos de la candorosa Diana. Se fue dulcificando con el tiempo, pero aún hoy, confiesa, suele perder las uñas postizas al trabajar en el jardín. Ser hoy la depositaria de uno de los mayores joyeros del mundo, el de su suegra, no la hará ceder en su firme determinación de no agujerearse las orejas.

En el año 2000, conoció en persona a Isabel II y en el 2005 celebró su boda civil con el heredero al trono. Para evitar la conmoción del pueblo, se comunicó que Camila sería solo princesa consorte llegado el momento de la sucesión. Era lo máximo que se le podía ofrecer por entonces. El año pasado, Isabel II, complacida por el modo en que su nuera asumió su papel y causas sociales como la lucha contra el maltrato de las mujeres, expresó su deseo de que «Camila sea conocida como reina consorte y continúe con su servicio leal». Fallecida la anterior monarca y bajo el mando del nuevo rey, Buckingham enmendó a Isabel II y decretó que ni princesa ni consorte. Camila, reina sin matices.