Es fundamental saber qué pautas hay que seguir y cuáles hay que evitar para que los más pequeños disfruten de la comida

No cabe duda de que establecer una rutina de alimentación saludable desde edades tempranas es esencial para que el desarrollo y crecimiento de los más pequeños sea un éxito. La teoría está muy bien, pero lo complicado es llevarlo a la práctica. Hay muchísima sobreinformación sobre el tema, hecho que puede acabar confundiendo a muchos padres y madres. En este artículo trataremos de aclarar algunas pautas para tratar de desenredar las dudas más frecuentes en torno a cómo alimentar a nuestros hijos y cómo no, siempre con vistas a que los padres puedan tomar sus propias decisiones en base a datos veraces.

Los primeros meses de alimentación complementaria -a partir de los seis- pueden ser una montaña rusa de sensaciones tanto para hijos como para padres. Todo es nuevo: los alimentos, sus sabores, sus texturas, sus digestiones… y, en ocasiones, una mala experiencia puede acabar derivando en aversiones alimentarias. ¿Debemos obligar a comer a un niño o niña que no come o que come menos de lo que nos gustaría? La respuesta es clara: no. Obligar a comer o ejercer presión sobre ello solo consigue que se genere una sensación negativa hacia la comida y el momento de comer. Es mejor no insistir y acogerse a factores como la paciencia y la perseverencia sin caer en la desesperación. ¿Es difícil? Sí, pero la insistencia lo único que provoca es rechazo y el niño acabará viendo el momento de alimentarse como un castigo.

Familia y hábitos saludables

El papel de la familia es crucial en el desarrollo y crecimiento de los niños. Ellos observan mucho los comportamientos de su alrededor y, por tanto, lo que hagan los padres será lo que ellos probablemente repitan por imitación. De ahí la importancia de fomentar hábitos saludables como sentarse juntos a la mesa, ya que compartamientos de los adultos acabarán calando hondo en el de los pequeños. Un claro ejemplo es el consumo de fruta y verdura de forma diaria y todo el proceso previo como es la elección de los alimentos. Llevar al supermercado a nuestros hijos y que vean cómo nos desenvolvemos en la frutería, la pescadería o la carnicería ayudará a que normalicen el proceso de compra. Del mismo modo, pasar tiempo juntos en la cocina para que observen -y, posteriormente, se involucren- en el cocinado les hará entender que la comida no surge por arte de magia sino que requiere una preparación y una elaboración previa. 

Hay otras acciones que complementan y ayudan a fomentar hábitos de vida saludables. Desayunar tranquilamente todos los miembros de la familia, aunque no todos almuercen lo mismo, es un claro ejemplo. Eso sí, ojo a lo que se desayuna ya que, según los expertos, algunos de los desayunos infantiles se exceden en grasas, grasas saturadas, azúcares y sal. Aunque haya niños que rechacen desayunar, es importante no obligarles y, para aquellos que sí optan por hacerlo ofrecerles alternativas saludables a base de pan integral, tomate y aceite de oliva, aguacate o frutas enteras y lácteos.

Más cosas a tener en cuenta. Utilizar premios o castigos como incentivo o amenaza es algo totalmente contraproducente a la hora de instaurar hábitos en la alimentación. Si recurrimos a esa técnica, acabamos fomentando que los comportamientos estén supeditados a acciones concretas y no a iniciativa propia. Eso sí, fomentar hábitos como el consumo de agua como opción de bebida preferente o hacer visible la costumbre de practicar ejercicio -simplemente, yendo a pie a la escuela o evitando pasar mucho tiempo sentado en el sofá- son acciones con resultados rápidamente visibles.

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