«Es un suicidio, una enfermedad que te mata lentamente»

Claudia Granda OVIEDO

OVIEDO

En Comedores Compulsivos creen importante ver su problema reflejado en otra persona.
En Comedores Compulsivos creen importante ver su problema reflejado en otra persona. XOÁN A. SOLER

Cinco comedores compulsivos anónimos cuentan su caso y su experiencia en Overeaters Anonimous

24 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

 Adicta al azúcar

Adela lleva cinco años acudiendo al grupo y se define como una «yonki del azúcar». Ha llegado a comerse cuatro donuts y una barra de pan con mantequilla y mermelada en aproximadamente tres minutos. «Comes hasta que te da el colocón. Tienes hambre constantemente, pero no hambre física, compulsiva», explica.

Cuando tenía 20 años hacía dietas y su cuerpo respondía. «Era muy disciplinada, pero luego, después de adelgazar, comía otra vez y engordaba el doble», cuenta. Su tope llegó con los 97 kilos, donde se instaló en ella el pensamiento continuo de no llegar a los 100. «Me sentía fatal, vivía continuamente con remordimientos. Le sacaba fotografías a lo que comía para tratar de concienciarme, pero, al día siguiente, volvía a caer».

Adelgazar para atiborrarse

Vicente tiene 52 años y asegura que lleva toda su vida siendo comedor compulsivo. Describe su vida como un carrusel. «Me pasé años haciendo dietas, pero mi finalidad no era adelgazar sino bajar de peso para después poder atiborrarme», cuenta. Su mayor caos: Unir la comida con la televisión. Planeaba sus atracones en momentos en los que se encontraba solo en casa y, a pesar de que su cuerpo no podía más, continuaba comiendo sin parar. «Es un suicidio, una enfermedad que mata lentamente», afirma.

Para Vicente los remordimientos eran la peor parte. El mundo se derrumbaba después de cada atracón. «Me grababa a mí mismo diciéndome “no puedes seguir así, mañana dejo de comer”», explica y asegura que su adicción por la comida le ha hecho dejar a su hijo pequeño con cualquier persona para ir a comer.

Vicente ha llegado a pesar 102 kilos y ahora, tras siete años de terapia se encuentra en un peso sano. «No me importa lo que peso. No lo sé», cuenta, pero su deseo durante años era el de comer continuamente y estar delgado. Para él, al igual que para el resto de sus compañeros, descubrir que su adicción por la comida era una enfermedad supuso un gran alivio. «Pero el trabajo es complicado, lo haces tú solo y dependes plenamente de ti mismo».

Comer para aislarse del mundo

Violeta tiene 38 años y sus problemas con la comida comenzaron a los ocho, cuando se mudó a Oviedo desde el País Vasco. «No supe gestionarlo y comencé a comer compulsivamente. Picaba constantemente y, además, me pegaba atracones», explica. «Comer me aislaba, podía estar rodeada de gente, pero en mi mundo», cuenta Violeta, que asegura que ha llegado a ir a cenas con amigas habiendo cenado previamente.

A lo largo de su vida, ha llevado a cabo varias dietas que consiguieron que bajase a un peso saludable, pero la parte emocional no se había recuperado. Actualmente lleva 14 años acudiendo a sus reuniones semanales. «Yo sabía que me pasaba algo. Llegar aquí fue liberador, antes me sentía un bicho raro y aquí pude poner nombre a lo que me pasaba. Pero aceptar que es una enfermedad para toda la vida cuesta mucho».

 Comer para evadirse

Virginia se considera comedora compulsiva desde siempre. Tal y como cuenta, su actitud compulsiva frente a la comida ha sido intermitente. «Hubo épocas en las que comía en exceso esporádicamente». La necesidad de comer siempre estuvo presente en ella. «Comes para llenar un vacío, un deseo imperioso», asegura. Virginia, no solo ha llegado a comer compulsivamente por el día, sino que su armario, a parte de ropa, escondía botes de crema de cacao para tener comida cerca durante la noche. «El problema es cuando estás obesa, te limita muchísimo dado que te sientes incapacitado para realizar muchas cosas», explica. A sus 38 años, y tras ocho de reuniones, asegura que ha llegado a pensar en la muerte. «Mi madre siempre me decía “un día te va a dar un infarto de tanto comer” y yo pensaba “ojalá”. Esta enfermedad es un suicidio indirecto».

 Vomitar tras el atracón

Beatriz también tiene 38 años, pero apenas lleva unos meses acudiendo a las reuniones del grupo. Ella es bulímica, pero la relación con la comida es completamente idéntica a la del resto de sus compañeros. «En cinco minutos era capaz de comerme dos pizzas, donuts y un paquete entero de galletas», cuenta. «Comía cualquier cosa que se me ponía delante, incluso de la basura». Su remordimiento la llevaba a pasarse horas en el baño para vomitar todo lo que podía. «He llegado a vomitar seis veces al día, siete, ocho…», asegura. 

Fue su madre quien la animó a acudir a las reuniones, entregándole un pequeño panfleto en el que aparecen las 15 preguntas que diagnostican este problema. «Un día llorando descubrí el papel arrugado en un bolsillo de la chaqueta, lo abrí y comencé a responder “sí” a todas las preguntas. Me decidí a venir y ahora llevo dos meses sin pegarme un atracón».