La otra pasión turca

OPINIÓN

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14 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Coincidieron las fechas a mediados del mes pasado: las de la publicación de los artículos «Las grasas son eróticas», «Más sobre cuerpos y grasas», y la recomendación del Ministerio español de Asuntos Exteriores sobre la máxima y necesaria precaución en los desplazamientos a Turquía para intervenciones estéticas, en especial, para cirugías de obesidad y de implantes capilares. En la recomendación ministerial se dio cuenta de muertes ocurridas a españoles y españolas por incompletos cuidados médicos en la península euro-asiática, gobernada por el nuevo sultán Erdogán, el musulmán.  

Aquí, en La Voz, ya escribimos de la industria próspera de «rectificación de cuerpos empezando por los morros». Y es un problema, como escribiremos a continuación, que la mejor cirugía estética, con excelentes resultados en clínicas o centros especializados, de alto nivel y en importantes capitales (Madrid y Barcelona), sea tan selectiva, muy exclusiva por su elevado precio. 

Sigo pensando en los cuerpos, tan importantes, que son mucho más que anatomías de músculos y huesos del esqueleto, pues nos servimos todos de ellos (los cuerpos) para colocar adornos, pintarlos, taparlos o mostrarlos desnudos, para comunicarnos, relacionarnos, y teniendo hasta un lenguaje propio, el llamado «lenguaje corporal».

Prueba de su importancia es que «el Verbo se hiciera carne» (o Dios mismo dentro de la materia corporal). Cuerpos de humanos, de hombres y mujeres, ideales por su perfección en pinturas y esculturas en el Renacimiento y Barroco; y cuerpos humanos de hombres y mujeres perturbadores e inquietantes en la Modernidad artística y en el realismo de ahora mismo, desde principios del siglo XX a hoy. Y no puedo dejar de pensar en lo más trágico de los mismos cuerpos, en el mío también naturalmente, que es esa segura alternativa, producido el fallecimiento: que el cuerpo se pudra o que se queme.

Es natural la lucha humana por y para la conservación del cuerpo, pues eso forma parte, más o menos, del llamado instinto de conservación. Por ello son tan importantes las intervenciones físicas y/o médicas contra los deterioros corporales, tan visibles, a causa del trascurrir del tiempo y el envejecimiento, camino hacia el fin de vida. Intervenciones de la llamada «cirugía estética», también denominada «la intervención quirúrgica de tipo cosmético». Y recuerdo ahora el paralelismo que hizo el escritor argentino, Borges, entre lo cosmético del orbe en cuanto orden del universo (Cosmos) y la cosmética aplicada a la cara para su pequeño orden. Y es que donde no hay cosmética, inevitablemente, surgirá el caos.

Me llama la atención esa importante cirugía denominada estética, la cual, por ser tal, es de la belleza, sustantivo femenino y de los masculinos embeleso o/y encanto:

A: Me llama la atención por lo que presupone de obsesión corporal o de lucha contra los inevitables envejecimientos, la caída del cabello y contra la flaccidez, que es blandura en la vejez lo que fue tiesura en la juventud. No es extraño que las demandas de intervenciones de cirugía estética aumenten y que ya exista alguna clínica odontológica que en folletos publicitarios anuncie la realización de todo tipo de implantes, desde los peribucales, normales, hasta los capilares, pareciéndome esto último tremendo, muy tremendo, y comentándome eso mi peluquero, al que llaman también estilista.   

B: Me llama la atención por lo que supone de extravío mental, incluidas las adicciones, pues los adefesios resultantes de baratas intervenciones corporales por razones estéticas no se aprecian por las o los «intervenidos», que suelen verse «preciosos y rejuvenecidos». Los cambios corporales por la cirugía estética, en la mala cirugía cosmética, suelen ser apreciados por los que miran, habiendo dificultades de reconocimiento a quien antes fue de otra manera. Y en esto todos engañan, hasta los fidedignos espejos.

C: Me llama la atención por lo que supone de exclusivismo y de ser muy selectiva la mejor cirugía estética, y cuyos costes son muy elevados y sin seguros que valgan. Surge ahora el viejo tema de las clases sociales: unas, las adineradas, que pueden ir a prestigiosas clínicas y otras, por falta de dinero, que se han de quedare en lo local o viajando a sitios como a Turquía, siendo muy peligrosa, allí o aquí, la cirugía estética barata o low cost. De la sanidad pública en este tipo de cirugía más vale no hablar.  

Esta, la pasión turca, la de ir a Estambul, para reducir barrigas y quitar grasas o para implantar cuello cabelludo, uno y lo otro a low cost, es la última, la de ahora mismo. Antes hubo otras, otras pasiones turcas.

Pasión turca fue la de algunos exquisitos y románticos, atraídos por la llamada Constantinopla, fundada por el Emperador Constantino, hijo de santa y antes tabernera. En verdad que fue más pasión bizantina que turca, pues fue primero la ciudad griega de Bizancio, más tarde fue Constantinopla y después, hasta ahora, Estambul. Esta, una Ciudad sultana y de sultanes, a los dos lados del Mar (Mármara), estando a un lado Europa y al otro Asia.

Pasión romántica por Constantinopla, también llamada la Urbs, por ser la Nueva Roma, siendo la otra Roma, la de siempre, la capital de la pars occidentalis del Imperio romano, y siendo Constantinopla la capital de la pars orientalis del mismo Imperio. Y de la antigua Bizancio surgió el concepto y la práctica del «bizantinismo», tan importante en lo político y en lo religioso, que llega hasta hoy, como pudo verse el pasado día seis de Mayo en la aparatosa ceremonia de Coronación del Rey inglés, con cetros y el orbe, como los que lució hace siglos Justiniano.

Pasión genuinamente turca fue la del escritor manchego Antonio Gala, que en el año 1993 publicó una novela que tituló La Pasión turca, editada por Planeta, costando cada ejemplar 2.200 pesetas, y que, como todo lo escrito por Gala, tuvo enorme éxito, para envidia de muchos. Novela de amor, erótica por los éxtasis sexuales, en que la protagonista femenina, Desideria Oliván, mujer de Huesca, en primera persona cuenta sus dichas y desdichas amatorias en Estambul.         

El 26 de diciembre del año 2021, también aquí en La Voz pregunté: ¿Qué es de Antonio Gala?, al que sigo «echando en falta», tan silente desde que en 2015 dejo de escribir en el diario El Mundo (La Tronera), y recordando ahora sus escritos anteriores en El País dominical bajo el título de Carta a los herederos y Cuaderno de la Dama de Otoño, también en el diario El Independiente, así como en el efímero Semanario Independiente La Estrella, titulando sus escritos Crónicas del jardín. En uno de estos últimos que tituló, precisamente, El Cuerpo, y que adorna con sensualidad una pintura de Tintoretto (1555), escribió: «Para bien o para mal, ahora estoy seria e insondablemente de acuerdo con mi cuerpo. Y dialogo con él, o él dialoga conmigo, satisfecho de que seamos de un modo arrebatado, sutil y confundible…Amo mis manos, mis ojos, mi torso, y amo…».

 Bien merecería seguir recordando a Antonio Gala con más artículos, que, seguramente, estará descansando en la finca La Baltasara, allá por tierras del Sur, en Alhaurín el Grande, sintiéndome colocando más cerca de su amigo Andrés Amorós, que de su contradictor Paco Umbral, quien en sus Memorias o Trilogía de Madrid (Planeta 1984) llamó mentiroso a Gala, por «presumir de varias carreras que no tenía» y por presumir ser de una Córdoba lejana, habiendo nacido en Abrazatortas, en Ciudad Real.

En una entrevista publicada en el Magazine del Mundo, previa a la publicación del libro Los papeles del agua, dijo el manchego: «Quiero morir vivo, y si esto va a transformarse en algo vegetativo e inerte que ya no pueda llamarse vida, por encima de todo quiero desaparecer». Después de esa afirmación pregunto: ¿Antonio Gala estará en la actualidad vivo aún para morir?

Y escribiendo de pasiones turcas de los demás, acaso deba escribir de mi pasión turca, muy de Estambul. Es contemplar la danza en directo de los derviches turcos. Una danza de difícil éxtasis, por medio de un continuo giro en el nombre de Alá, siendo también un movimiento circular al son de la música sufí, girando en sentido contrario a las agujas del reloj. Y si escribo de éxtasis místico a través de la danza, se destaca lo corporal, el cuerpo físico, en cuanto elemento central o necesario para la unión con Dios, y ello tanto en la mística sufí como en las demás místicas, también en la cristiana (Santa Teresa y su cuerpo, asunto muy importante). 

O sea, sin cuerpo, parece que Dios no permite acercarse ni unirse a él de manera mística, acaso porque también a Dios gustan los cuerpos, y las almas solas, le aburran.