Horrible accidente y morir por no cooperar (VIII): suave frenada de emergencia

OPINIÓN

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden Doug MillsPOOL

12 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Estamos asistiendo a un giro histórico de los acontecimientos? ¿Ha accionado Biden, suavemente, el freno de emergencia haciendo uso previo del «pensamiento catedral»? Veamos si el tren mundial decelera antes de llegar a una nueva curva-crisis pronunciada de las que nos esperan en un itinerario cada vez más enrevesado.

Los siete países que constituyen la locomotora desbocada que es el turbocapitalismo neoliberal han decidido empezar a armonizar por arriba la política fiscal global e instituir una tasa impositiva a las corporaciones multinacionales de un mínimo del 15%. A quienes abogan por la justicia fiscal y la reducción de la desigualdad, como condición para un desarrollo global equitativo y sostenible, les sabe a poco. Y está por ver si no es una nueva jugada gatopardiana y después del cambio todo sigue igual. Comprobemos si realmente alivia la subsistencia de quienes no tienen acciones de esas corporaciones. Por otra parte, a quienes defienden el darwinismo socioeconómico actual, la despiadada ley de la selva económica, esta decisión les parece una traición del líder del país que alimenta sus sueños de suites y limusinas.

Es cuestión de prioridades. Y estas tienen relación con las aspiraciones y las expectativas (lo que quieres y lo que crees que puedes conseguir, respectivamente) a su vez condicionadas por las milongas de quienes tienen buenos altavoces para contarlas. Si bien no a todo el mundo le gustan los mismos cuentos. Sentimos más afinidad por historias que exaltan ciertas actitudes que por las que exaltan otras diferentes, en función de nuestros respectivos estilos cognitivos. Digamos, por abreviar, que son patrones de procesamiento de la información que recibimos del entorno, es decir, una tendencia en la forma en que interpretamos y respondemos al medio en el que vivimos.

Se han conceptualizado numerosos estilos cognitivos, pero el que creo que podría explicar mejor las dinámicas de acceso y distribución de recursos -perdón por la insistencia- es el hipotético de los «estilos de supervivencia». Teniendo en sus polos la estrategia cooperativa, que tiende al largo plazo y amplio alcance social, por un lado, y la estrategia egoísta, que tiende al corto plazo y poco alcance social, por otro. Un estilo que correlacionaría con el de complejidad y simplicidad cognitivas, y con el de reflexividad e impulsividad, con sus polos respectivos. No es difícil situar en estos tres ejes las políticas de Biden y de Trump, por ejemplo.

Supongo que Biden y su equipo, en ejercicios de compleja reflexión prospectiva, habrán concluido que la desigualdad lleva a la fragmentación y la inestabilidad social, y que el que las grandes corporaciones tributen donde se les antoje para evitar contribuir al bienestar común no solo no beneficia a su país sino que lo debilita, también en el ámbito geoestratégico. Y que de ese «hacer América grande otra vez», despreciando y abusando de países que no se avienen a sus intereses, no se sale sin cooperar.

¿Acaso se ha contagiado Biden con un virus bolivariano? Tal vez hay un número significativo de personas nacidas y criadas en sociedades capitalistas que hacen uso de la facultad de pensar a largo plazo incluso en un contexto cortoplacista y acelerado como al que nos someten. Algunas incluso han llegado a obtener el Premio Nobel de Economía renegando del lucro obsesivo de la economía financiera especuladora. Economía con hitos como el que llevó a la Bolsa de París a instalar una sede en Londres donde, si no recuerdo mal, se colocaron los servidores informáticos que dan a acceso a las operaciones bursátiles en círculo, exactamente a la misma distancia del servidor central en el que se ejecutan las operaciones de compraventa, para evitar que nadie tenga ni un milisegundo de ventaja; teniendo en cuenta que son esas fracciones de tiempo las que emplean las grandes compañías, algoritmos mediante, a la hora de extraer el máximo rendimiento posible a sus operaciones extractivas. Milisegundos que pueden marcar la diferencia entre ganar millones o perderlos.

¿Y el «pensamiento catedral»? Es un concepto acuñado por el filósofo australiano y ex-profesor de sociología y política de la Universidad de Cambridge, Roman Krznarik. Desarrollado en su libro «The Good Ancestor» (2020), el buen antepasado: cómo pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista. En él cuenta que la raíz de buena parte de las crisis a las que nos enfrentamos está en el «cortoplacismo frenético», en decisiones que no tuvieron en cuenta sus efectos a largo plazo. Y exhorta a practicar el «pensamiento catedral», que es la facultad de planificar con un horizonte de décadas e incluso de siglos; como cuando se concibieron las catedrales medievales. Y es que cuando transformamos el medio natural y social de forma desregulada, por ejemplo, sin la regulación de la visión prospectiva (la capacidad imaginar situaciones complejas en el futuro) estamos comprometiendo la subsistencia de nuestra descendencia. Así que si queremos ser un buen antepasado para las generaciones venideras, conviene tener en cuenta cómo las decisiones que tomamos hoy pueden afectar a su bienestar. Pero, claro, esto al cortoplacismo egoísta dominante le da igual. Suerte.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.