De huir de Venezuela a triunfar en Oviedo con sus pollos asados: «Solo un domingo vendo más de 50 unidades»
LA VOZ DE OVIEDO
La historia de este hombre de 52 años es digna de admirar. Tras dejar atrás a su país natal, con todo lo que ello conlleva, logró reconstruir su vida en la capital de Asturias, donde se siente «como en casa». «La gente de aquí es muy chévere», dice
20 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La madre de Ramón Vargas ya se imaginaba lo que se avecinaba en Venezuela, pues lo había vivido en sus propias carnes en su Cuba natal. De manera constante, advertía a su hijo que el gobierno autocrático traería escasez económica, represión social y limitación de libertades al país. Sin embargo, él restaba importancia a sus advertencias. Pero, para su sorpresa, poco a poco se fue cumpliendo lo que su progenitora había predicho. No le quedó, por tanto, más remedio que empezar una nueva vida lejos de la dictadura. Hoy narra su historia desde Oviedo.
«Jamás imaginé que lo que había pasado en Cuba iba a suceder en Venezuela, siendo además un país con una de las riquezas petroleras más grandes del mundo», reconoce a sus 52 años. Aunque se le encoge el corazón cada vez que habla de sus raíces y echa «mucho de menos» su anterior vida, sabe que la decisión de dejarlo todo atrás fue la mejor que ha tomado. «No se puede vivir bajo esta dictadura. Es una porquería vivir con inseguridad, sin saber si te van a matar en la calle o si te vas a quedar sin luz o sin gasolina», dice este latinoamericano, quien en 2008 empezó a gestionar todos los trámites y a tener toda la documentación en regla para emigrar.
Aún así, no fue hasta 2017 cuando preparó las maletas y dejó todo atrás para huir de la dictadura que asfixiaba su país. Se trasladó en primer lugar a las Islas Canarias y una vez asentado en el archipiélago español se fue, poco a poco, reuniendo con su familia. Primero llegó la que ahora es su expareja y el hijo de además, después sus padres y más tarde sus hermanas y demás miembros de su entorno más cercano. «Al final todos tuvimos que emigrar», lamenta, reflexionando sobre la difícil situación que los obligó a dejar su tierra natal.
Después de empezar de cero en Canarias, cinco años más tarde y por amor, Ramón se mudó a Asturias, donde comenzó a escribir un nuevo capítulo de su vida. A pesar de enfrentarse a este nuevo escenario, desde el primer momento se sintió «como en casa». Por un lado, porque el Principado se parece a su pueblo natal, Mérida: «Tenemos más o menos una temperatura similar, no tan frío en invierno», y, por otro, por la calidez y la hospitalidad de sus habitantes. «Aquí la gente es muy chévere», resalta, agradecido de la «maravillosa» acogida.
Mientras que se acostumbraba a la cultura y las costumbres de Asturias, el venezolano decidió poner en marcha un negocio en Oviedo para sostenerse económicamente. Como su trayectoria profesional siempre estuvo ligada al sector de la hostelería —su padre, de origen vasco, llegó a regentar «14 establecimientos hosteleros»— y, al darse cuenta de que en el barrio de Otero no había «ningún lugar» que ofreciera comida para llevar, decidió habilitar el bajo número 3 para preparar platos listos para consumir fuera del local.
«En esta zona hay mucha gente mayor que necesita que le cocinen», asegura Ramón, quien se puso manos a la obra para satisfacer esa demanda y ofrecer platos caseros listos para llevar. Pero antes de ponerse detrás de los fogones tuvo que reformar el bajo comercial para adaptarlo a su proyecto. «Antiguamente esto era una tienda de congelados», dice antes de señalar el gran desembolso económico que hizo para que, entre otras cosas, le pusiesen a la puerta del local un punto de suministro de gas. «Hablamos de miles y miles de euros», reconoce.
La inversión que hizo para tener su propia casa de comidas fue muy «importante» y también «arriesgada», ya que no sabía si el negocio realmente iba a funcionar. Aun así, confiaba en su experiencia de «más de 40 años» entre sartenes y cucharones. «Si no supiese de cocina no me hubiese metido en este fregado, porque además estoy solo. No tengo empleados porque me apaño bien. En Canarias trabajaba con 1.500 personas diarias, así que esto es pan comido», asegura.
De todas maneras, los comienzos fueron duros. «Muy duros, diría yo, porque además fue todo a base de préstamos; las ayudas que dicen que hay, nunca las vi», asegura el venezolano, quien, por si fuera poco, tuvo que enfrentarse a un pequeño problema legal para poder abrir las puertas de La Pollería de Otero. Así es como finalmente bautizó a su establecimiento.
Con una cocina completamente a la vista y sirviéndose de las «mejores» materias primas, prepara todo tipo de platos con los que fusiona la gastronomía española y la venezolana. En el momento cocina desde arepas hasta tequeños, pasando por hamburguesas, pizzas o ensaladas. Por encargo elabora arroces, fideuás, paellas, paletillas o lechazos. Una amplia oferta entre la que destacan los pollos asados con salsa de sidra, «para darle el toque asturiano». «Solo un domingo puedo vender entre 50 y 60 unidades», asegura sobre su producto estrella.
Gracias a servir comida «cien por cien» casera, al sabor de sus platos y a ofrecer precios «súper económicos», después de tres años con las puertas de La Pollería de Otero abiertas, Ramón ha conseguido una clientela amplia y fiel. Por su local no solo pasa gente del barrio, sino también de otros puntos de la ciudad e incluso del resto del concejo, como Olloniego. Además, cuenta con numerosos clientes procedentes de Gijón y de Mieres, que no dudan en desplazarse para disfrutar de sus especialidades.
Mientras le alcance para pagar los préstamos, como él mismo dice, y vivir holgadamente, el venezolano seguirá deleitando el paladar de los asturianos. No piensa todavía en la jubilación, pues «todavía falta bastante» para que llegue el momento de disfrutar de su merecido descanso; además, todavía le queda vitalidad, tal como se desprende de su energía y entusiasmo. Por tanto, no sabe si conseguirá poner punto y final a su carrera profesional en La Pollería de Otero.
Lo que sí tiene claro es que algún día abrirá las puertas de su propio restaurante para así servir sus platos en mesa. «Es mi sueño», dice Ramón, que trabaja para hacer realidad este deseo. En su mente también se imagina regresando a su país natal cuando termine la dictadura en Venezuela y pueda disfrutar de su tierra con libertad y seguridad.