Adiós a Casa Cundo: este clásico bar de Oviedo cerrará sus puertas para siempre

LA VOZ DE OVIEDO

Este emblemático local dejará de funcionar tras la jubilación de su propietario, Joaquín Morán. «Son ya 45 años detrás de esta barra y creo que está bien», dice el hostelero
02 jun 2025 . Actualizado a las 09:34 h.Casa Cundo pasará de ser presente a formar parte del pasado de Oviedo. Ante la inminente jubilación de su propietario y la ausencia de relevo generacional, el emblemático bar se prepara para cerrar sus puertas definitivamente. Será a finales del mes de junio cuando Joaquín Morán ponga punto final a su carrera profesional y, por tanto, cesará la actividad de este negocio de la calle San Vicente. Hasta entonces, el hostelero escribirá el último capítulo de este establecimiento que durante décadas fue punto de encuentro y de reunión de cientos de ovetenses.
Contento porque más pronto que tarde va a poder disfrutar de su merecido descanso, Joaquín encara las últimas semanas al frente de este negocio que fundó en 1970 su suegro Secundino, un hombre «muy conocido» en la zona, ya que había regentado durante siete años el bar División Azul —donde hoy en día está el Museo Arqueológico—, a apenas unos pasos del local actual. Poco a poco el hostelero se va despidiendo de sus clientes, mientras resta los días y las horas que le faltan para poder firmar el documento necesario para solicitar la pensión de jubilación.
«Tengo muchas ganas de dejar esto. Son ya 45 años detrás de esta barra y creo que está bien», dice, eso sí con cierta nostalgia. «No te voy a mentir, me da pena la verdad, porque he pasado aquí toda mi vida», asegura. Es normal que se le remueven los sentimientos y sienta cierta tristeza cuando piensa que ya son son últimas semanas al frente del bar. Apenas era un chaval cuando empezó a trabajar en el mismo. Era principios de los 80 y al poco cogió las riendas del negocio junto con su mujer Ana y su cuñada María José, ambas hijas de su fundador.

Cuatro décadas después recuerda todavía cómo fue ese momento. «Cuando empecé quise reformar el local porque me parecía que había que darle un lavado de cara pero la gente me animó a no hacerlo. Les hice caso y dinero que me ahorré», reconoce, antes de señalar que el bar está tal cual que cuando abrió por primera vez sus puertas. Las mesas y sillas son las mismas, al igual que la barra y la caja registradora que es «como las de antes».
Al mantener el mobiliario de siempre, uno tiene la sensación de estar en un bar de pueblo más que en uno del centro de la ciudad. El ambiente que se respira es similar al que se tiene en el hogar, porque así es como se siente uno cuando pone un pie en este pequeño pero acogedor establecimiento hostelero: como si estuviera en su propia casa. Es por esta razón que quienes se dejan caer por primera vez por este local acaban volviendo siempre. «Hay gente que lleva parando aquí desde hace por lo menos 30 años», resalta orgulloso de su clientela.

Uno de los principales reclamos del local es su terraza. «Es uno de los rincones favoritos de mis clientes», dice. Ubicada en la parte trasera, ofrece un ambiente tranquilo y alejado del ruido del centro, algo que los ovetenses valoran especialmente para disfrutar del vermú o para relajarse por la tarde. «Allí cada uno está a su aire, sin molestias», comenta. Pese a ser un espacio concurrido, nunca se han producido incidentes. «La gente que sube sabe que debe comportarse, si no, se van fuera»
En este punto, el hostelero destaca que, a diferencia de lo que ocurre en otros establecimientos, quienes están en la terraza no tiran cáscaras de pipas, ni colillas, ni escupen. «Es más, si por accidente se les cae el calimocho o la cerveza, enseguida me dicen: “Joaqui, dame la fregona, que lo limpio”. Y claro, la gente que está aquí se queda alucinada, porque lo habitual sería que me tocara a mí hacerlo», apunta orgulloso del comportamiento de sus clientes.
Una clientela de lo más fiel
No solo se comportan con respeto, sino que además son fieles a Casa Cundo. Por eso, Joaquín conoce a la perfección sus gustos y hábitos de consumo, hasta el punto de que rara vez necesita preguntarles qué desean tomar. Como la gran parte de sus clientes pasan varias horas en el bar, el hostelero siempre acaba teniendo largas conversaciones con ellos, en las que sus mayores secretos acaban saliendo a la luz. Por esta razón a muchos de los considera parte de su familia como Toño, Falín, Francis o Javi, entre otros.
«Hay gente que dice que no tiene amigos pero yo sí que tengo y muchos, o por lo menos así lo considero», asegura. «A muchos, por tanto, los seguiré viendo detrás de la barra», apunta con una sonrisa de oreja a oreja. Y a los que será las últimas veces que volverá a estar con ellos, Joaquín quiere aprovechar estas líneas para agradecer la confianza depositada en todos estos años. «No quiero olvidarme de nadie», dice con sinceridad.

«Quiero dar las gracias a aquellos clientes que siguen siendo fieles a Casa Cundo como el profesor Nacho Eloy y todo su equipo. Los administrativos y las chicas de la limpieza de la facultad de Psicológica, anteriormente Filología y Geografía», señala el hostelero, que atendió a ilustres docentes como Emilio Alarcón, así como cientos de jóvenes que se pasaban para tomar el café antes de ir a la Universidad o una cerveza para arrancar la noche.
Expresa también su gratitud a Larry, José el de Valentín, Manolo el del Feijóo, así como el gemelu y sus compañeros, así como a los grupos de amigos que acuden casi a diario para tomar un vaso de vino o una cerveza como el de Antón, Kike, Miguel o «Las gemelas». No se olvida tampoco de aquellos con los que echa la partida como Óscar y el resto de la pandilla. «Que grandes momentos pasé jugando al mus con Pepe, Úrculo, Javi, Triqui...», recuerda con un pequeño nudo en la garganta.
Por supuesto, agradece a los trabajadores de HC Energía; al investigador Pelayo, «que ya es mi amigo»; a Juanín que viene todos los días a tomar el café y el pincho, al igual que Fran, el abogado. El hostelero también expresa su agradecimiento, con especial cariño, a esos clientes que ya no están.
«A todos y cada uno que pasó por Casa Cundo quiero mostrarle mi agradecimiento», resume Joaquín, quien aprovechará estas semanas para despedirse «como se merece» de sus clientes más fieles. «Algunos sé yo que me van a echar más de menos que yo a ellos», dice entre risas. Razón no le falta. De hecho, muchos ya le han expresado su pesar. «Algunos hasta me preguntan que si ya tengo la edad y hombre aunque parezca que no los años también pasan por mi», cuenta.

La historia de este bar de Oviedo, al igual que otros muchos, no se entiende sin sus clientes. Pero, que haya llegado hasta nuestros días ha sido también gracias a la incansable labor que han desempeñado durante todo este tiempo Ana y María José. «Mi mujer y mi cuñada han estado siempre aquí, a pie de cañón. Me han acompañado en esta aventura durante 40 años, que se dice pronto», resalta el hostelero, quien reconoce también la ayuda recibida por parte de su hijo, Adrián. «Siempre nos ha echado una mano en San Mateo y fechas importantes», apunta.
Ahora, después de cuatro décadas al frente de este bar que se ha convertido en un clásico de Oviedo, el hostelero encara las últimas jornadas con sus puertas abiertas. «No sé qué día exacto cerraré pero será a finales de junio. En julio ya cumplo los 65 y no quiero comenzar con el trimestre», asegura. Cuando llegue el momento de poner fin a su carrera profesional no sabe todavía cómo lo va a celebrar, pero sí tiene claro a qué se va a dedicar a partir de entonces.

«Iré a mi pueblo, Fuentes, en León, a pasar largas temporadas. Tengo ahí a mi familia y a mis amigos de toda la vida. Visitaré también a la gente que conozco de Valencia de Don Juan y continuaré yendo a Matadeón a echar la partida. Espero también poder seguir yendo con mis amigos Chus, Jorge Sandoval, Carlinos, Ignacio… a comer un lechacín como todos los años hacemos», cuenta Joaquín, quien por supuesto dedicará parte de su tiempo a cuidar a sus tres nietos. «Quiero aprovechar y disfrutar de ellos», confiesa.
Tiene también claro qué hacer con el local una vez baje sus puertas definitivamente. «Quiero venderlo», dice tajante. Por el momento ha recibido alguna que otra oferta para alquilarlo, sin embargo, no es una opción que baraje. «Prefiero traspasarlo porque así ya me despreocupo del todo», confiesa. Mientras que aparece un nuevo dueño que quiera darle una nueva vida a este establecimiento, Joaquín escribe el capítulo final de la historia de este bar que se ha ganado el corazón de cientos de ovetenses gracias a su inigualable ambiente.