Paga tu propia discriminación

OPINIÓN

Isabel Díaz Ayuso
Isabel Díaz Ayuso Emilio Naranjo

30 nov 2020 . Actualizado a las 14:04 h.

Hay quienes están aprendiendo a contener la tos para evitar sospechas en público como otros muchos han aprendido a contener el gregarismo para aparentar, ingenuamente, ser más depredador que presa en un mundo que divide a la sociedad para multiplicar los beneficios escondidos en guaridas fiscales.

«No hay sociedad, solo individuos», vino a decir la Dama de Hierro, a finales de los 80, arrebatada por el fundamentalismo neoliberal desde que leyera, a los 18 años, Camino de servidumbre de Friedrich Hayek. Un libro escrito por el economista austriaco en 1944 para convencernos que cualquier regulación de la economía, por más que sea en busca de la justicia distributiva, conduce inevitablemente a la pérdida de la libertad individual y al totalitarismo. Es una fábula en la que para evitar el advenimiento del demonio rojo hay que ser indulgentes con la codicia negligente de unos pocos y resignarse a una desigualdad rampante. Un relato de terror de un maniqueísmo casi pueril que quiere hacernos creer que entre la irrestricta libertad de mercado y la planificación estalinista no hay resquicio para otras opciones. Así, queriendo prevenirnos de la servidumbre a la que, asegura, aboca el socialismo, e ignorando nuestra biología, la antropología y la psicología, no hace sino justificar el abuso y la desigualdad. O nosotros o el caos.

Pero, como dice uno de mis filósofos de cabecera, César Rendueles, en su último libro, Contra la igualdad de oportunidades, «La igualdad forma parte de los cimientos biológicos y culturales de la sociabilidad humana, de nuestra capacidad para vivir juntos y nuestra necesidad de hacerlo».

Una necesidad palmaria en un contexto de pandemia como el que azota a todo el mundo. Sin embargo no deja de sorprenderme la cantidad de gente aquejada de agnosia política que se niega a reconocer que para enfrentar los desafíos globales es mejor la estrategia cooperativa que la competitiva. Es decir, que cree que la lucha individual por la subsistencia en una indisimulada competición de acumulación de recursos, llamada libertad de mercado, va a mejorar las cosas por el simple hecho de que eres libre para lanzar OPAs hostiles a tus competidores.

Rendueles cita también a Hayek cuando expone que el objetivo de la competencia descarnada no es sino la subordinación. Concretamente un párrafo de El sistema político de una sociedad libre: «La competencia es siempre un proceso a través del que un pequeño número de personas fuerza a la mayoría a hacer lo que no quieren […]». Pero esto no es servidumbre, claro, es la típica coerción económica de una sociedad libre.

Pues para llegar a esa libertad para elegir de dónde vas a recortar en el presupuesto familiar para que la libertad de mercado inmobiliario no te eche de tu casa es muy útil, entre otras cosas, un proceso de segregación sistemático —divide y vencerás— que ponga a cada uno/a en su sitio. Un proceso que empieza por el colegio. Y si tu sitio es, pongamos por caso, la escuela pública en la Comunidad de Madrid, deberías saber que Ayuso y su gobierno decidieron ahorrarse casi 56 millones de euros presupuestados en 2019 para la escuela pública, mientras aumentaron el gasto en la escuela privada concertada en 50 millones. Y en un millón la partida para profesores de religión.

En el colmo del cinismo, estos abanderados de la educación de calidad —de pago, es de suponer— tienen a niños/as estudiando en barracones. Como en el Colegio Público Margaret Thatcher nada menos, ese férreo referente de la anti-sociedad neoliberal. Es decir, las familias cuyos escolares estudian en barracones, están subvencionando el colegio privado a otras que, ufanas, envían a los/as suyos/as, vestidos de uniforme, a esos simuladores de ascensor social de lujo que la mayoría no se puede permitir porque hay que pagar cuotas extraescolares.

La derecha pervierte el concepto de libertad —de educación en este caso— cuando lo utiliza como pretexto para hacer de España uno de los países con más segregación escolar de Europa; con Madrid a la cabeza. Pero no es libertad aquello que condena a la discriminación y obstaculiza aún más, especialmente a los más desfavorecidos, el camino hacia una vida digna. 

El PP no solo a va a recurrir la Ley Celaá ante el Tribunal Constitucional porque es sectaria, dicen, sin que se les escape la risa, sino que va a legislar en contra en las comunidades autónomas en las que gobierna. Coherente, si tenemos en cuenta que entre sus prioridades está favorecer a la educación privada en detrimento de la pública como parte del plan de clasismo institucional necesario para establecer las posibilidades por encima de las cuales consideran que no debe vivir la gente poco «competitiva».

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.