La historia es incansable y poco amiga de simplezas

OPINIÓN

Rescatistas trabajan junto a un edificio dañado por un ataque aéreo, mientras continúa el ataque de Rusia a Ucrania, en el centro de Kharkiv
Rescatistas trabajan junto a un edificio dañado por un ataque aéreo, mientras continúa el ataque de Rusia a Ucrania, en el centro de Kharkiv STRINGER | REUTERS

29 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado 16 de marzo reaparecía en El País Francis Fukuyama, augurando una nueva derrota de Rusia y, por fin, el triunfo definitivo de la democracia. Supongo que muchos lectores, no especialmente aficionados a la historia o a la politología, desconocen al personaje. Feliz por la desaparición de la Unión Soviética, este analista conservador publicó en 1992 un comentado ensayo en el que anunciaba el fin de la historia. No es que creyese que el tiempo iba a detenerse, sino que se abriría una nueva era con el triunfo de la democracia y el fin de los enfrentamientos ideológicos entre los estados. El problema reside en que la confrontación ideológica, aunque con frecuencia se ocultase bajo el manto de las religiones, es probablemente tan antigua como el homo sapiens, aunque reconozco que no sabemos si en el paleolítico camuflaba ya sus conflictos e intereses con ella. El vaticinio de la llegada del paraíso democrático universal, ya errado una vez, se queda en el terreno de las ensoñaciones.

Decía Voltaire que los mayores creyentes en la magia y las supersticiones eran los inquisidores que las perseguían, algo parecido le sucede al señor Fukuyama. Creyó tanto en el marxismo soviético que lo elevó a la categoría de la ideología por excelencia y transmutó el edén comunista-roussoniano, de seres humanos liberados de las taras provocadas por las desigualdades y la mala educación, que consiguen vivir en paz y felicidad sin Estado y autoridad, por el norteamericano, quizá menos eficaz como utopía que promete el bienestar general, pero hay que reconocer que más real. Es una pena que la historia sea tan torcida. El último espectáculo de Kim III de Corea del Norte muestra que es capaz de crear monstruos inverosímiles y de combinar el horror con las más ridículas caricaturas, no por ello menos temibles. No solo es dudoso que la caída de Putin suponga el triunfo de la democracia en un mundo en el que dos enormes y pobladísimos continentes, África y Asia, casi la desconocen, sino que incluso está amenazada en los mismos Estados Unidos por el actual partido Republicano.

Lo más peligroso del planteamiento de Fukuyama es la afirmación de que «Rusia se encamina hacia una derrota total en Ucrania». No es el mejor camino para buscar una tregua y temo que la idea arraigue en la administración norteamericana y el gobierno ucraniano.

Es evidente que a Rusia no le ha ido como esperaba. La resistencia ucraniana, militar y popular, ha convertido en inviable un rápido control del país, al estilo de Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1968. La respuesta de EEUU y Europa probablemente ha sido más dura y cohesionada de lo que Putin creía. La victoria total solo se lograría arrasando Ucrania, algo que contradeciría la propaganda rusa. Esto explica el último giro, la declaración de que lo único que se pretendía era «liberar» el sudeste rusófono del país.

La nueva versión del Kremlin no es creíble porque el esfuerzo bélico hace tiempo que debería haberse centrado en esas regiones, precisamente en las que su ejército ha avanzado poco, salvo en el entorno de Crimea. Es difícil saber si solo pretende ganar tiempo y dar una nueva sorpresa en cualquier momento o si es un cambio hacia una estrategia más realista. Tampoco se sabe si pretende dominar la costa del mar de Azov y las provincias del Dombás o todo el territorio al este del Dniéper, frontera «natural», pero que exigiría someter grandes ciudades, algo solo posible con una destrucción y una pérdida de vidas humanas inaceptables.

En una guerra, los ataques a objetivos militares, como centros de entrenamiento, fábricas de armamento o depósitos de combustible o armas, no pueden extrañar, se desarrollen al este o al oeste. No cabe extraer muchas conclusiones de que este fin de semana se hayan producido cerca de Lviv, salvo que Rusia tiene capacidad de realizarlos.

En cualquier caso, Rusia no va a ser derrotada en el campo de batalla y Putin no puede aceptar una paz que suponga retirarse de Crimea, Mariupol y el Dombás. Putin podría caer, pero no es fácil. Rusia no tiene tradición de golpes de estado militares, el único que conoció fue el fallido contra Gorbachov. Una revolución sin partidos organizados en la oposición y sin que se dividan las fuerzas de seguridad y el ejército tampoco es probable y, de producirse, podría ser derrotada. No debe olvidarse el tamaño de Rusia y que posee armas nucleares, tanto la perspectiva de un Putin acorralado como la de una Federación Rusa sumida en el caos inspiran sobre todo temor.

Un armisticio supondría un alivio para la población y el fin de las muertes y la destrucción, pero no de las sanciones. La paz exigiría concesiones ¿Puede aceptar Ucrania pérdidas territoriales? ¿Lo harían la OTAN y la UE? Quizá si los ucranianos las admitiesen, pero esa paz tampoco conduciría a la vuelta a la normalidad. No es probable que los precios de la energía, los precios en general, vayan a bajar a corto plazo, salvo que los países árabes comenzasen a comportarse como amigos, pero parecen buenos seguidores de Palmerston, solo tienen intereses. Tampoco EEUU va a vender el gas a precio de saldo.

Otra secuela del conflicto es la división de la extrema derecha, o el disimulo imposible a que se ha visto forzada. El señor Orbán se ha unido a los «pacifistas» que creen que la paz solo llegará con una victoria rusa y no solo se niega a enviar armas a la resistencia ucraniana, sino también a que pasen por su país. Aquí, Vox se olvida del húngaro y se refugia en los polacos; en Francia e Italia, sus correligionarios tienen que hacer verdaderos ejercicios de contorsionismo. No encuentra menos dificultades la izquierda ensimismada

El alza de los precios de la energía ha provocado en España un grave conflicto adicional. Se confirma que el principal líder de los camioneros autónomos es de Vox y ni siquiera posee un camión, pero el malestar es real, no se trata solo de una conspiración ultraderechista. Lo que ha tardado en salir a la luz, y ya provoca retortijones en los más conspicuos liberales de la derecha, es que el problema de fondo reside en que los camioneros quieren tarifas reguladas, su enemigo es el libre mercado. Veremos si nuestros conservadores siguen apoyando a los que ahogan al gobierno y al país o pasan a oponerse a un nuevo intervencionismo en la economía. En la prensa dominical ya se veían grietas.

Vivimos tiempos a la vez difíciles y complejos, como casi siempre, aunque varíen las circunstancias. La historia es implacable, no se cansa, y con frecuencia depara sorpresas desagradables. Es verdad que, como decimos en Asturias, nunca llovió que non parase, lo malo, si tarda en escampar, son las inundaciones.