El cáncer no pudo con su alegría de ser madre: «La niña era mi motor, el motivo por el que tirar hacia adelante»
LA VOZ DE OVIEDO
Esta ovetense acababa de descubrir que esperaba un bebé cuando recibió la peor noticia de su vida. A partir de entonces, tuvo que convivir con un tumor en su mama izquierda mientras en su vientre crecía una nueva vida. Fueron meses de miedo, fuerza y esperanza, en los que luchó por dos: por ella y por su hija
04 ago 2025 . Actualizado a las 11:19 h.Como parte de su control habitual, Ana María Álvarez acudió a su cita con el ginecólogo para comprobar que su salud femenina se mantenía en buen estado. En esa revisión rutinaria, el especialista detectó una pequeña anomalía en su mama izquierda. El hallazgo sorprendió a la asturiana. «No me imaginaba que iba a tener algo porque en las exploraciones que hacía nunca noté un bulto ni nada que fuese palpable», confiesa. Tras realizar una biopsia, el diagnóstico fue contundente: se trataba de un carcinoma.
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La noticia cayó como un jarro de agua fría en la ovetense, quien en ese momento atravesaba una de las etapas más felices de su vida: la del embarazo. «Nada más recibir el diagnóstico, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba a abajo. Nunca te esperas que puedas tener cáncer y mucho menos siendo tan joven. Empecé a sentir miedo pero no pensé en la muerte. Tenía un motivo por el que seguir adelante: mi hija. Así que le pregunté al médico que qué tenía que hacer y me dijo de quitar el pecho», recuerda.
Estaba dispuesta a pasar por quirófano si fuese necesario ese mismo día. Sin embargo, debido a su estado, tuvo que esperar varias semanas para poder ser intervenida. «Tenía que estar en una fase de gestación en la que el feto no corriese tanto riesgo y yo pudiese también superar la anestesia», cuenta. No fue hasta dos meses después de recibir el diagnóstico, en marzo del año pasado, cuando fue sometida a una mastectomía. Pensaba que, tras esta operación, todo iba a quedar en un susto, pero nada más lejos de la realidad
«En un principio me dijeron que se trataba de un carcinoma in situ y que, por tanto, si me quitaban el pecho no tenía que dar sesiones de quimio ni radioterapia», asegura. Sin embargo, al examinar los ganglios linfáticos, descubrieron que también estaban afectados. Como las células cancerígenas estaban propagadas a la ovetense no le quedó más remedio que someterse a un tratamiento farmacológico para destruir o detener el crecimiento del tumor. Pero, una vez más, debido al embarazo tuvo que posponer cualquier acción médica.
Hasta que no diese a luz no podía recibir ningún tratamiento. Sin embargo, retrasar su administración podría poner en riesgo su salud. Así que, pasado el segundo semestre de embarazo, recibió dos sesiones de quimioterapia. «En ese momento me sentí muy angustiada porque tenía la responsabilidad de hacer las cosas bien, pero era cogerme la panza y no existían los problemas», asegura y añade que, «a pesar de todo» se sentía plena. «Cuando me veo embarazada no me fijo en el pañuelo sino en lo feliz que era en ese momento porque siempre quise ser mamá», confiesa.
Cuando cumplió las 32 semanas de gestación, el equipo médico le indujo el parto para poder continuar con los tratamientos de forma completamente segura. Al principio sintió miedo, porque creía que, una vez diera a luz, perdería ese ánimo que la había sostenido. «Durante todo el embarazo estuve estable psicológicamente porque la niña era mi motor, el motivo por el que tirar hacia adelante», reconoce. Sin embargo, la realidad fue muy distinta.
En el momento en que se convirtió en madre, a los 41 años, volvió a encontrar fuerzas para seguir batallando contra el cáncer que amenazaba con arrebatarle la vitalidad. Ese primer encuentro con su hija le devolvió el coraje y le hizo comprender que aún tenía mucho por lo que luchar. Se centró en su recuperación y, poco a poco, fue enfrentando un posparto «muy duro», mientras al mismo tiempo se adaptaba a los desafíos de la maternidad. «A día de hoy me miro y pienso: “es increíble que haya pasado por todo esto”», dice orgullosa.
Ana todavía se encuentra inmersa en este proceso oncológico. Desde que inició el tratamiento para combatir la enfermedad, la ovetense ha recibido 14 sesiones de quimioterapia y 25 de radioterapia. Además, entre medias, tuvo que ser intervenida quirúrgicamente debido a las secuelas provocadas por la propia medicación, que afectaron su bienestar y requerían atención especializada.
«Siempre digo que al cáncer no solo hay que tenerle miedo por el cáncer en sí. Hay que tener también miedo a no detectarlo a tiempo pero también hay que tenerle miedo porque los tratamientos son devastadores», afirma, antes de señalar que las secuelas afectan mucho más allá de la simple pérdida de cabello. «Es verdad que me costó muchísimo asimilar que me iba a caer el pelo, fue de las pocas veces que lloré con una angustia tremenda, pero, cuando me rapé la cabeza me di cuenta que no era para tanto», confiesa.
La pérdida de pelo, en realidad, es de las secuelas menos graves comparada con otras que afectan mucho más. En su caso le quedó una neuropatía en manos y pies, que le provoca adormecimiento y un dolor intenso al usar calzado. Tiene dañadas las mucosas y su brazo izquierdo aún presenta dificultades, por lo que precisa de rehabilitación. Sufre también dolores en el pecho operado, que estéticamente es completamente diferente. «A mí personalmente no me supone un gran impacto, pero hay personas que no pueden afrontar verse sin mama o sin pezón», asegura.
«Los tratamientos, al final, son muy duros, pero hay que verlos como algo que realmente nos sana. La quimioterapia a todos nos suena a muerte, pero aunque sus efectos secundarios son tremendos y difíciles de sobrellevar, es un proceso que la mayoría logra superar. Quienes no lo consiguen, desgraciadamente, suelen tener un cáncer en una fase muy avanzada», dice Ana, quien sabe bien de lo que habla. En su caso ya ha terminado el tratamiento de quimio y radioterapia. Ahora recibe un ciclo de dosis inyectables para acabar con su enfermedad. «Gracias a la investigación hay una vacuna específica para mi tipo de cáncer (triple positivo)», señala agradecida de los avances científicos en este campo.
El apoyo de la AECC, clave en la lucha contra el cáncer
Al hablar de su experiencia, la ovetense no deja de poner en valor el respaldo y la labor incansable de la Asociación Española contra el Cáncer. «Gracias a que financian investigaciones, ahora tengo más probabilidades de salir adelante que una persona con un cáncer menos agresivo que el mío, pero para el cual aún no existen estudios específicos», señala. Añade, además, que el dinero procedente de las donaciones no solo se destina a respaldar el trabajo de la comunidad científica, sino también a acompañar y apoyar a los pacientes en todas las etapas del proceso oncológico.
«Cuando me dieron el diagnóstico, aunque me encontraba bien psicológicamente, quise buscar a un psicólogo para que en el caso de venirme abajo pudiese recurrir a sus servicios. Como no sabía de nadie me puse en contacto con la AECC para ver si me podían orientar y me comentaron que ellos ofrecían gratuitamente apoyo psicológico», señala como ejemplo. «Dan también ayudas económicas. En mi caso no fue necesario, pero sé que hay pacientes que sí las necesitan», apunta.
Califica de «excepcional» la labor que realiza esta organización sin ánimo de lucro, que opera en toda España con el objetivo de luchar contra el cáncer en todas sus formas. Destaca también el «espectacular» trato recibido por el equipo de oncólogos, ginecólogos y cirujanos que llevan su caso. «Desde el primer momento se coordinaron para que todo saliera bien. En todo momento me sentí protegida y acogida. Todo el mundo me ayudó y me sigue ayudando», afirma, en referencia a la atención recibida por el personal médico del HUCA, donde ha sido tratada desde el diagnóstico.
Eso sí echa en falta que haya una «atención integral al paciente», ya que muchas secuelas permanecen después del tratamiento y, por tanto, resulta fundamental que un especialista oriente para una mejor recuperación. «En mi caso me indujeron la menopausia. Desde que me quedé embarazada con 40 años no volví a tener más la regla. Y ahora no sé a dónde acudir para que me digan cómo puedo paliar los síntomas, teniendo en cuenta que sigo en tratamiento», dice.
A Ana aún le queda un mes para completar el ciclo de vacunación destinado a combatir el cáncer de mama que padece. Una vez finalizado el tratamiento, el equipo médico le ha asegurado que le realizarán una ecografía y una radiografía al año para comprobar que todo sigue bien. Al no tener que acudir a tantas revisiones, la ovetense se siente inquieta ante la incertidumbre de no llevar un control tan frecuente de su salud.
«Como tengo los ganglios afectados, al pasar las células cancerígenas al sistema linfático, pueden que hayan pasado las células a otros órganos y corro el riesgo de metástasis. A partir de ahora tengo que estar atenta a los dolores que pueda tener y en ese caso sí le harían alguna prueba. Eso me abruma muchísimo», reconoce la ovetense, quien ha recurrido al psicólogo de la asociación para gestionar esta incertidumbre que le acompañará el resto de los días.
«Tengo miedo a que haya una recaída, sobre todo en los próximos cinco años, ya que el riesgo es más elevado», reconoce. Pero, al igual que cuando se enfrentó por primera vez al cáncer, Ana tiene un motivo poderoso para seguir luchando: su hija. «Mi niña es mi motor, mi faro, mi luz», confiesa emocionada. Por eso continuará aceptando todo lo que le vaya sucediendo y confiando en que todo saldrá bien. «Como bien dicen los gurús, no hay que futurizar, sino vivir el presente, y eso es justamente lo que haré», añade con determinación.