Lo urgente y lo importante, lo convincente y lo movilizador

OPINIÓN

Diferentes opciones políticas en un colegio electoral de Oviedo para las elecciones generales
Diferentes opciones políticas en un colegio electoral de Oviedo para las elecciones generales J.L.Cereijido

17 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Un reloj parado da la hora correcta dos veces al día. Llevamos toda la legislatura enredados en encuestas de intención de voto, que tienen muy poco valor cuando no hay elecciones a la vista. Siempre hay dos pulsiones en nuestra conducta: lo que nos pide el cuerpo y la previsión de las consecuencias de nuestros actos. Muchas veces la segunda modera o anula a la primera. Cuando no hay elecciones, expresamos nuestra opinión solo según lo que nos pide el cuerpo, sin previsión de consecuencias, y la imagen resultante puede parecerse poco a la realidad. Por eso estas encuestas tienen poco valor como reflejo de tendencias. Pero por acumulación tienen valor propagandístico y por eso fue sobre todo la prensa conservadora la que se afanó en empapelarnos de gráficas y supuestos repartos de escaños. Parte de su propaganda fue que el Gobierno estaba a punto de caer y que habría elecciones. Tanta encuesta hacía parecer que cada día era la víspera de elecciones. Pero, como los relojes parados, esta matraca acaba coincidiendo con los hechos. Tenía que llegar el momento en que efectivamente hubiera elecciones y el reloj parado diera la hora correcta.

Parece que ahora sí se huelen elecciones. Entramos en el tiempo de aparcar lo importante por lo urgente y lo convincente por lo movilizador. La derecha tiene oficio en distinguir una cosa de la otra. Cuanto más ultra se hace, y ya se salta las chicanes de la democracia a diario, más verdad es lo que siempre fue verdad: que para defender lo que perjudica a la mayoría hay que predicar lo que distrae de lo importante y verdadero e instalar a la gente en urgencias y movilizaciones despistadas.

Pensemos, por ejemplo, en el grave episodio del sabotaje a la administración de justicia, perpetrado por la derecha política desde uno de los poderes del estado y desde la derechona judicial desde otro de los poderes. Los modos y propósitos de la nueva ultraderecha van empapando el tejido de los partidos conservadores normales, porque así lo quiere la oligarquía que los financia y que ya no acepta reglas ni repartos. Uno de los pilares del nuevo autoritarismo es la anulación de la separación de poderes y, singularmente, la intervención del poder judicial. No importa que ahora la UE castigue a Hungría por estas y otras prácticas que la sacan de la democracia. También castigaban la quiebra del cordón sanitario con los ultras y ya hay varios países que se pasean por Bruselas como Pedro por su casa en santa compaña de neofascistas de diversas raleas. Es cuestión de tiempo que la UE considere la separación de poderes como «un punto de vista», respetable como cualquier otro. Para eso tienen una buena recua de cómplices lameculos, como los de El Hormiguero o Masterchef, que van normalizando la barbarie entre risitas y risotadas de pijos. El PP y sus gandules togados están perpetrando esta quiebra del estado desde el supuesto de que no les va a costar votos. Saben que la cesta de la compra y el precio de gas va a ocupar la preocupación de la gente y que tendrán poca motivación para sancionar con su voto lo que ocurra en las altas instituciones del estado, tan importantes y tan lejanas.

La miseria extrema de las dictaduras solo puede ser corregida por las flaquezas de la democracia. Son democracia, corrigen miserias, pero son flaquezas. La única forma de contar la voluntad popular es que cada uno exprese un voto, pero en él no puede haber matices o consideraciones. Solo importa el elemento más motivador, lo demás existe pero no se expresa. Quienes más tienen que ocultar y más financiación e intereses tienen se ocupan de escarbar en las debilidades de la democracia para adulterar su propósito. Así comprenden que el sabotaje ilegal del poder judicial es grave, que la gente lo sabe y que está convencida de su gravedad. Pero saben que en el voto no caben consideraciones ni explicaciones y que lo que pesa es el precio de la comida y el alquiler y la furia que solo quiere un lugar claro donde posarse, y que se puede destrozar el estado de derecho sin que se exprese el problema en el voto popular.

Iván Redondo y Enric Juliana llevan días dando vueltas al asunto de Soria y Siria. Pedro Sánchez se siente fuerte en la política exterior, porque es fuerte. Y es verdad que nos jugamos lo importante en el exterior, en la UE, en el Magreb y en los reajustes geopolíticos derivados de la guerra y el colapso energético. Pero ahora no toca lo importante, toca lo urgente. Seguramente la gente está convencida de la culpabilidad del Rey emérito, de las tropelías de la Iglesia, del robo inmisericorde, continuado e impune del PP. Cualquiera ve y está convencido del diferente trato de la justicia a Griñán (culpable) y Esperanza Aguirre (culpabilísima), a Errejón (inocentísimo) y a Cospedal (culpable hasta el tuétano), a M. Rajoy (culpable, quien quiera que sea) y a Pablo Iglesias (inocente, ya oímos a Ferreras). Pero ahora no toca lo verdadero y lo que nos convence, toca lo que nos moviliza.

La oligarquía, las derechas y su caverna mediática desinforman a diario para que nos movilice lo que no ocurre, para que nos rasquemos donde no pica y para que confundamos la puerta con el tabique. Hace pocos años había una fuerte pulsión y movilización por los desahucios. Ahora hay más alarma por las okupaciones. Los desahucios consistían en sacar a gente humilde de su casa y echarlos literalmente a la calle por no pagar su deuda a bancos poderosos que la habían tramitado con incompetencia (y con engaño; quedé muy sorprendido cuando se reivindicó aquello de la dación en pago; yo tuve una hipoteca y siempre creí que lo inherente al préstamo hipotecario era que el bien adquirido respondía de la deuda; de mí solo sé que no soy tonto, y solo pude asumir esa idea equivocada porque se me engañó). Las okupaciones son asentamientos ilegales de gente humilde en casa ajena. El traslado de la pulsión movilizadora de los desahucios a las okupaciones se hizo a base de propaganda zafia. Es un ejemplo elocuente. Se pasa de la pulsión contra poderosos que desahucian a débiles a la pulsión contra débiles que okupan espaciosos ociosos de poderosos. Pero sobre todo el ejemplo es elocuente en el núcleo de las artimañas de quienes tienen que confundir porque lo que pretenden perjudica a la mayoría: los desahucios eran verdaderos, fueron decenas de miles, los ejecutaron los bancos cuyas malas prácticas provocaron la crisis de la deuda y el rescate que no devolvieron; y las okupaciones son falsas, son un problema marginal en los juzgados y un problema menor en uno de los países más seguros y con menos delincuencia del mundo. Solo tertulianos boceras y la banca March, a través de Securitas Direct y fiel a su historia, inyectan todos los días ese bulo malsano.

El Gobierno se apuntó un tanto con el impuesto al botín de las eléctricas porque eso sí es movilizador. Y poco más. Es bueno que la gente se convenza de lo que es verdad y conozca lo importante. Pero ahora toca Soria, ahora toca lo movilizador. La gente no es tonta ni simple, pero hay algo que exige: sentir que se le habla. Cuando se explican las cosas del mundo, los grandes contextos, las verdades de peso, se hace algo correcto, pero no se está hablando a la gente (talk to me, era la estrategia de los asesores del limitadísimo W. Bush). Y ahora toca hablar en el punto en que la gente siente que se le habla. Hay que hablar de los precios, de mostrar que se lucha y por quién se lucha, de quién va a pagar y que no serán otra vez los mismos. El éxito de Salvador Illa no fue su gestión, fue que la gente sintiera que se le hablaba. La papeleta solo permite el voto sin consideraciones.

Y por cierto, las tácticas para que Podemos o IU pinten más o menos dentro de Unidas Podemos o Unidades Podemos pinte más o menos en Sumar o, peor aún, esté fuera de Sumar con «su propio proyecto» y todas estas lindezas tan de izquierdas no son ni importantes ni movilizadoras. Son una bofetada en toda regla a los más débiles.