Wir für mehr. O hacer el pingüino para ganar

OPINIÓN

07 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Llega un invierno que va a durar años. El frío de la exclusión social se cierne implacable y apenas quedan lugares en los que cobijarse. Cada vez más países padecen las secuelas de la desenfrenada codicia neoliberal: el miedo a que nos sigan arrebatando lo poco que nos queda, en una teledirigida lucha individual por la subsistencia, se convierte en violencia contra grupos sociales señalados por quienes, como Trump, Salvini, Orban o el esperpéntico Bolsonaro, con su inmoral ejercicio del poder, protegen el acaparamiento de riqueza a manos de un muy reducido grupo de «familias». Dado el sufrimiento masivo que provocan, bien podemos llamarlo «terrorismo económico».

Frío que podríamos combatir colectivamente si viviéramos en democracias genuinas y sanas, y no en una plutocracia global que, a través de un discurso falaz, impone unas expectativas que tienen como objetivo fragmentar la soberanía popular hasta convertirla en una comparsa. Ya desde la Antigua Roma, que forjó su imperio bajo la estrategia de «divide et impera», quienes ansían la concentración de poder saben bien cómo neutralizar a quienes pretenden disputárselo desde abajo.

Así, en nuestras sociedades, nadie se ha librado de un adiestramiento orientado más a la competición que a la cooperación, más al sumiso desempeño laboral que a la ejercicio crítico de la ciudadanía. Ya decía incluso el muy ilustrado noble Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, en 1836, siendo ministro de la Gobernación y presa del romanticismo, que no son pocos los gobiernos que pretenden esclavizar el pensamiento humano controlando su educación, «de aquí sus afanes por dirigirla siempre a su arbitrio, a fin de que los hombres salgan amoldados conforme conviene a sus miras e intereses».

Y aunque sus efectos sobre la población son desiguales en función de diferentes factores, entre los que el estilo cognitivo, que se explicó aquí, no es el menor, es frustrante comprobar que incluso en organizaciones políticas cuyo objetivo es la justicia social y la emancipación del poder económico, en las que se supone una muy baja concentración de afectados por la competición fratricida, haya tanta gente refractaria al concepto «inclusión». Tal vez porque sucumben a la «ley de hierro de la oligarquía» de Michels y, para medrar, se encomiendan irresponsablemente a las excluyentes dinámicas de facciones, en lucha por el poder orgánico; materializando una paradoja deletérea muy celebrada por los que ejercen el poder real.

Así que disculpadme si insisto tanto desde esta columna en la perversa relación entre codicia neoliberal, poder y exclusión social. Porque, «compas» adoradores de «Juego de Tronos», el invierno ha llegado y eludir la responsabilidad contraída con la gente que sigue pasando frío, no hace sino prolongar el invierno.

Y seguiré insistiendo; esta vez recurriendo a un ejemplo que puede resultar un tanto naíf, aunque no por ello menos ilustrativo. El de los pingüinos emperador; posiblemente el único vertebrado que es capaz de reproducirse y criar a los cuarenta grados bajo cero del invierno antártico. Para ello, colonias de miles de ejemplares se apiñan formando una unidad en la que se producen rotaciones continuas para que ninguno pase demasiado tiempo en el perímetro, expuesto a vientos gélidos que pueden alcanzar los doscientos kilómetros por hora. Ninguno destaca; sobreviven unidos en las peores condiciones imaginables, compartiendo objetivo y tareas inherentes.

Ese es, también, el objetivo de los sindicatos: agrupar al mayor número de trabajadoras y trabajadores para sobrevivir dignamente a la fría codicia patronal. Como el mayor sindicato del mundo: IG Metall. Con casi tres millones de afiliados del estratégico sector del metal y la automoción alemanes, este sindicato sigue logrando arrancar destacables avances sociales a una de las más poderosas patronales en una Europa que ve cómo se degrada el mercado laboral bajo pretextos espurios. Uno de los lemas del sindicato es «Wir für mehr» que, teniendo en cuenta que en alemán este pronombre no identifica género, podríamos traducir literalmente como «Nosotr@s para más». Más gente, más protección, más logros. Un «nosotr@s político» demasiadas veces en sabotaje recurrente.

Qué difícil es hacer comprender, en espacios en los que debería ser una obviedad, la necesidad de trascender las aspiraciones personales y/o grupales para alcanzar un objetivo compartido por una mayoría social a la que se pretende representar. Y el viento arrecia.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.