Limpieza étnica a las puertas de Europa con la complicidad de la «comunidad internacional»

OPINIÓN

Armenios habitantes de Nagorno Karabaj abandonan el territorio en un camión.
Armenios habitantes de Nagorno Karabaj abandonan el territorio en un camión. IRAKLI GEDENIDZE | REUTERS

04 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos días el mundo mira para otro lado mientras decenas de miles de armenios abandonan sus hogares y pertenencias sin esperanzas de volver. Su destino es convertirse en refugiados en un país pobre, que padece una grave crisis económica y en el que, además de la dificultad para encontrar donde alojarse, el paro es ya elevado y difícilmente podrán lograr medios de subsistencia dignos. Nagorno Karabaj, la región donde vivían, había sido convertida por la URSS en un óblast autónomo de la república de Azerbaiyán.

El capricho de las fronteras administrativas soviéticas, como la cesión a Ucrania del óblast de Crimea en 1954, tenía una repercusión muy relativa sobre sus habitantes. Todos pertenecían a la URSS y, dentro de ella, la autonomía real de las repúblicas azerí o ucraniana era lo suficientemente escasa como para no ser vista como una amenaza por los armenios o rusos que habitaban mayoritariamente esas provincias, a su vez, formalmente autónomas, lo que no evitó reiteradas peticiones armenias para que Nagorno Karabaj se integrase en su república. El problema surgió con la desorganizada disolución de la URSS y la conversión de sus límites administrativos en fronteras internacionales.

En su lado más próximo, Nagorno Karabaj está situado a unos 20 kilómetros de la Armenia independiente. En 1988, su parlamento regional acordó la unificación con Armenia, que fue respaldada por la población en un referéndum, pero rechazada por Azerbaiyán. Comenzó así la primera guerra de Nagorno Karabaj, en la que los armenios lograron unir los dos territorios por la carretera del llamado corredor de Lachín.

Este conflicto provocó que miles de armenios tuvieran que abandonar Bakú y otras ciudades de Azerbaiyán, en medio de ataques violentos, y que lo mismo hiciesen millares de azeríes que residían en zona armenia. El alto el fuego de 1994 solo detuvo temporalmente los choques armados, pero continuó la tensión entre ambos países.

Turquía cerró sus fronteras con Armenia, lo que provocó graves problemas económicos al país, solo abierto desde entonces a Georgia e Irán. Rusia protegió durante unos años a Armenia, hasta que esta decidió acercarse a occidente y, además, se produjo la invasión de Ucrania, la prioridad para Putin, que tampoco desea enemistarse con Turquía y Azerbaiyán.

El conflicto recuerda mucho al de Kosovo, provincia serbia de población mayoritariamente albanesa, pero en 1999 Estados Unidos, la «comunidad internacional», decidió que las fronteras administrativas de la antigua Yugoslavia no eran sagradas y podían romperse, con lo que intervino la OTAN y Kosovo acabó convirtiéndose en un Estado independiente reconocido ya por 98 países, aunque Rusia veta su ingreso en la ONU.

Refugiados de Nagorno Karabaj llegan al centro humanitario de Kornidzor (Armenia).
Refugiados de Nagorno Karabaj llegan al centro humanitario de Kornidzor (Armenia). IRAKLI GEDENIDZE | REUTERS

Armenia pertenece al Consejo de Europa y la mayor parte de la población desea su integración en la UE. Tempranamente cristianizado, en el siglo IV, con una cultura influida por el helenismo, Roma y Bizancio, pero con un peculiar idioma indoeuropeo y un alfabeto propio, es considerado un país europeo, aunque su situación en el Cáucaso lo coloque en los límites con Asia ¿A qué se debe la indiferencia de occidente? ¿Por qué no se trata a Nagorno Karabaj como a Kosovo y aquí se permite la limpieza étnica?

La explicación produce náuseas, como sucede habitualmente con la política internacional. Azerbaiyán es un país rico en petróleo y gas natural, hoy bienes más preciados que nunca, y aliado de Turquía, que es miembro de la OTAN y gendarme del próximo oriente. De hecho, los azeríes son un pueblo turco, con una legua muy similar, y musulmán, aunque mayoritariamente chií. En cambio, Serbia no tiene recursos apetecibles, había actuado de forma brutal en la guerra de Bosnia y en su conflicto con Croacia y, sobre todo, es un histórico aliado de Rusia, país que conserva las simpatías de su población.

Milosevic era un gobernante autoritario y sin escrúpulos, es cierto, pero Azerbaiyán es una «democracia» de estilo putiniano, aunque con petrolífera bendición de la «comunidad internacional». Podría definirse como una república hereditaria. Su presidente, Ilham Aliyev, es hijo de Heydar Alíyev, primer secretario del Partido Comunista de Azerbaiyán desde 1969, vicepresidente del consejo de ministros de la URSS y presidente del país entre 1993 y 2003.

Ilham sucedió a su padre ese año y ya ha sido reelegido en tres ocasiones más, siempre con votaciones que superaron el 85%, la última, en 2018, por un mandato alargado a siete años. En el parlamento azerbaiyano solo tienen asiento los partidos que lo apoyan y gobierna, con mayoría siempre absoluta, el Partido Nuevo de Azerbaiyán, fundado por su padre para sustituir al viejo partido comunista. También es nacionalista y populista, además de corrupto.

Con problemas e imperfecciones, Armenia es una democracia pluripartidista, mientras que Azerbaiyán sufre un régimen autoritario que respeta poco los derechos humanos. Como es bien sabido, nada de eso importa cuando se trata de un país rico en petróleo que cultiva buenas amistades, precisamente estos días se recuerda el quinto aniversario del asesinato y descuartizamiento del periodista saudí Jamal Khashoggi.

La trágica historia de Armenia explica que la población de Nagorno Karabaj haya huido masivamente ante la llegada del ejército azerbaiyano. Dominada por el imperio turco desde comienzos de la Edad Moderna, fue dividida a comienzos del siglo XIX y una pequeña parte del norte pasó a manos de la Rusia zarista. Surgió en ese siglo un nacionalismo armenio, que perseguía la creación de un Estado independiente. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el imperio turco desconfió de los armenios, que eran cristianos, podrían obtener el apoyo ruso para lograr sus pretensiones y, aunque la mayoría eran campesinos, poseían una élite de comerciantes y profesionales influyente.

En 1915 se desató una brutal persecución de los armenios en Turquía, que provocó centenares de miles de muertos, familias enteras fueron asesinadas, y la huida del país de muchos otros. Las matanzas se reproducirían más tarde, cuando, tras la derrota del imperio turco en la guerra, se creó una efímera república armenia, que fue arrasada por los nacionalistas turcos en 1920. La población y la cultura armenias fueron borradas de la nueva Turquía. Es el conocido como genocidio armenio, el primero del siglo XX, que el gobierno turco todavía niega. La Armenia del norte sería ocupada por el ejército soviético y, finalmente, convertida en república federada de la URSS; es la que hoy existe como Estado, con una extensión similar a la de Galicia.

Los armenios tienen razones históricas para recelar de los turcos, pero, además, ¿pueden fiarse de las promesas de que sus derechos serán garantizados en un Estado que viola los de los propios ciudadanos azeríes? El periódico Le Figaro recogía el domingo las declaraciones de un bloguero azerbaiyano exiliado en Francia: «El odio contra los armenios ha alcanzado su punto máximo en mi país». El propio gobierno de Aliyev se encarga de alimentarlo.

Kosovares y armenios tienen razones históricas para temer a los pueblos a los que se vieron sometidos y tanto derecho como los croatas, los estonios o los ucranianos a ser independientes en los territorios en los que son abrumadora mayoría. Todo esto conduce a reflexionar sobre el carácter intangible de las fronteras. Es evidente que debe mantenerse como principio para evitar la proliferación de conflictos y guerras provocados por reivindicaciones apoyadas en versiones parciales de la historia o en la existencia de minorías culturales.

Edificio destruido por la artillería azerí en Stepanakert, capital del Nagorno Karabaj.
Edificio destruido por la artillería azerí en Stepanakert, capital del Nagorno Karabaj. SARGSYANOC MEDIA HANDOUT | EFE

También es cierto que muchas son arbitrarias y que, si se aceptan excepciones, debe hacerse con un criterio universal. No fue solo Kosovo, no hace mucho que se creó Sudán del Sur debido a que su población es mayoritariamente cristiana, aunque eso, como en toda África, no ha impedido que sigan los conflictos étnicos y las guerras provocadas por intereses externos. Antes se había reconocido la ruptura de Etiopía y la creación del Estado de Eritrea. Se defiende la independencia de facto de Taiwán, aunque forma parte de China. Todos los seres humanos poseen derechos, no solo los que en un momento determinado interesa que los tengan.

Si el nacionalismo de los siglos XVIII y XIX tuvo mucho de liberador, en el siglo XX dio pábulo a los mayores crímenes, genocidios y limpiezas étnicas. Casi paralela al genocidio armenio fue la expulsión de cientos de miles de griegos de la actual Turquía, y la de miles de musulmanes y turcos de Grecia, con la inevitable compañía de matanzas, violaciones y saqueos en ambos casos. Luego llegaron el fascismo, el nazismo y el estalinismo, el genocidio de judíos y gitanos, el éxodo forzoso de alemanes, tártaros, chechenos, indios musulmanes e hinduistas, palestinos, rohingyas

Poco se aprendió de las dos guerras mundiales, pronto se olvidó la Carta de las Naciones Unidas, o se utilizó solo a conveniencia, lo mismo sucedió con la declaración de derechos humanos. La inutilidad de la ONU condujo a que el imperio norteamericano crease la ficción de la «comunidad internacional» para vestir de «legalidad» sus intervenciones en países molestos, Rusia utiliza otros eufemismos para encubrir su política imperialista. Parece que, como siempre en la historia, la ley que impera es la de la fuerza militar y el poder económico.

Ha desaparecido el internacionalismo de izquierdas, incluso el humanitario transversal, o se ha visto muy reducido y solo sostenido por algunas meritorias ONG ¿Quién se acuerda de las mujeres de Afganistán o de las jóvenes heroínas iraníes? Mirar para otro lado nos hace peores y que se acepten sin siquiera protestar tantas ignominias, la última una limpieza étnica a las puertas de nuestra casa, hace dudar seriamente de la realidad de los valores de nuestras democracias.

«El golpe de fuerza de Azerbaiyán, que ha provocado el éxodo de la población armenia, es reflejo de un contexto geopolítico en el que, cada vez más, la fuerza prevalece sobre el derecho», comenzaba el editorial de Le Monde del sábado. El mismo periódico reconocía que poco puede esperarse ahora de Washington, la ONU o Bruselas, aunque pedía, probablemente sin confianza de ser escuchado, que, al menos, la UE ayude a los refugiados y deje de comprar gas a Azerbaiyán. Mientras, con apoyo de Erdogán, Aliyev amenaza con invadir el sur de Armenia, lo que cerraría su frontera con Irán. Mal empieza el siglo XXI.