Las derechas y la libertad de cátedra

OPINIÓN

Los líderes del PP en Aragón, Jorge Azcón, y de Vox, Alejandro Nolasco, se saludan en los pasillos de las Cortes
Los líderes del PP en Aragón, Jorge Azcón, y de Vox, Alejandro Nolasco, se saludan en los pasillos de las Cortes Javier Cebollada | EFE

09 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

No ha sido demasiado comentado el apartado sobre educación del acuerdo de gobierno PP-Vox en Aragón, que señala: «Reforzaremos la inspección educativa para preservar la calidad de la enseñanza, sacando la ideología de las aulas y permitiendo que los padres elijan la educación de sus hijos». Es difícil saber qué significa «que los padres elijan la educación de sus hijos». No es posible ni sería nunca deseable que vayan a decidir qué se imparte en cada materia, en parte por ignorancia, no creo que haya muchos que puedan opinar con solvencia sobre todo, y también porque nunca habrá unanimidades, pero el profesorado no podrá dar sus clases a la carta. Por otra parte, la tontería también se extiende por España y, aunque no parece que sean muchos los creacionistas o los terraplanistas, por poner un par de ejemplos, no sería razonable que el Estado pagase con los impuestos de todos la difusión de la estupidez entre la infancia y la juventud. Los planes de estudio y las líneas fundamentales de las materias se aprueban ahora por el ministerio y las comunidades autónomas, las profesoras y profesores tienen autonomía para plantearlas y buscar los recursos didácticos más adecuados, pero dentro de los parámetros establecidos, no cabe en el sistema una enseñanza arbitraria.

De todas formas, lo más preocupante es la intención de sacar la ideología de las aulas, un eufemismo para encubrir el deseo de imponer la suya. El artículo 20 de la Constitución reconoce como un derecho y protege la libertad de cátedra ¿cómo quieren limitarla? ¿Qué es ideología para ellos? Supongo que sobran ejemplos en Rusia, Hungría, donde el control ideológico por parte de los que quieren «eliminar la ideología» ya ha llegado a la universidad, o los estados republicanos más reaccionarios de Estados Unidos, país en el que la censura ultraconservadora se combina con una absurda concepción de lo políticamente correcto, que quiere excluir de las aulas todo lo que pueda resultar desagradable para los hipersensibles jóvenes actuales. En el franquismo, si alguien se definía como «apolítico» solía ser un entusiasta del régimen, lo suyo no era ideología, eran las cosas como deben ser, por eso el dictador le dijo a Sainz Rodríguez la famosa boutade de «haga usted como yo, no se meta en política». Los neofranquistas actuales van por el mismo camino.

El conflicto de las derechas españolas con la libertad de enseñanza, que era el nombre que se le daba hasta la Transición a la libertad de cátedra y después transformaron para convertirlo en la obligación del Estado de pagar la enseñanza privada, tiene profundas raíces. Leía ayer, en un periódico de 1821, como, en diciembre de ese año, los ultras de la época, absolutistas defensores de la Inquisición, habían asaltado la casa de un maestro de Palencia, Don Manuel Iglesias, «hombre de ilustración y buenos principios», en busca de «libros que llamaban de la república, diciendo que contenían una doctrina de judíos; y hallados los que buscaban hicieron pedazos un gran número de ellos, y robaron otros».

El pobre maestro vio su casa destrozada y su biblioteca destruida, pero logró esconderse y escapar a una paliza o quizá a la muerte. Los libros «judíos» y«republicanos» eran la Constitución, el Catecismo y catón constitucionales, el de Fleury y El Amigo de los Niños. Fleury era un cisterciense, confesor de Luis XV y preceptor de sus hijos, autor, en 1679, de un famoso Catecismo. Supongo que los brutos librófobos solo podrían sospechar de Fleury porque era francés, pero ya se habrían encargado los clérigos integristas de apuntarles su nombre, para ese sector de la iglesia era un peligroso «jansenista». Dos años después, en 1823, Fernando VII mostraría el camino de la represión a Franco, asombra la similitud de los instrumentos e incluso de los discursos, incluida la inquina contra los maestros. Manuel Iglesias fue expulsado de su escuela y encarcelado, cuando recobró la libertad se vio obligado a abandonar la ciudad.

Si dejamos de lado la dictadura del general Franco y el reinado de su maestro Fernando, el más sonado de los ataques contra la libertad de cátedra fue el perpetrado por el ministro Manuel Orovio en 1875. «El hecho positivo del modo de ser, del modo de creer, del modo de pensar y de vivir de un pueblo es el fundamento en que debe apoyarse la legislación que se le aplique. Por desconocer estos principios hemos visto y sentido recientemente males sin cuento. En el orden moral y religioso, invocando la libertad más absoluta, se ha venido a tiranizar a la inmensa mayoría del pueblo español, que siendo católica tiene derecho, según los modernos sistemas políticos fundados precisamente en las mayorías, a que la enseñanza oficial que sostiene y paga esté en armonía con sus aspiraciones y creencias.

La libertad de enseñanza de que hoy disfruta el país, y que el Gobierno respeta, abre a la ciencia ancho campo para desenvolverse ampliamente sin obstáculos ni trabas que embaracen su acción, y a todos los ciudadanos los medios de educar a sus hijos según sus deseos y hasta sus caprichos; pero cuando la mayoría y casi la totalidad de los españoles es católica y el Estado es católico, la enseñanza oficial debe obedecer a este principio, sujetándose a todas sus consecuencias. Partiendo de esta base, el Gobierno no puede consentir que en las cátedras sostenidas por el Estado se explique contra un dogma que es la verdad social de nuestra patria». Las mismas máximas se aplicarían a la monarquía.

Serviría ese texto para reflexionar, una vez más, sobre el riesgo de convertir la democracia en una dictadura de la mayoría, pero conviene centrarse ahora en el tema de la libertad de cátedra. Le respondieron varios catedráticos de universidad, en una carta redactada por Gumersindo de Azcárate: «Se pretende que en la cátedra no podrá exponerse principio alguno que no esté dentro del «dogma católico», «de la sana moral» y de los fundamentos de la “monarquía constitucional”, ni enseñarse nada que conduzca a lo que la circular llama «funestos errores sociales». Pues bien, Excmo. Señor; los exponentes estiman que en conciencia no deben, y por tanto no pueden, aceptar estos límites ni sujetarse a ellos.

No hay ciencia, cualquiera que ella sea, que deje de relacionarse, más o menos remotamente, con alguno de los dogmas del catolicismo, dado que éste encierra dentro de sí todo un sistema de principios con los que aspira a explicarlo todo: Dios, el hombre y el mundo; y por tanto el Profesor que tal límite aceptara, se vería obligado a dividir su tiempo y su trabajo entre el estudio del dogma y el de la ciencia que enseña; a hacer ante sus alumnos una combinación extraña de argumentos de autoridad con argumentos de razón, con que vendrían a la postre a caer en desprestigio la religión y la ciencia (...). Los exponentes se ven obligados a manifestar respetuosamente a V. E. que no pueden aceptar la censura creada por las disposiciones de V. E.; ni renunciar a la independencia con que hasta el presente han venido investigando y enseñando la verdad, y con la que por lo mismo se proponen continuar desempeñando su cargo; ni someterse, por tanto, a los límites que quedan expuestos y que estiman tan incompatibles con la dignidad de la ciencia y de su ministerio, como imposibles de ejecutar». 

Francisco Giner de los Ríos fue encarcelado, Azcárate desterrado, los dos, y otros muchos, separados de sus cátedras. Lo que un gobierno intolerante despreció sirvió para crear la Institución Libre de Enseñanza, la llegada de los liberales al poder en 1881 permitiría el retorno de los catedráticos a la universidad. Hoy nos protege la Constitución, es de esperar que los sindicatos y los partidos democráticos se esfuercen en conseguir que se cumpla lo que dispone, pero hay una pesadilla posible y es que una mayoría ultraconservadora pudiese hacerse con el control del parlamento y, gracias a ello, del Consejo del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional.

Habría que confiar en la profesionalidad e independencia de los jueces, pero, a veces, da la impresión de que el Derecho se parece demasiado a la Teología y en la interpretación de los textos sagrados, en este caso la Constitución y las leyes, cabe cualquier posibilidad. Como señalaba Voltaire, los cristianos estuvieron asesinándose durante siglos por la interpretación de unos párrafos, los musulmanes lo hacen todavía, los judíos parecen ir por ese camino. La hermenéutica puede ser peligrosísima.