A Albert Rivera le pierde el postureo

OPINIÓN

Jesús Prieto | Europa Press

29 dic 2018 . Actualizado a las 13:03 h.

La lógica dice que Andalucía debe ser gobernada por la triple alianza de las derechas. Porque, siendo la esencia de la democracia la alternancia en el poder, después de 36 años ininterrumpidos de poder socialista, y habiendo ensayado el PSOE todo tipo de combinaciones posibles para aferrarse al poder -con mayoría absoluta; con los comunistas; habiendo perdido (en 2012) las elecciones, con minoría mayoritaria consentida; y con Ciudadanos-, parece inevitable que una nueva mayoría absoluta -PP, Ciudadanos y Vox- tome la alternativa. Esta lógica no queda empañada, en absoluto, por el hecho de que la coalición oportuna tenga que ser pactada en medio de una campaña mediática que trata de presentar la operación como un pecado mortal (¡otra vez la cultura católica -mal asimilada- de la izquierda!), considerado mucho más grave que pactar, en un totum revolutum, con Batasuna, con el torrismo de Torra, con el puigdemontismo de Waterloo, con la yenka del PNV, con el podemismo confluenciero y variopinto de Iglesias, con el posibilismo estreñido -porque está ahí pero no sale- de Junqueras, con las brumosas Mareas, y con una tenebrosa coalición mediática a la que, con tal de combatir a la derecha franquista que ya no existe, le vale todo.

La coalición que va a gobernar Andalucía no es más extremista que la que puso a Sánchez en la Moncloa. Y por eso, en vez de montar tantas alharacas, y barnizar con falsos patriotismos la lucha contra la derecha, deberíamos aceptar que donde las dan las toman y que, si Rajoy fue -según el doctor Sánchez- una fábrica de independentistas, Sánchez está siendo -por las mismas razones- el mayor benefactor de Vox. Dicho lo cual, y para pasar cuanto antes esta infantil etapa, era de esperar que la alianza de la derecha se firmase en una tarde, apurase la investidura y se pusiese a gobernar Andalucía y a hacer una digna oposición en España. Pero no cayó esa breva. Porque a Rivera le entraron los escrúpulos del novicio -¡otra vez la cultura católica mojigata, estilo Regenta!-, y está intentando pactar sin pactar. No ignora que para gobernar hacen falta los tres; ni que la ineludible exigencia de gobernar compromete su futuro; ni que si Abascal se hace amigo de su amigo Casado, amigo suyo es. Pero Rivera es éticamente puro, políticamente cartesiano y, desde el punto de vista estratégico, un admirador de Duguesclin, aquel que «ni quitó ni puso rey, pero ayudó a su señor». Y por eso quiere que Casado pacte por él, y que se convierta en el único blanco de la jauría anti derecha, mientras él se queda en el puro centro, esperando su ocasión.

Ya sé que exagero un poco. Pero este asunto me recuerda al gánster de cuello blanco que, por encargar los asesinatos a un pistolero, sigue creyendo en su honorabilidad, y comulga devotamente en cada una de sus bodas. Piensa que lo horroroso del crimen es que la sangre te salpique y te obligue a cambiar la camisa. Pero en eso, amigo Albert, no hay cultura católica que te pueda proteger.

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