De Oviedo a rescatar migrantes en el Mediterráneo: «La mayoría han sufrido violaciones, tanto hombres como mujeres»
LA VOZ DE OVIEDO
Anabel Montes Mier cuenta cómo han sido las situaciones a las que se ha enfrentado y cómo estas le han llevado a padecer problemas de salud mental, aparte de sentarla en un banquillo para testificar contra Salvini
30 jun 2023 . Actualizado a las 09:41 h.A pesar de lo peligroso que puede llegar a ser el mar, cientos y cientos de personas se adentran cada año en las aguas del Mediterráneo para buscar una oportunidad en Europa. Hay quienes huyen de conflictos armados y del horror de las dictaduras. Algunos lo hacen por el simple hecho de ser albinos o porque al fin y al cabo quieren tener un futuro mejor del que les espera en su país natal. «Son millones las razones y todas legítimas». Sin embargo, por desgracia, muchos de ellos pierden la vida por el camino. Incluso «quienes están en la costa de Libia para tomar una embarcación es que ya han sobrevivido», tal y como asegura Anabel Montes Mier (Oviedo, 1987), quien ha trabajado en labores de rescate de migrantes durante siete años y medio, los últimos de ellos al frente del Geo Barents, el buque de Médicos sin Fronteras. Pero desde el pasado mes de mayo, la ovetense ha puesto fin a una etapa que no le resulta nada fácil calificar. Por el momento no se atreve a decir si será para siempre, pero mientras se toma un respiro, cuenta cómo han sido las situaciones a las que se ha enfrentado y cómo estas le han llevado a padecer problemas de salud mental, aparte de sentarla en un banquillo para testificar contra el exvicepresidente y ministro de Interior del gobierno de Italia, Matteo Salvini.
—Después de casi ocho años trabajando en el mar Mediterráneo para salvar a personas migrantes ha decidido dejar esta labor. ¿Qué te llevó a tomar esta decisión?
—Ha sido un conjunto de cosas. Después de llevar tantos años haciendo «lo mismo», al final pasa factura, porque por muy bien que salgan los rescates, es decir, por el mero hecho de que un rescate se termine con que todas las personas estén con vida y se lleven a tierra no quiere decir que no sea una tragedia en sí misma. Hay historias terribles en cada una de las personas. Entonces, a ver eso de una manera continuada y durante tantos años se suma además que no todas las operaciones salieron bien; hay tragedias que acabaron de forma dramática. Además, trabajando en organizaciones humanitarias en el Mediterráneo central en determinados puestos de responsabilidad te puedes exponer a ciertas cosas, y a mí me tocó todas ellas seguidas. Estuve metida en cantidad de conflictos internacionales, con una exposición mediática brutal, que también afecta. Precisamente por esos conflictos tuve mareas de odio que se quedan cortas. Tengo miles y miles y miles de insultos y deseos de muerte en los mensajes privados de las redes sociales. Sí que es verdad que yo siempre he dicho que me da igual lo que digan de mi, y me da igual, pero cuando es tan masivo dices: «¿Qué está pasando?». Entonces, es una mezcla de todo y de cuidarme un poco a mí misma, porque yo me había abandonado. Había dejado de ser yo; era un robot que funcionaba muy bien en mi trabajo pero no tenía vida propia. Acabé teniendo problemas de salud mental. Fue un momento de decir: «Vamos a hacer stand by». No sé si volveré a hacerlo nunca más, si después del descanso voy a volver o voy a hacer otra cosa, pero he decidido parar sin fecha para poner un poco en orden todo. Al final necesitaba un respiro y el respiro tenía que dármelo yo a mí misma, y también es parte de la situación de privilegio que tengo, que puedo vivir allí o no. Eso fue lo que me impedía parar, ese pensamiento de «cómo puedo parar yo, si hay gente que está perdiendo la vida». Siempre me ponía en segundo, tercero o cuarto lugar. Es cierto, en una escala, la vida de una persona es más importante que si yo estoy cansada o no, pero a la larga, si yo no me priorizo un poco para poder seguir haciendo bien mi trabajo, convertirme en mártir no ayuda a nadie. Fue mi aprendizaje propio: tú que puedes, para y disfruta de la vida, que parece que se nos olvida, y luego vuelves otra vez con ganas y fuerzas y no por la inercia de tener que hacerlo.
«Empecé como voluntaria y al final acabaron siendo casi ocho años»
—¿Cómo acabó una socorrista asturiana salvando vidas en el Mediterráneo?
—Fue un paso más a nivel profesional de lo que yo venía haciendo antes y también estar en el sitio y momento justos. Yo llevaba 12 años trabajando de socorrista, ocho en Asturias y cuatro en el Mediterráneo, en las costas de la provincia de Barcelona. Tenía un montón de cursos y formaciones orientados al rescate; de hecho, era a lo que yo quería enfocar mi vida. Por eso soy también nadadora de rescates, formada con helicóptero y todo. Fue en el 2015 cuando explotó eso que se llama crisis de los refugiados, que siempre ha sido lo mismo, solo que en esa fecha, con toda la gente que huía de la guerra de Siria, el flujo fue tan masivo que ya no se podía mirar para otro lado. La ONG Open Arms, que ni siquiera se llamaba así de aquella, ya que simplemente eran los socorristas catalanes, habían ido allí, y era la empresa en la que yo había trabajado cuatro años. Cuando me enteré, les llamé y, como ya me conocían, no tuve que hacer ningún proceso de selección ni nada. Me dijeron de ir de voluntaria 15 días, que al final se acabaron convirtiendo en casi ocho años.
«Lo que hacen los guardacostas libios es devolver de forma violenta personas cuyas vidas corren peligro»
—¿Cómo ha evolucionado el Mediterráneo en todo este tiempo? ¿Cómo es el mar que encontró en el 2015 respecto al que dejas ahora en el 2023?
—Es mucho peor ahora, es más cruel. En relación a la gente que está huyendo de 100.000 millones de razones todas legítimas sigue siendo el mismo mar, en cuanto a las motivaciones. Lo que se ha encrudecido mucho, y de una forma muy inhumana, no es ya la indiferencia por parte de los estados de la Unión Europea o de las personas; lo que ha empeorado, y que hace realmente que esto pueda pasar de una forma muy cruel, es el incremento de las trabas. Es cierto que todas las organizaciones humanitarias han tenido trabas para trabajar allí. Pero no siempre, porque al principio, en el 2014, 15 y 16 teníamos una coordinación excelente con guardacostas y autoridades italianas. A partir del 2018, cuando hubo el primer cambio de gobierno y entró Salvini como ministro del Interior, empezaron a poner trabas. Primero, la difamación de que si éramos taxis del mar y hacíamos efecto llamada, y todas estas cosas que han caído por su propio peso. Ahí fue cuando empezaron también las acusaciones, de las que pasaron 15 personales, otras a las oenegés, hubo bloqueos administrativos, inspecciones exhaustivas… hasta llegar al punto en el que estamos ahora. Si bien el mar sigue siendo igual de duro para la gente que se juega la vida, es mucho más cruel por todas y cada una de las trabas de cualquier manera. Además las intenciones de la Unión Europea dando miles y miles de millones de euros al estado seleccionado de Trípoli (el resto de Libia no tiene gobierno), a los que eran hasta hace unos años milicias y ahora se denominan guardacostas libios, cuando no tienen formación ni capacidad ni conocimientos y lo que hacen es devolver de forma violenta personas cuyas vidas corren peligro, eso es también mucho peor y más duro. También es más público porque ya ni siquiera se esconden. Antes podía haber palabras bonitas o buenos políticos que decían cosas y luego realmente hacían lo mismo por debajo, sin embargo ahora mismo la publicidad es muy vergonzosa. Es: «hacemos esto y punto y nos da igual», no se ponen colorados. Por eso es mucho más cruel. Porque es más visible y más impune.
—¿Por qué migran esas personas? Hay gente que hoy en día sigue pensando que lo hacen para quitarnos el trabajo o recibir alguna paga…
—Son partes del discurso más racista para inculcar el miedo a la gente y que realmente la gente no vea lo que tiene que ver. Razones por las que vienen hay miles. Es una respuesta un poco complicada, porque es muy amplio. Hay personas que huyen de la dictadura de Eritrea, pero hay mucha gente que no sabe que hay un país que se llama así y mucho menos que tiene una de las peores dictaduras del mundo. Conflictos armados, como puede estar ocurriendo en Sudán, que es terrible; mujeres y niñas que huyen de la ablación en Costa de Marfil; los que huyen de la violencia doméstica; LGTBI; albinos; cualquier conflicto étnico, ya sea a nivel tribal o institucional en un país africano, o también por oposición, es decir, básicamente, matar a los opositores; gente que huye del Boko Haram en Nigeria, que es la sección africana del ISIS,... Es que son todas realmente razones legítimas, pero es que cualquiera de nosotros haríamos lo mismo en esa situación.
—Al fin y al cabo, huyen para poner a salvo su vida.
—Claro. Hay gente que viene de Yemen, que es una barbaridad. Sacamos gente palestina que ha cruzado desde Palestina hasta Libia. Evidentemente, cualquier persona cuya vida corra peligro no debería caber en ninguna cabeza no apoyarlo, pero también hay una cosa que a mí también me gusta comentar y es que, cuando yo vivía en Asturias y no encontraba trabajo, me fui a Barcelona. Mis primos se fueron a Alemania, porque aquí los sueldos eran una mierda para lo que habían estudiado. Se fueron a buscar un futuro mejor. Pero cuando un migrante de determinado país que está en pobreza, y aunque no sea extrema, no tiene ningún tipo de posibilidad para tener una vida mejor, cuando huye a otro sitio, se le llama migrante económico. A mí esa doble moral me cabrea un montón, porque están haciendo exactamente lo mismo que estamos haciendo nosotros; simplemente, la definición léxica es distinta.
«Todas las embarcaciones son peligrosas y todos los rescates son difíciles aunque salgan bien, pero los rescates de viejos pesqueros son pesadilla»
—¿Cómo son el tipo de embarcaciones que os encontráis? ¿En qué formas tratan de cruzar el mar Mediterráneo?
—En el Mediterráneo central son las mafias las que les piden barbaridades de dinero, de hecho, les extorsionan, llaman a su familia mientras les torturan para que les envíen más dinero. Así que las embarcaciones las ponen estas redes de tráfico de personas. Está el barco de goma inflable, que es muy grande y está construido para este propósito. Son unos siete metros y medio u ocho con capacidad teórica para 80 personas y en el que van hasta 200. Luego están los barcos de fibra de vidrio, que son barquitos sin acabar y tienen lo justo para que flote. Y luego los barcos de madera, que hay de muchos tipos y tamaños. Desde los pequeños, en los que pueden ir hasta 10 personas, hasta los medianos, de 400; grandes, 800, y gigantes, de 1.000. La mayoría, construidos también con ese propósito de meter cuanta más gente sea posible. Luego hay una tendencia que lleva creciendo desde hace menos de un año, que ya se utilizaba allá por 2014 en la ruta que salía de Egipto y ahora está peligrosamente en alza, y es el utilizar viejos pesqueros que ya no sirven para su trabajo. Esos utilizan unas rutas más largas. Salen prácticamente del este de Libia, y es una barbaridad. Sí que es verdad que, al tener la estructura del pesquero, tiene más estabilidad, pero llevan siete u ocho veces más de la cantidad de personas para la que están preparados. Los rescates son de una dificultad técnica muchísimo mayor. Para mí, si todas las embarcaciones son peligrosas y todos los rescates son difíciles aunque salgan bien, los rescates de viejos pesqueros son una pesadilla. Y cada vez hay más.
«La gente que ya está en la costa de Libia tomando una embarcación es que ya ha sobrevivido»
—¿Cómo es por tanto el perfil de las personas migrantes?
—El mayor porcentaje siempre ha sido de hombres. Eso está claro y tiene una explicación bastante lógica. Sí que es cierto que está aumentando el número de mujeres en los últimos años, porque al principio los que se iban eran los hombres de las familias y una vez que podían llegar y asentarse, venían las mujeres y los niños solos, que es lo que estamos viendo cada vez más. Luego hay algo que a la gente, por desconocimiento o falta de información e interés, se le olvida y es que quienes ya están en la costa de Libia tomando una embarcación es que ya han sobrevivido. Solamente llega la gente más fuerte o la que tiene un golpe de suerte. Nos ocurre mucho cuando hablamos con las personas y nos cuentan que habían salido siete pero está solo, porque el resto se ha muerto por el camino. El nivel de humillación y crueldad es genérico para todos, pero muchas mujeres mueren también por el camino porque el tipo de violencia que se ejerce sobre ellas es distinto. Normalmente es gente relativamente joven; la media ronda los 25 años. Hemos sacado gente mayor, me refiero a personas de 50 años, pero es muy raro, porque muchos se murieron por el camino. Una de las razones para poder salir es el poder soportar literalmente y físicamente el recorrido y todo lo que pasa, por eso en la mayoría son jóvenes y hombres.
«Depende de la etiqueta te pongan: europea o migrante, las formas de trabajar son diferentes»
—Durante estos siete años y medio ha participado en cientos de operaciones, ¿Cuál fue el rescate más doloroso al que se ha enfrentado?
—Siempre me cuesta bastante responder a esta pregunta. Sí que es verdad que últimamente se me están desbloqueando muchas memorias que tenía en stand by, porque esto al final es una pregunta bastante recurrente y tenía la conciencia de que siempre había respondido lo mismo porque me había dado un shock muy fuerte. Pero ahora mismo estoy recordando muchos y me acuerdo de uno que, si bien no es el más trágico, porque hubo rescates con decenas de personas muertas al mismo tiempo, con niños con papás muertos, que es muy duro, este ha sido muy injusto y creo que es un buen ejemplo de cómo funcionan las cosas según el color de piel, el origen o la riqueza. Fue a principios del 2018. Habíamos hecho varios rescates y otra embarcación de una ONG alemana, que era muy pequeñita, nos pidió si nos podían pasar a una persona que habían rescatado y estaba muy muy enferma, ya que ellos no tenían el espacio y la capacidad técnica. Como nosotros teníamos mucha equipación médica transferimos a esa persona. Al principio pensamos que tenía meningitis. Se empezó el tratamiento aislado, dimos profilaxis para toda la tripulación también, para que no nos contagiásemos, pero, al final, no fue meningitis sino un golpe de calor, que te puede matar. Lo interesante de esto es que estuvimos pidiendo durante dos días la evacuación urgente por helicóptero, algo que no se puede negar, y sobre todo teniendo en cuenta que nosotras a bordo tenemos equipos médicos y enfermeros, y no lo evacuaron. Estuvimos un día y medio navegando al norte para desembarcarlo en la isla de Lampedusa, cuando en unas cuatro horas y media ya se hubiese hecho en helicóptero. Este chico, cuando lo llevaron desde donde lo desembarcamos a Catania, en Sicilia, se murió, durante el trayecto en el helicóptero. Al día siguiente, una chica de una ONG alemana se cayó por las escaleras del barco y tuvo un accidente, y a las dos horas estaba en el hospital. Fue tal cual, uno detrás de otro, y eso es lo que pasa allí. Depende de la etiqueta te pongan: europea o migrante, las formas de trabajar son diferentes.
«Respirar no es suficiente para decir que estás vivo»
—¿Hay algo más doloroso que presenciar una muerte?
—Sí. La muerte al final, y puede sonar muy frío, pero una persona muerta ya está, se acabó. Es duro, evidentemente, y si se te muere delante y hay familiares más, pero ya no se puede hacer nada. Para mí es más duro tener en brazos a un niño pequeño a cuyos padres los tenemos metidos en una bolsa porque se han muerto. Y dices: ¿qué va pasar ahora con este niño o niña? Te empiezan a preguntar por mamá o papá. ¿Y ahora qué? Eso sí que es duro, sobre todo por qué le va a pasar cuando llegue a Europa. ¿Va a ir a un centro de menores? ¿Qué tipo de oportunidades va a tener? ¿Le van a abocar a que no tenga ni la más mínima oportunidad de derecho, y cómo va a acabar? Es muy duro no saber qué va a ser de muchas de las personas que, por desgracia y por cómo funciona este sistema fallido, no hay ninguna intención tanto de arreglar su situación como de dedicarles discursos xenófobos. Están vivas, sí, pero respirar no es suficiente para decir que estás vivo.
—¿Cuál fue la situación que más le ha marcado?
—Hubo un rescate que fue terrible. Teníamos 12 cadáveres que tuvimos que sacar. Uno de ellos, de hecho, es la historia que siempre contaba que me había marcado mucho, porque al darle la vuelta tenía una barriga embarazadísima y eso me bloqueó durante unos segundos. Pero luego, ya a bordo del barco, había una chica que estaba desnuda y yo quería ponerle el chándal para vestirla, pero no era capaz de conectar la mirada con ella. Tenía esa mirada perdida que da igual por donde te muevas, yo no sabía qué pasaba, porque solo la quería vestir. Hubo un momento que la toqué por la espalda y se quejó. Miré y tenía un mordisco. Pensé, inocentemente, que le había mordido un animal, pero la chica que estaba detrás me miró y me hizo el gesto de morder y señaló a sus dientes. Decía «yuman, yuman». Era una chica que justo antes de salir en barco, todavía en la arena, la habían violado de forma brutal, de todas las formas que se puede hacer, la habían mordido y la habían tirado desnuda a la embarcación. Un barco en el que, además, estuvieron casi un día con cadáveres a bordo. Y fue esa chica la que estaba en completo estado de shock y quería desnudarse, cuando yo solo quería vestirla.
«La mayoría de los migrantes, tanto hombres como mujeres, han sufrido violaciones»
—¿Qué estado presentan los migrantes cuando los rescatáis?
—La deshidratación es algo general para todos. Cuantas más horas tarden en ser rescatados, aumenta, y también depende de la época del año. También presentan violencia física. Hay quienes vienen con brazos que se los han roto en Libia, antes de subir al barco, o heridas mal curadas o incluso de bala, que en ocasiones aún está dentro. Hay algunos que vienen más machacados que otros; dependiendo de las nacionalidades les machacan más en Libia, aparte de lo que hayan pasado antes. Luego violaciones, nadie se puede atrever nunca a decir el 100% pero casi. Todas las mujeres, muchos de los hombres, aunque no lo cuentan de la misma manera, porque si es un acto de humillación para las dos partes. Para las mujeres es un acto sexual de poder y para ellos es humillación pura. Evidentemente, algo de lo que se habla muy poco y para mí es lo más grave son las secuelas psicológicas. Hay gente que le ves la cara, esos ojos, y sabes que está rota por dentro o que por la noche en el barco no duerme, que está en una esquina con los ojos abiertos. Hay a quienes no se les nota tanto, pero quién no va a tener consecuencias psicológicas después de haber vivido algo así, y quién va a recibir ayuda una vez llegado a Europa: pues prácticamente nadie. Afortunadamente, parece que se está hablando más alto y más claro de la salud mental, pero si yo misma tengo secuelas y consecuencias de salud mental de haber visto y escuchado esto, ¿cómo no lo van a tener aquellas que lo han vivido y que no van a tener ningún tipo de ayuda psicológica? Que, además, van a ser víctimas secundarias de todo el racismo. Es normal que al final acabe todo mal.
—¿Cómo vivió la crisis del Open Arms y esos 20 días de agonía ante las costas de Lampedusa?
—Pues para mí fue una de las cosas más duras y surrealistas que he vivido nunca. De hecho, creo que todavía a día de hoy me van saliendo recuerdos del pequeño trauma que debo tener, porque fue muy duro. No solo por la dureza de la situación, sino también la incredulidad de darte cuenta que estas viviendo algo así. Ya no solo que lo estas viviendo en el mar, sino que estás a 700 kilómetros de las costas de Lampedusa. Teníamos turistas que nos venían a dar vueltas con el barquito como si fuera aquello un zoo. Fue terrible lo que se vivió allí. Todo empezó a ser mucho mas difícil cuando empezaron a perder la confianza en nosotras. Claro, evidentemente, después de tantos días allí, y que no desembarcábamos, era normal que ya no nos creyeran. Entonces, el nivel de irascibilidad era cada vez mayor, había peleas entre ellos y era normal, porque el nivel de desesperación aumenta. Alguien pisaba la manta de otra persona porque iba caminando y se producían peleas muy duras, que ni siquiera eran contra la persona que estaban peleando, sino que era una vía de escape de esa rabia tremenda que tenían por la situación que estaba ocurriendo. Al final hubo intentos de suicidio, brotes psicóticos… Llegó un momento que no teníamos capacidad de hacer nada. Hubo saltos masivos de gente al agua, no se ahogó gente de milagro allí. Yo fui una de las personas que me tiré en los dos saltos, y hubo un momento que tenía tres personas y una de ellas estaba con la cabeza debajo del agua. Yo me decía: «¿Cómo puede ser que se vaya ahogar gente al lado del barco y de las costas?». No se murió nadie porque estábamos allí y somos profesionales, pero hubiera sido muy fácil que se hubiera muerto alguien. No sé si es lo que querían, que pasara una desgracia muchísimo mas dura para poder aprovechar y utilizarla en forma de excusa para decir lo malas que son las personas que vienen. Pero, evidentemente, esa situación llevó a que Salvini perdiera el poder y esté ahora mismo en un juicio. Tiró demasiado de la cuerda este hombre.
—¿Qué sintió cuando llegaron a tierra?
—Fue muy extraño, un poco agridulce. Al final llegamos a tierra porque un fiscal italiano subió a bordo y determinó el desembarco, no porque nos dejaran entrar desde el propio Gobierno. Recuerdo que fui a la oficina de guardacostas con el director de Open Arms, que en aquel momento era Riccardo Gatti, pero no nos habían dicho nada de desembarcar. De repente, el comandante de guardacostas me dio un papel para firmar y traía el desembarco inmediato. Recuerdo quedarme en silencio y ponerme a llorar. Pensaba: «Ya está, ya se acabó», al mismo tiempo que me preguntaba qué acababa de pasar. Luego, el desembarco fue muy largo, muy bien, pero los llevaron a otro sitio. Tengo recuerdos encontrados de ir a ver a las personas por otra valla. Querían vernos y los guardacostas no les dejaban; la gente llorando... Hubo gente que estuvo días en la isla de Lampedusa también; entonces, como yo me quedé una semana ahí, los iba a ver, pero muy incierto todo. Sí que es verdad que a la mayoría de las personas las reubicaron bastante rápido, porque era lo que faltaba, después de tanto sufrimiento. Y esa reubicación se hace fuera del país, no se quedan en España o Italia, como la gente piensa.
—¿Qué efecto produce salvar vidas en el mar?
—Aquí la adrenalina forma parte del trabajo. Si no te gusta la adrenalina, los cambios bruscos de actividad de 0 a 100 y la incertidumbre de qué va a pasar, no vas a poder estar a bordo, porque es lo mas impredecible que te puedas imaginar. Sí que genera satisfacción, evidentemente, saber que las personas ya no se van a morir, pero al mismo tiempo tienes esa sensación agridulce dentro, porque no se han muerto hoy, no se han ahogado, pero ahora, a saber qué les va a pasar en Europa. ¿Van a tener oportunidades? ¿Les van a deportar de forma ilegal? ¿Van a acabar tirados en la calle? Mi aprendizaje fue que no puedo estar en todos los sitios y que, aparte, hay que presionar a los estados, porque realmente son sus competencias, el hacer que esta reubicación ocurra. Como esto no se hace, por lo menos en mi campo de actuación, que de alguna manera es el mar, pues lo hago de la mejor manera posible, intentando que todo salga bien, porque más allá no puedo hacer nada.
—Al fin y al cabo, es una labor que, como decía, afecta a la salud mental. ¿Cómo se prepara para que le perjudique lo menos posible? ¿Cómo lo sobrelleva?
—No hay manera de prepararse. Sí que hay equipos psicológicos que te dan consejos, pero al final tú también te vas preparando a medida que van pasando las cosas. Hasta que no ves cómo reaccionas unas cuantas veces no sabes cómo te va afectar. Entonces, cada persona tiene que buscar las herramientas para poder lidiar con ello, pero es algo que inevitablemente te va afectar y va tener consecuencias. Yo creo que es más importante ya no solo el prepararte para ello, sino el ser consciente de que, cuando algo no va bien, que pares, y si tienes que parar definitivamente, también. Hay mucha tendencia a ponerte en segundo o tercer lugar por la situación, por el enganche de la adrenalina, y eso son cosas que hay que medir. Hay gente que acaba aprendiendo a medirlas con relativa facilidad, mientras que otras que no las aprenden nuca. Tengo compañeros de diversas organizaciones que están pasadinos y no paran y eso no va acabar bien. Luego está lo que me pasó a mi, que yo reventé mal y paré a las malas. El haberme recuperado de este reventón tan gordo es lo que me ha hecho ser consciente de que así no puedo seguir. Si quieres volver, vuelves, pero de vez en cuando hay que medir si te sienta bien, y entonces vuelves; pero si cada vez que vuelves lo haces mal, igual no está bien tampoco; es poner las cosas sobre la balanza y ser muy honesta, que es lo mas duro.
«He recibido mensajes de gente que se alegraba de que hubiese estado en depresión y me decían que por qué no me maté»
—Llama la atención que, a pesar de la labor humanitaria que hace, haya sido objeto de odio en las redes sociales.
—Sí, fue una locura. Había días que recibía 200 mensajes. Yo soy la primera que pienso que si hay alguien que a mí no me gusta o representa todo lo que puedo odiar, a mí no se me ocurre buscarlo en redes sociales y mandarle un mensaje. No lo entiendo, pero es masivo. En distintos idiomas me han dicho barbaridades, luego me han insultado por la calle también, aunque es verdad que menos. Yo, cuando me reconocen, noto las miradas de bien o de mal, pero me es completamente indiferente, porque soy una persona que me cuesta mucho que me provoquen. La falta de respeto e insulto gratuito es algo que, por desgracia, forma parte del ADN que tenemos en España, en Italia y en el Mediterráneo. Hay mucha gente que no es consciente de lo que pueden perjudicar las palabras y luego hay quienes lo hacen directamente para dañar. Yo he recibido mensajes de gente que se alegraba de que hubiese estado en depresión y me decían que por qué no me maté. Entonces la cosa es que eso pasa, aunque no debería, y debería haber educación y castigos, pero sabiendo que es una cosa que por desgracia pasa, llega un momento que sabes decir basta. No leo más, no los abro siquiera.
—En el año 2018 fuiste acusada de fomentar la inmigración ilegal y la violencia privada contra el Ministerio de Interior de Italia. ¿Cómo viviste todo ese proceso judicial?
—Esto fue una absurdez increíble, porque estábamos haciendo una operación de rescate, aparecieron unos guardacostas libios, nos dispararon, empezaron a amenazarnos y decirnos por la radio que nos iban a matar. No sabíamos qué estaba pasando. Al final, después de dos horas de negociación, pudimos hacer un rescate dificilísimo con los guardacostas detrás de nosotros con armas. Llegamos a tierra y, de repente, un discurso superagresivo de cuatro horas por parte de ocho personas de distintos cuerpos de seguridad italianos conmigo y otras dos horas con el capitán del barco, al que, a diferencia de mí, le trataron de usted. Ahí fue cuando nos acusaron. Al principio lo hicieron por trafico de personas y red organizada de mafia, que era de tres personas, solo que el nombre de la tercera persona, que ni siquiera estaba a bordo, lo obtuvieron de forma irregular; lo sacaron de lo que nosotros contestábamos. Así que el juez la tiró muy rápido; primero, porque se supone que no era un interrogatorio lo que nos hicieron, sino unas preguntas, por eso yo ni siquiera tengo abogado. Luego, a los meses pusieron lo de violencia privada contra el Ministerio de Interior de Italia, porque los forzamos para que nos diesen un puerto donde desembarcar a las personas. Es absurdo, a nivel legal no tiene sentido por ningún lado. Pero, tal y como funciona esto, al final tardaron casi dos años en archivarla, porque el juez dijo que no había lugar a proceder. Hasta ese momento yo no me había dado cuenta de lo que me pesaban los hombros, y ahí sentí una liberación. No era algo que estaba pensando todo el rato, porque sabía que no iba a pasar, pero que esté ahí tu nombre, tus apellidos, tu foto por todos los sitios.... Durante todo el proceso de acusación había cosas que no podía hacer, había países a los que no podía ir ni siquiera de vacaciones.
«Declarar contra Salvini fue una victoria personal»
—El año pasado también volviste a sentarte en el banquillo para declarar contra Salvini, que fue acusado de secuestro de personas y abuso de poder…
—Eso fue para mi una victoria personal increíble, porque fue él quien estaba detrás cuando me acusaron por primera vez. Luego, al final, las tornas cambiaron y se le acuso a él. De hecho, es algo más curioso, porque yo soy parte civil independiente contra él, al mismo tiempo que yo fui a declarar porque me llamo su abogada como jefa de misión en el momento de los hechos. Fue como una película, tengo grabadas muchas cosas de ese día. Yo llegué a las nueve de la mañana a la sala donde se estaba juzgando a Salvini y, de hecho, es algo muy notorio y de justicia poética, porque es la misma sala donde en los años 80 se hizo el máximo juicio contra la mafia italiana por la cual cientos de personas fueron a la cárcel. Es muy interesante que ahora sea él quien esté ahí, cuando al principio me había acusado a mí de mafia.
—Todo el mundo está ahora pendiente del naufragio del pesquero en el mar Jónico, ¿cómo vive ahora que lo ha dejado este tipo de noticias?
—De una manera o de otra sigo conectada. Aunque no tengo el mismo nivel de involucración diaria, eso no quiere decir que haya hecho un muro entre lo que ocurre y yo. De hecho, no me sorprendió. Evidentemente fue algo terrible, no puedo atreverme a decir que se podía haber evitado, porque ese tipo de pesqueros son muy difíciles de rescatar, pero eso no quiere decir que no se hayan hecho un montón de errores. Todos cometimos errores en los rescates, pero una cosa es cometer un error y que te salga mal y otra cometer errores de negligencia. Para mí lo curioso de todo esto es que las oenegés somos blancos de criticas y, al final, somos las únicas que logramos hacer un rescate de estas características. No quiero que suene egocéntrico, pero he sido yo la que ha hecho rescates de esas características hace unos meses y la que ha comandado los mismos. Entonces, me resulta muy curioso, porque es que siempre están hablando de nosotros como que no estamos preparados y demás, pero igual el nivel de profesionalidad que hemos llevado las oenegés, sobre todo después de tantos años haciendo rescates y desarrollado técnicas y protocolos a base de ensayo y error, pues al final viene de haber podido hacer operaciones de estas características y que todo saliese bien; también con una parte de suerte. Luego llega el guardacostas de un país que se supone que tiene que ser capaz de rescatar cualquier cosa, teniendo además un montón de experiencia precisamente por los rescates de las oenegés, y hace barbaridades, como lanzar un cabo a un barco que está lleno de personas y con una inestabilidad increíble. Resulta curioso como al final, no sé si es por mala leche o por orgullo, no han aprendido durante estos años con nosotros, y no lo hacen porque «cómo estos hippies de las oenegés nos va a enseñar a nosotros». Pues mira lo que pasa. Ojo, que no quiero decir que si hubiera ido una ONG hubiera salido bien, porque puede pasar de todo. Pero, es lo que comentaba antes: la diferencia entre que algo se haga mal a que se cometan negligencias a mí no me entra en la cabeza; en un grupo profesional es bastante relevante.
—¿Volverás algún día a rescatar personas en el Mediterráneo?
—Sí, estoy viendo cómo me siento todo este tiempo que estoy parada. Es trabajo que me gusta y se me da muy bien, pero son muchas cosas. Aunque yo soy una persona muy nómada, no me gusta estar en casa mucho tiempo porque me aburro y prefiero viajar, llegó un punto en el que ya no estaba en casa. Tengo la suerte de tener un grupo de amigos y amigas que me han apoyado siempre, pero el estar siempre fuera también hace que pierdas mucho. Entonces, tengo que poner sobre una balanza; mi familia, mis amigos, mi pareja y mi propia vida. No sé si volveré o no, pero si lo hago no será de la misma manera de estar siempre allí. Igual es algo de ir esporádicamente o seguir conectada al trabajo pero no desde la primera línea. Después de estos meses veré cómo me siento y qué oportunidades se dan también.
«La vida de las personas tiene que estar por encima de cualquier decisión política»
—Al final, que esta situación se solucione o mejore depende en gran medida de las políticas migratorias. ¿Cómo califica la mismas y en qué podrían mejorar?
—Yo lo que tengo claro es que este sistema no está funcionando, que el mero hecho de dejarlo pasar complica mucho más las cosas. Es algo en lo que hay que meter mano. No sé cómo, porque yo no soy política y nunca quise serlo, tengo otro trabajo y si tuviera la respuesta sería todo más fácil, pero, desde luego, hay un montón de personas que es su trabajo, están ganando miles de euros y lo que tienen que hacer es cambiar este sistema porque, desde luego, no va bien. Más allá de eso, es que la vida de las personas tiene que estar por encima de cualquier decisión política. No es lícito, loable, utilizar la vida de las personas como instrumento político para sacar rédito. Y eso es lo que esta pasando a día de hoy, y eso es lo primero que hay que eliminar, porque me parece que no hay ética. Por desgracia, no veo el final de esto.
«Un rescate es una obligación y no hacerlo es un crimen que se llama omisión de socorro»
—Por último, ¿qué le diría a aquellas personas que rechazan los rescates?
—Ni siquiera me entra en la cabeza que alguien rechace los rescates. Es como decir que quiten los socorristas de las playas, las ambulancias. Al final no deja de ser una ambulancia la que lleva a alguien que está en una situación de peligro a otro lugar en el que pueda estar mejor. Para mí es la mejor comparación que existe, pero claro, no queremos quitar las ambulancias, porque ¿si te pasa algo a ti o a tus familiares? Entonces, igual lo que tenemos que quitar es la cercanía. Ahora no dejo de ver compartir a todo el mundo los millones y millones de dólares y esfuerzos que se están utilizando para encontrar el sumergible Titan en el que viajaban multimillonarios. Pues sí, estas personas se merecen que se les rescate, evidentemente, pero ahí está la diferencia. Millones y millones de dólares, todos los guardacostas de varios países buscando a cinco personas multimillonarias y luego hay cientos, cientos y cientos de personas pobres, negras, musulmanas, a quienes no se les quiere rescatar, que bueno, también hay gente blanca y cristiana, porque hemos sacado de Siria a pelirrojos con ojos azules. Entonces, hay que revisar qué es lo que odiamos. A nivel moral es absurdo y a nivel legal es un crimen, porque hay que remarcar que un rescate es una obligación y no hacerlo es un crimen que se llama omisión de socorro. Eso, en cuanto al sistema, luego cualquier persona que diga fríamente que no hay que rescatar a personas es que no ha visto en su vida una persona muerta ahogada. Hablar desde el sofá es muy fácil, pero te digo yo que la gran mayoría de personas que dicen eso si vinieran a una solo misión a bordo y viesen lo que vemos, te puedo que el discurso se les cae por todos lados.