
Artículo de opinión
19 oct 2020 . Actualizado a las 22:58 h.En las fiestas siempre hay gente que entra con mal pie: intentan ser protagonistas demasiado pronto. Tú estás buscando hielos para la primera copa y ves a un desconocido cantando Dancing Queen de Abba encima de un sofá. No es el momento. Pero pasan las horas y sin saber cómo terminas conversando con aquella persona y resulta que no es tan imbécil como creías o, al menos, no es más imbécil que tú. Son pequeños toques de atención que nos da la vida. Señales de alarma que preferimos posponer. No hacemos ni caso y al cabo de unas horas cuando tu nuevo mejor amigo se está yendo por la puerta, tú continúas allí, sin pudor ni vergüenza. Siempre hay gente que termina con mal pie las fiestas. Y somos esa gente demasiadas veces.
Debido a la pandemia, las fiestas multitudinarias, a priori, han desaparecido. Pero seguimos entrando y saliendo con mal pie de muchos sitios. Es inherente a nuestro carácter mediterráneo. Tú crees que vas a llegar a la hora cuando aún tienes que comer y ducharte y el extremo derecho de tu equipo pensaba que llegaría a ese balón pero termina siendo expulsado. El problema es de falta de cálculo. En la escuela nos reíamos de la escuadra y del cartabón. Nadie lograba comprender para qué nos serviría en el futuro aprender a utilizar la escuadra y el cartabón. Y seguimos con las mismas, en nuestra particular guerra contra el conocimiento.

Spoiler: vamos perdiendo.
Del fútbol, a menudo, lo que realmente me gusta son los pequeños momentos de estupor y confusión. Es la entrada por detrás del lateral que todo el mundo ve que llega a destiempo. Son esos segundos de incredulidad colectiva. El estadio que murmura cuando el mediocentro local intenta sacar el balón jugado mientras por detrás se le aproxima un jugador rival que había quedado rezagado y, como todos habíamos podido prever, le roba el esférico. Nunca olvidaré la tarde en la que un conocido aficionado sportinguista, antes de que las televisiones invadiesen los estadios, intentó rociar de cerveza a un linier con tal mala puntería y elección de tiempos que a quien acabó empapando fue al pobre Raúl Cámara. Lo de la mala pata está presente siempre, tengamos buenas o malas intenciones.
Balance
Cuando tres amigos fabricaron el primer y único tanto de los rojiblancos, todo sabía a continuidad, el derbi parecía un mero lapsus en el camino. Poca posesión, defensa férrea y efectividad ofensiva. Si bien no contaban los locales con que el rival también les pudiera pagar con la misma moneda y cuando Zarfino elevó con elegancia su pierna derecha y mandó el uno a uno al marcador, el Sporting se descompuso. La muralla asturiana abrió sus puertas en el peor momento. Pero entonces, en medio del caos apareció Mariño. El gallego es de los que acaban bien las fiestas. El típico compañero de noche que cuando todo está a punto de desmoronarse llama a un taxi y te deja en casa. Un poco de cordura nunca está de más.
A veces te despiertas el lunes y antes de abandonar las sábanas haces recuento del fin de semana y un empate no es mal balance.
