De comunistas y fascistas

OPINIÓN

Jesús Hellín | EUROPAPRESS

18 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Aclaración indeclinable: Aunque un axioma no ha de demostrarse porque es evidente, se intentará somera y llanamente hacerlo con los dos axiomas que se explicitan en esta columna, y ello es obligado porque los axiomas están siendo degradados a la condición de doxa: la esfericidad de la Tierra, la evolución de las especies por selección natural, los crímenes de género o los resultados electorales en democracias asentadas y transparentes.

Axioma Primero (De comunistas): Inmediatamente hemos de rechazar, pero de un modo absoluto, frontal, categórico, que ningún político español, u occidental, que se defina como comunista sea un comunista verdadero. Acorde con el repertorio musical de Trump, se vocifera que el Gobierno de Sánchez es social-comunista, y se hace hincapié en ello reiteradamente con el propósito de demonizarlo, deslegitimarlo, hecho gravísimo por cuanto en el ánimo de los instigadores está remitir esta imagen, en el imaginario colectivo, a la del Frente Popular de la Segunda República y que, en consecuencia, al igual que se procedió a partir de 1936, hay que liquidarlo, argumentando cínicamente que el objetivo es salvar a la mismísima democracia (en 1936, salvar a la patria), siendo bien al contrario que estos juglares gritan demagogias porque están en la creencia de que el poder les pertenece por la larguísima tradición antiliberal de este país. 

Usemos la lupa para captar la desconexión entre el comunismo marxista «teórico» y el comunismo español «práctico». En dieciséis palabras: Marx proponía erradicar la división de las clases sociales y alcanzar un mundo de iguales: comunidad. Entonces, los comunistas de este país, hoy, para ser comunistas, tendrían que, de estar en el poder, prohibir la propiedad privada e implantar la dictadura del pueblo (ni cabría a estas alturas el sintagma «dictadura del proletariado»). Por lo tanto, seríamos expulsados de la UE. Por lo tanto, el Estado entraría en bancarrota. Y no necesitamos anotar otros horrores, siendo el principal una nueva guerra civil, a la que tan adictos somos.

El marxismo es una utopía (como lo fue el gobierno de los filósofos de Platón) que se construyó, y hablamos solo de Occidente, sobre los cuerpos destrozados de los humildes por los a-fortunados desde el Neolítico, con picos desquiciados: el esclavismo de la Antigüedad Clásica y la explotación fabril de la Era Industrial. ¿Por qué es una utopía?: porque es imposible. El ser del hombre es poseer. Poseer es querer poseer más: todo lo que se pueda poseer. Esto es el capitalismo. Lo que no es utopía es frenar por ley, no por fuerza, los excesos de ese capitalismo y dignificar a los humildes, que es exactamente lo que, más o menos, está haciendo este Gobierno social-comunista-totalitario, a decir de unos impíos trumpistas-ayusistas y a sentir de tantos candorosos crédulos que sepultan la reflexión con los primarios sentimientos.

El raquítico «corpus» de saberes no deja a los extremosos otra salida que el nacionalismo populista que, desde el arreón de 2016 en EE.UU., está agujereando los cerebros del gentío que no quiere dejar de serlo porque en el interior de él los aullidos de odio son coreados y reforzados, al igual que en los campos de fútbol, o en cualesquiera otros escenarios donde el fanatismo succiona el neocórtex. 

Es decir, los comunistas nuestros no son comunistas. Pero si no son comunistas, ¿qué son? Son socialistas. Pero entonces, ¿qué son los socialistas del PSOE. Son socialdemócratas con inclinaciones liberales. Los significantes de los siglos XlX y XX siguen vigentes en este, pero no sus significados.

Si lo antedicho es cierto, ¿por qué el PP, Vox, Ciudadanos y millones de otros ciudadanos sin capital apreciable están convencidos de que el Consejo de Ministros está tejiendo un régimen en la estela del venezolano, cubano o nicaragüense. Por descontado que las cabezas que asoman en el PP y Ciudadanos saben que ese régimen no se está tejiendo. Su cinismo tiene un fin: que repetir y repetir lemas de tal desvergüenza y, sobremanera, desestabilizadores, es inocular pánico, muy específicamente a la tropa, en proceso expansivo continuo, adherida cuan pollos sin cabeza a las corrientes conspiracionistas venidas desde el otro lado del Atlántico y ya globales: los microchips en las vacunas contra el covid, la matanza de niños en una escuela gringa que fue solo un montaje, el pucherazo electoral del 2000 y la deriva comunista de EE.UU., el atraco a Bolsonaro, Ayuso adalid de la libertad, la toma de La Moncloa por los rojos, etcétera, etcétera.

Si se cree en los mercachifles «influyentes» de las redes de araña, en las patrañas e injurias sin medida que se dan por dentro de una atmósfera política desestabilizadora en la que cuanto peor esté el país, mejor, una atmósfera propiciatoria para que la jauría comulgue con: este es un Gobierno que está destruyendo «nuestra» patria, «nuestros»  (involucionistas) valores. Aprovechando que el viento sopla de popa, estos fantasmas venidos de las catacumbas nos anuncian la buena nueva: el fascismo ha vuelto, gracias a Dios (el falso, no el que niega su Reino a los ricos, ese falso becerro de oro apodado Dinero).

Axioma Segundo (De fascistas): Justamente a la inversa, en el fascismo, que este año cumple su glorioso centenario (Mussolini, Roma), concuerdan los dos elementos del signo lingüístico saussuriano. Es decir, el sonido de las sílabas «fas-cis-mo» nos arranca del profundo cerebro las imágenes que registran el aplastamiento de los derechos civiles elementales, pero no en el Mundo, donde el fascismo y el comunismo son la norma, sino en Occidente. Y esto es lo contingente.

Como las luces del hombre posmoderno tienen el alcance de una vela de mesita, el desborde de la mancha fascista inquieta en la Unión Europa y en las naciones del Mundo que aún sobreviven con el ideal aristotélico de que la política ha de ser virtuosa. Más todavía: da miedo. La degradación material y moral de una mínima solidaridad con los infelices está en el propósito de bajar impuestos (Gran Bretaña, en bancarrota y de huelga en huelga, rectificó) y restar servicios que suponen la vida o la muerte de los infelices. La degradación material y moral está en culpar a esos infelices de serlo, de ser parásitos. ¿Cómo va un feliz, que lo es por su hercúleo sacrificio, un simpar «hecho a sí mismo», subvencionar electricidad, transportes…, o elevar las pensiones más de un 8%? El darwinismo social no es de hoy, pero es más nauseabundo que el de ayer.

De aquí se desprende una contradicción: ¿por qué hay multitud de infelices que apoyan a quienes les maltratan, de una manera similar a los charnegos que se hacen independentistas cuando el catalán de «pura raza» lo desprecia y de él se sirve, en lo económico y en lo político? Quizá el interrogante se pueda disolver contestando que, de no ser contradictorio el animal hombre, no estaríamos planteando esta cuestión.

Esto va en serio, muy en serio. PP, Vox y Ciudadanos están intentando secuestrar la soberanía popular que se delega en las Cortes Generales, principio basal de una democracia, para entregársela al colectivo de jueces de su andar (mayoría porque fueron nombrados por Rajoy hace 9 años: récord). Como este triplete parte de uno de los principios populistas más desalmados, cual es que el Gobierno de coalición es ilegítimo, el siguiente paso lógico es tachar asimismo de ilegítimo el foro donde se halla esa soberanía, por lo que hay que sojuzgarlo (el pasado jueves el Parlamento y mañana el Senado) impidiendo que legisle.

Esta intentona golpista (es irreal pretender que no es un golpe a causa de la magnitud que transmite; el Estado de Derecho está amenazado) es el ataque más frontal y preocupante contra la democracia desde Tejero; de hecho, es un «tejerazo». El poco acierto, pero no ilegal, y Aznar ya recurrió a él, del Gobierno de tramitar la reforma del Código Penal y las mayorías para elegir a los magistrados garantes por vía de proposición, no de proyecto de ley, ha de ser juzgada por los ciudadanos en las urnas (así también la reforma de los delitos de sedición y de malversación), no por el Alto Tribunal que tiene por misión primordial dirimir si las leyes aprobadas por el legislativo son constitucionales o no, pero cuando sean alumbradas, no antes de nacer, de ser siquiera cigoto.

No debe sorprender que la derecha, que está disputando a Vox la hegemonía ultra, quiera romper el calificado con bajeza «Régimen del 78», emulando a los nazis catalanes de 2017, pidiendo al Constitucional que frene al primer poder del Estado. Incluso, pese a parecerlo, tampoco debe sorprender que el tercer poder haya admitido el recurso extremista de un Feijoo que ha dejado a Pablo Casado a su izquierda por mandamiento del capo del partido (Ayuso), porque los jueces y magistrados del TC y del CGPJ son mayoritariamente conservadores y conservar su caducado mandato quieren. La prevaricación está agazapa. Veamos el asunto un poco más de cerca.

Ni el PSOE ni el PP están legitimados para zaherirse por la politización de la judicatura, pues cuando gobierna uno de los dos nombra a una mayoría de su palo, y cuando gobierno el otro, al suyo. Esto es inadmisible, pero es el juego al que se prestan, aquí y en EE.UU., por ejemplo. Lo que sucede es que el PP hace trampa. Los socialistas siempre respetaron las reglas. Los populares, en cambio, llevan cuatro años incumpliéndolas con su negativa a renovar el CGPJ, y cuatro meses el Constitucional. Y es la tercera vez que se enrocan en este anti constitucionalismo: se lo hicieron a Felipe González y a Zapatero. No nos es posible no reconocer que el Ejecutivo, harto de ser burlado por Casado primero y por Feijoo-Ayuso después, haya arbitrado alguna medida desmedida, pero obligado por la reiteración en el incumplimiento de aquellos de la Carta Magna.

En definitiva, pretender que el Constitucional cercene el parlamentarismo es sinónimo de asonada sin militares (en los cuarteles, muchos se estarán frotando las manos). O sea, el fascismo se ha colado en el Parlamento, en la justicia, en los medios, en las redes, en los púlpitos, en cualesquiera rendijas por las que la negritud de esta ideología quepa, en tanto en cuanto una democracia deja de serlo guillotinando a Montesquieu. Que unos magistrados suplanten la soberanía de los votantes solo un vocablo lo aclara: totalitarismo. Al poder dirimir si una ley que se va a debatir en las Cortes es o no constitucional, antes de su aprobación, es guillotinar la Constitución por quienes deben defenderla.    

(Si usted no puede pagarse la sanidad privada, pero la buena de la buena, no vote a los que hoy gobiernan en Madrid y Cataluña. Ahora bien, si usted está convencido -de un modo no disímil a como creen millones de estadounidenses que Donald Trump sigue siendo su presidente, o a los cientos de miles que sostienen lo mismo de Carlos Puigdemont- de que en España los comunistas con propiedades -Galapagar, etcétera-, con el necesario apoyo de los socialistas con propiedades -patrimonios millonarios en número creciente, etcétera-, van a abolir la propiedad privada, salvo la propia, y a comerse a los bebés de las familias pijas y erizar el territorio de gulags, vote sin dudarlo a sus opuestos, que, aunque dejen la sanidad pública jibarizada para que usted y los suyos la palmen con premura, bien vale la pena tal sacrificio de sangre, que hasta los obispos patrios propondrán al Vaticano que usted y los suyos sean elevados a los altares, naturalmente una vez que Satanás se lleve a su colega el «rojo» Francisco).