La nueva caída a los infiernos de Rato, el hombre que fue ministro milagro y terminó en decepción nacional

La Voz REDACCIÓN

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El «impecable» gestor ingresa en la cárcel por quemar la tarjeta «black». Aún le quedan más cuentas pendientes con la justicia: la de la salida a la bolsa de Bankia y la investigación por el origen de su patrimonio

25 oct 2018 . Actualizado a las 18:43 h.

El exvicepresidente del Gobierno, Rodrigo Rato, ya está en Soto del Real, donde ingresó este jueves poco antes de la una de la tarde, horas antes de que se cumpliese el plazo dado por la Audiencia Nacional. Antes, pidió perdón: «Asumo los errores que haya podido cometer», dijo a las puertas del centro penitenciario. «Pido perdón a la sociedad y las personas que se hayan podido sentir decepcionadas o afectadas», añadió, agradeciendo en su nombre y en el de su familia «el apoyo de todos los amigos y familiares en los últimos días».

Su entrada en prisión por dilapidar, junto a otros 64 exdirectivos y consejeros de la extinta Caja Madrid y de Bankia, más de 12 millones de euros a través de tarjetas black, opacas al fisco, asesta el golpe definitivo -aunque no necesariamente el último- al que durante años fue conocido entre las filas populares como hombre del milagro económico español, figura con halo de impecable gestor, del que, sin embargo, ahora muchos se preguntan cómo es posible que llegase a embaucarlos como excelente economista. Una leyenda que se fraguó al calor de la ejemplar entrada de España en el euro y que se agigantó con el desembarco del poderoso exvicepresidente del Gobierno en el Fondo Monetario Internacional (una vez que fue Rajoy y no él el ungido por Aznar para sucederle), a pesar de que ninguna de esas dos grandes empresas, por las que tantos elogios le llovieron en el pasado, haya tenido un final feliz. Como él. Durante su etapa al frente del Ministerio de Economía, España entró en el euro, encadenó largos años de fuerte crecimiento y se crearon cinco millones de puestos de trabajo, aunque, como recuerdan sus detractores, también se gestó la burbuja inmobiliaria que estallaría tiempo después. El FMI, por su parte, lo abandonó por sorpresa, en la que sería su primera gran espantada. 

Ahora, hundido en el fango judicial, acosado por los escándalos, denostado por todos -hasta por su nutrido e importante núcleo de seguidores dentro del PP, conocidos como ratistas-, el expresidente de Bankia ingresa en prisión en lo que es la puntilla a una historia que dejó de ser de éxito hace años para convertirse en una monumental decepción. Un ocaso que se extiende desde su imagen pública (es difícil que pueda caer más bajo), a su ya extinto poder político (de todopoderoso ministro de Aznar a estar suspendido de militancia en el PP), o a su declive empresarial y patrimonial. 

El ocaso del milagro

Es curioso que pese a haber cimentado su fama en la gestión de la economía, Rato estudió Derecho, luego un máster de Administración de Empresas en Berkeley y solo en el 2003 obtuvo el doctorado en Economía. La victoria del Partido Popular en 1996 descubrió, sin embargo, a este madrileño, descendiente de una acaudalada familia asturiana, en calidad de vicepresidente segundo, ministro de Economía y Hacienda (1996-2000) y ministro de Economía (2000-2004) de los gabinetes de José María Aznar, a quien le unía su larga amistad y una clara afinidad profesional.

Considerado, en ese momento, símbolo y adalid de la recuperación económica, no ocultó que quería ser el sucesor de Aznar, a pesar de que, finalmente, fue Rajoy, y no él, el elegido. Encajó el batacazo de su vida con entereza, propia de su carácter orgulloso, pese a lo que consideraba una traición, y en el 2004 inició el exilio dorado como presidente del FMI. Un puesto en la cumbre con un sueldo de medio millón de dólares anuales libres de impuestos y un contrato por cinco años. Un cargo de guardián de la economía mundial con el que España nunca se había atrevido a soñar hasta entonces.

Sin embargo, tan solo tres años después -y mucho antes de que acabara su mandato- Rato abandona el cargo, aduciendo «razones personales y familiares», en una salida no suficientemente justificada, que causó hondo malestar, y de la que muchos sostuvieron después que lo había hecho porque sabía la que se le venía encima. El propio Fondo Monterario Internacional reconocía con posterioridad, en un informe interno, que la gestión de Rato al frente del organismo fue todo un fiasco.

Tras su regreso a España, donde se refugió en el mundo de los negocios -el banco de inversión Lazard, la Caixa y el Santander decidieron contratar sus servicios-, fue en el 2010 cuando desembarca de forma triunfal en una de las entidades más afectadas por la burbuja inmobiliaria, Caja Madrid, como relevo de Miguel Blesa. Al frente de ella lideró, dentro de la revolución del sistema financiero, la fusión fría de las siete cajas que crearon Bankia, lanzada a bolsa el 20 de julio del 2011 a pesar de las reticencias de los analistas, en lo que posteriormente se confirmó como un descomunal despropósito.

«La solidez de este proyecto es suficiente para que todos estemos más ilusionados», se felicitaba este amante de la meditación ante unos medios que, sin saberlo, captaban una de las últimas imágenes más recurrentes de Rato libre de tachas judiciales. 

Ballesteros

Los 3.500 millones de euros de desfase patrimonial al cierre del año urgieron al Gobierno a planificar una inyección de dinero público que supuso el relevo en la presidencia y el principio del fin del exministro, especialmente tras la reformulación de las cuentas. Es a partir de este momento cuando Rato comenzará a cambiar las grandes salas de reuniones por los despachos de la Audiencia Nacional. 

Su bochorno social se precipita en el 2014 cuando estalla el escándalo de las tristemente famosas tarjetas «black», que Miguel Blesa estableció en la extinta Caja Madrid como forma opaca de retribución a sí mismo y a sus directivos y que Rodrigo Rato mantuvo hasta el último día. La ligereza con la que tiraban del plástico de la entidad financiera para abonar sus gustos caros, provocó -al trascender- un escándalo sin precedentes y derivó en la primera condena de Rato por parte de la sociedad. La ciudadanía no podía perdonar que, en plena crisis económica, el que fuera ministro de Economía tirara de una tarjeta opaca a Hacienda para desembolsar miles de euros en tiendas de arte sacro, de bebidas alcohólicas o en locales de ocio nocturno. Dos ejemplos: antes incluso de que se cerrara Bankia, pagó con la tarjeta black de Caja Madrid 1.300 euros en una tienda de lámparas y cargó otros 800 de una mariscada.

Este escándalo dejó al exministro muy tocado. Sin embargo, fue un año después, en el 2015, cuando vivió su momento más crítico (quién sabe si hasta su entrada en prisión). El 17 de abril (su particular jueves negro) España entera -o casi- asistía inmisericorde a la puesta en escena de su clamorosa caída en desgracia. Rato permanecía detenido durante ocho horas, mientras efectivos de la Agencia Tributaria, por orden de la Fiscalía de Madrid, procedían al registro de su domicilio y de su despacho, en medio de una investigación por supuesto blanqueo tras haberse beneficiado de la amnistía fiscal del 2012 diseñada por sus propios compañeros de filas.

La imagen de Rato saliendo escoltado por la policía fiscal -sin esposas, eso sí- camino de su despacho, donde continuaría el registro iniciado en su casa, dio la vuelta al mundo. Todo un espectáculo en pleno corazón del exclusivo barrio madrileño de Salamanca. Se supo entonces que sobre la cabeza del hombre que en su día llevó las riendas del FMI pendían presuntos delitos de blanqueo de capitales, fraude fiscal y alzamiento de bienes. Y también que había sido el propio Rato el que -sin querer, por supuesto- había puesto a Hacienda sobre la pista de sus desmanes cuando decidió acogerse en el 2012 a la amnistía fiscal de su, en otros tiempos, compañero de filas, Cristóbal Montoro. Lo hizo, según la investigación, para aflorar solo parte de su patrimonio familiar. Porque el resto, mantiene la Agencia Tributaria, siguió en la opacidad.

La principal causa abierta contra Rato no se sigue por tanto en la Audiencia Nacional, sino en el Juzgado de Instrucción número 31 de Madrid, cuyo titular, Antonio Serrano-Arnal, investiga el origen de su patrimonio y le imputa la comisión de delitos contra la Hacienda Pública y de blanqueo de capitales.

En esta macrocausa, que incluye más de una decena de piezas, en su mayoría secretas, se investiga un posible fraude a Hacienda por valor de aproximadamente 6,8 millones de euros de cuotas impagadas del IRPF entre los años 2004 y el 2015, como recuerda Europa Press.

En un informe de la Unidad Central Operativa, los investigadores sostienen que el exvicepresidente se aprovechó del proceso de privatización de empresas propiedad del Estado como Repsol, Endesa o Telefónica para «colocar» en los puestos de dirección a personas de confianza y obtener «sustanciosos contratos de publicidad».

El juez apuntó que dichos contratos se realizaron «por importes excesivos» y cifró en 71.902.822 euros la facturación total proveniente de las empresas privatizadas con las sociedades controladas por Rato.

La última vez que el exvicepresidente compareció por esta macrocausa fue el pasado 30 de julio, cuando negó ante el magistrado haber blanqueado y afirmó ante los medios de comunicación que todo su dinero es legal y que «está perfectamente justificado y explicado».

Próximo juicio, en noviembre

Además de esta investigación que se sigue por el origen de su patrimonio, Rato, en un horizonte muy cercano, también deberá hacer frente -desde el próximo 26 de noviembre- al juicio por la salida a bolsa de Bankia, en la que Anticorrupción pide para él cinco años de cárcel al considerarle culpable, junto con otros tres ex altos cargos, del delito de fraude por ocultar de forma «consciente» la verdadera situación del banco antes de su debut bursátil.

Para el fiscal, Rato se aprovechó del «prestigio» que le otorgaba haber sido vicepresidente económico del Gobierno de Aznar y director gerente del FMI para transmitir un «ficticio mensaje de solvencia y buenas perspectivas muy alejadas de la realidad». Como su propia trayectoria.