Carta a un libro

OPINIÓN

Pilar Canicoba

09 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Muy apreciado libro:

No es suficiente con darte las gracias. Es más, cometería traición y me convertiría en un miserable si no te revelase toda la verdad, una verdad que en estos momentos en los que redacto esta carta me avergüenza de tal manera que no sólo es inmoral camuflarla bajo un «gracias», sino que supone para mí un sentimiento de culpa equiparable al que pueda atenazar a un criminal arrepentido.

Hasta leerte estaba en la cuenta de que lo natural, lo que la naturaleza dictaba, era el papel subalterno que se había adjudicado a las mujeres en la trama de la tragedia de la vida, primero oral, luego escrita, siempre en práctica y de orígenes indeterminados, porque indeterminados son los orígenes del hombre en cuanto hombre.

Pero tras las 297 páginas en las que tu autora, Rosario Villajos, nos habla desde el infierno de su alter ego, Catalina, me desplomé. En realidad, me fui desplomando poco a poco, al ritmo de las embestidas que sufre Catalina, ya limitada por las advertencias que le han repetido sus padres «desde que vino al mundo», «que no hable con extraños y, sobre todo, que no se fíe de los hombres, porque todos tienen una cosa en común: que sólo quieren esa cosa».

Y tengo que confesarte, apreciado libro, con desgarro y lágrimas en los ojos, que hasta que no te encontré yo era de los que «sólo quieren esa cosa», sin miramientos, sin consideración alguna hacia los sentimientos de los objetos de deseo, porque «esa cosa» estaba inscrita en la doble hélice, una suerte de premio por ser varón, lo que conlleva, necesariamente, que la hembra sea trofeo. Pero, todavía peor: en paralelo a las angustias y miedos ciertos de los que das fe que siente la protagonista, en España, desde la Castilla norteña hasta la sureña Andalucía, desde la Extremadura poniente hasta el Levante peninsular, con ramificaciones en la costa cantábrica, los poderes públicos, los que tienen la sagrada obligación de proteger, de que las mujeres sean personas inviolables, están desmontando esa sagrada protección porque niegan las afrentas constantes que reciben ellas, sinónimas de receptáculos.

Lo que te quiero decir, muy apreciado libro, es que lo que parecía increíble, absolutamente increíble, era un regreso del siniestro pasado, en el que la sexualidad, muy particularmente la femenina, era un anatema, pecado mortal. Pensábamos que no iban a volver, y ni mucho menos imaginábamos que algunos de los que están en el presente se aliarían con los engendros que, inopinadamente, surgieron de los abismos. Habíamos sellado las simas que comunicaban con el inframundo, perfectamente sellado, y ello nos dio una seguridad que impidió que sospecháramos que los monstruos siempre son capaces de abrir otras grietas. Olvidamos que así es como se hace la Historia. Si se desdeña esta lección básica, ¿de qué extrañarse?

El profesor de gimnasia («La educación física» te tituló tu creadora) aprovecha algunos ejercicios para toquetear a Catalina; algunos de sus compañeros de instituto no tienen ideas distintas acerca de la razón de ser del «sexo débil»; el padre de una compañera la besuquea… Por eso te entiendo, libro, cuando cuentas cómo la chica huye un domingo por la tarde de la parcela de su amiga donde está pasando el día y se pone a hacer autostop para refugiarse lo más rápido que pueda en su piso, en la ciudad.

Sin embargo, por si fuera poco, los temores que la sacuden por el riesgo que corre por correr de ese padre dan el salto al pánico porque estaba aún vívido lo ocurrido en Alcácer, donde tres adolescentes, Miriam, Toñi y Desireé, desaparecidas también cuando hacían autostop, fueron halladas asesinadas: antes fueron reiteradamente violadas y torturadas por hombres que «no» eran parientes suyas, y pongo el acento en este hecho porque, de un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda llamar violencia intrafamiliar a la violencia de género; llamar e incluso firmar acuerdos de gobierno, e incluso por mujeres, e incluso por mujeres que hasta ayer abominaban de esa violencia machista. Es decir, como al parecer no éramos nosotros suficientes, se nos unen mujeres para apuñalar por la espalda a mujeres.

Este clima de angustia en el que me sumergiste, apreciado libro, es el que finalmente me ha hecho comprender que «a la mujer se le da una geografía, una frontera que no debe rebasar si no quiere correr peligro», porque sus formas son «pecaminosas». En este sentido, quiero hacerte una reflexión: Huntington se equivocó al hablar de «choque de civilizaciones», al igual que Fukuyama con el «fin de la historia». Desde mi limitado entendimiento, libro querido, a Fukuyama lo desmienten la América que ha entrado en guerra consigo misma y la Rusia demencial, y son solo dos casos entre muchos. En cuanto a Huntington, ha quedado obsoleta la contraposición Oriente-Occidente, pues con sólo fijarnos en la persecución con que aquí hemos emprendido contra las mujeres y los colectivos no «normativos», la sharía, un sucedáneo de la sharía, ha iniciado el proceso de equiparación entre la órbita occidental y la oriental. Estimo, entonces, y me encantaría conocer tu opinión al respecto, que el verdadero y único choque se da entre el puritanismo y la libertad, entre quienes castran al prójimo y quienes aman al prójimo.

No queriendo hacerte perder más tiempo con mis conjeturas, me despido de ti con un agradecimiento indecible, impagable, no en balde he sido rehén del oscurantismo y observó con estupor y rabia cómo tantos otros están siendo hoy <<secuestrados>> por esas tenebrosas ideas. Así pues, eternamente deudor tuyo soy,

E.G.M.

PD: Felicita, por favor, de mi parte a Rosario Villajos por el muy merecido Premio Biblioteca Breve 2023 de Seix Barral que recibió por un texto que debería ser de obligada lectura en la enseñanza pública, porque en la privada sería arrojado a las llamas, que es lo que está, sorpresiva y escandalosamente, pasando con otras manifestaciones culturales «degeneradas», término central de la exitosa propaganda del nacionalsocialismo.