En un país como España, en el que la industria, las nuevas tecnologías y la I+D resultan más bien escasas, que los oriundos de una región como Cataluña (luego repetido en el País Vasco e ¡incluso Asturias!) promuevan actos vandálicos en contra del turismo (pintadas, manifestaciones, roturas de escaparates…) es el colmo de la estupidez. Ninguna persona en su sano juicio puede renunciar a la que es una de las principales fuentes de ingresos de nuestro país y que representa la envidia de otros muchos lares que no pueden ofertar nuestro atractivo paisajístico, gastronómico y cultural (por no decir del sol, en otras regiones que no sean Asturias…).
Dicho esto, tampoco estaría de más que nos replanteásemos el modelo turístico adecuado para que nuestras ciudades no sean a todo punto intransitables, frecuentes receptáculos de visitantes poco deseables y sucursales soleadas del turista-tumbona nórdico.
Este mismo año, a la hora de planificar nuestras vacaciones, mi familia y yo nos planteamos dos condiciones innegociables: a.- No tener que recurrir a aviones y trenes ya que, como era de esperar, nos veríamos sometidos al estrés de la inevitable huelga estival de turno, overbooking o demás contingencias capaces de convertir las vacaciones en un infierno; b.- Recalar en un lugar con el sol que nos falta en Asturias, pero sin la presencia de británicos y alemanes.
Cumplidos ambos objetivos, creo que fueron las vacaciones que más hemos disfrutado en años. No sólo llegamos a tiempo a nuestro destino, sino que pudimos estar tranquilamente sin niños aprendices de hooligans tirándote por encima sus refrescos o irrigándote adrede con sus pistolas de agua (es decir, que educas correctamente a tus hijos para luego tener que soportar las estupideces de los ajenos…), sin anglosajones ocupando a las siete de la mañana todas las tumbonas para echarse en ellas cuatro horas más tarde, acompañados de sus seres más queridos (es decir, las cervezas) mientras sus retoños, que harían de Guillermo el Travieso un ser angelical, transitan a sus anchas molestando a todos menos a sus aborregados padres. También disfrutamos de comidas sin el horror de que el tránsito de visitantes maleducados convirtiese el suelo en un vertedero de residuos orgánicos, y sin que el kétchup (que se echan en la comida por aspersión) apareciese goteando los pasillos del comedor como si se estuviera rodando una película de terror de serie B.
Rodeados de otras familias españolas estuvimos en la gloria. No se me acuse de nacionalista: es la triste realidad. Territorios como Canarias, Baleares y Levante están echadas a perder por un turismo extranjero de escasa calidad que cada vez más se ha ido apropiando de los locales y hoteles. No es de recibo que en nuestro propio país tengamos que chapurrear inglés o alemán para pedir más leche en el desayuno, ni tampoco que los bares se hayan convertido en pubs británicos, con menús solo en inglés y partidos de la Premier League, haciendo de ellos sucursales del Reino Unido. No resulta admisible que se fomente la llegada masiva de adolescentes descerebrados cuyo pasatiempo es combinar alcohol y drogas para practicar a continuación el salto a la piscina desde el balcón de su apartamento en el hotel. Ni tampoco -puestos en el caso de Gijón-, incentivar las etílicas despedidas de soltero, plagadas de bufones que se dedican a molestar a los ciudadanos (y sobre todo a las ciudadanas).
¿Tenemos que admitir este tipo de personajes que vienen a desmadrarse a nuestras poblaciones… este tipo de sujetos que tendrían que aprender educación antes incluso de estar en condiciones de aprender educación? ¿Tenemos que estar todo un año trabajando para, cuando llega el verano, no poder disfrutar a gusto no digo ya en otros lares de España, sino ni tan siquiera en el nuestro propio? Por si fuera poco, y puestos a ver el aspecto puramente crematístico del asunto, no creo equivocarme si digo que el turismo español deja más dinero que el foráneo. Éste último será más numeroso, pero habitualmente de inferior calidad y rentabilidad. Conocido es el proceder vacacional de los anglosajones y alemanes de contratar en los hoteles media pensión para atiborrarse durante el desayuno y sacar bajo cuerda lo que puedan del buffet para luego ahorrarse ir a un restaurante a la hora de la comida. ¡Yo he visto incluso a algunos ir con recipientes de plástico aprovisionándose sin el menor recato!
Así son las cosas. Si queremos que nuestro paisaje esté protegido, hay que controlar el flujo de visitantes (veáse lo sucedido este verano en la isla de Ons, con sobreventa de billetes, o lo que acontece constantemente en los Picos de Europa), hay que restringir la venta de alcohol, limitar los horarios de locales de ocio, y los establecimientos hoteleros deben controlar más y mejor a los clientes que incumplan con las normas que impone un mínimo civismo. Seguramente que todo ello supondrá una mengua del flujo turístico foráneo, pero sólo de aquel que se halla próximo a las destructivas langostas. A medio y largo plazo los resultados serán mucho mejores. Ser más exigentes no supone necesariamente obtener menos ingresos, sino filtrar las fuentes de las que proceden.
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