Dos rombos

OPINIÓN

María Pedreda

15 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Crecí con el llanto de Marco y viendo la relación de Heidi con su abuelo y sobreviví a la  hiperglucemia. También crecí con los violentos dibujos animados del Coyote y el Correcaminos o Tom y Jerry. Llegando a la adolescencia vi películas gore. Vi a Kevin Bacon en la cama con el pescuezo atravesado en Viernes 13. Vi La matanza de Texas, la saga de Freddy Krueger y un número excesivo e indeterminado de películas similares. Vi vaqueros asesinando a indios a sangre fría. Leí cómics de terror de mis hermanos mayores, escuché heavy metal, miré pornografía e hice todo eso que debería haberme convertido en un monstruo. 

Un reciente artículo del principal diario de nuestro país ha decidido consultar a expertos sobre la violencia entre jóvenes. La conclusión que establece alguno de ellos es más o menos la misma que extrajeron quienes perseguían los cómics en Estados Unidos allá por los años 50 del siglo XX:  la violencia de los jóvenes es fruto de los videojuegos y las truculentas series de televisión. Incluso uno de los expertos alude a que en los buenos viejos tiempos nos advertían con dos rombos en la esquina superior del televisor de que el contenido que se estaba emitiendo no era adecuado para menores.

Cosa tan rancia como reivindicar los dos rombos que lo mismo servían para alertar de un pezón que de un asesinato parece ser que es de añorar, como Heidi y Marco. Pero la realidad es que en cualquiera de las plataformas para ver series en streaming hay advertencias más certeras. Netflix te advierte de que determinada serie o película muestra suicidio, sexo, violencia o lenguaje malsonante. Puedes aprovechar para ver Heidi o ir a confesarte en lugar de mirar una serie de terror. Los videojuegos también tienen su propia calificación por edades. 

En la actualidad existe menos violencia en España de la que había cuando vi las sangrientas aventuras de Jason Voorhees, el asesino de Viernes 13. Menos violencia que cuando vimos de niños las soporíferas aventuras de Heidi. En aquella época era peligroso salir a la calle. A cualquier hora. No existía Fortnite y quienes estaban dispuestos a robarte a punta de navaja no tenían pinta de ser fans del cine de terror ni de ninguna otra cosa que no fuera la heroína. 

Con todo, lo realmente insultante es todo este empeño obsesivo en señalar a cualquier sitio en busca de culpables por el asesinato de Samuel en La Coruña. Resulta que es culpa de los videojuegos, de la novia de uno de los asesinos, del alcohol, de la noche y de lo que haga falta menos de la voluntaria maldad, de dañinas ideologías o de la homofobia. Igual deberían detener estas locuras. Lo de la homofobia y lo de la mala información, digo.