El día que dos dictadores almorzaron en Gijón

Juan M. Arribas

ASTURIAS

Visita de Francisco Franco y su esposa, Carmen Polo, a la iglesia de Santa María, San Sebastián
Visita de Francisco Franco y su esposa, Carmen Polo, a la iglesia de Santa María, San Sebastián

08 ene 2019 . Actualizado a las 13:19 h.

Este verano se cumplen 90 años de un encuentro: el de dos dictadores almorzando en Gijón. Lo recuerda Paul Preston en su monumental biografía de Francisco Franco. Sucedió en el verano de 1929. Tres años antes había nacido Carmen, su única hija, en Oviedo, adonde Carmen Polo había acudido para cuidar de su padre moribundo. Paul Preston escribe en Franco, caudillo de España, que «hubo rumores insistentes de que Carmen no era realmente hija de Franco, sino adoptada, y que el padre podía haber sido su promiscuo hermano Ramón. Ninguna prueba sostiene esta hipótesis, que parece surgir del hecho de que no se conocen fotografías de la asturiana Carmen Polo embarazada y de la fama de aventurero sexual de Ramón. La hermana de Franco, Pilar, hace un inciso en sus memorias para puntualizar que ella vio a Carmen Polo embarazada, aunque se equivoca en las fechas por dos años».  En ese tiempo, Franco es destinado a Madrid y se inicia un periodo en el que el general disponía de mucho tiempo libre. Alquila un piso en La Castellana y se dedica a una ajetreada vida social en tertulias y reuniones sociales y a plantearse la posibilidad de una actividad política de algún tipo. «Las lecturas y las tertulias fortalecieron la confianza de Franco en sus propias opiniones hasta un grado desorbitado», describe Preston.

En 1929, de vacaciones en Gijón, abordó al general Primo de Rivera en la playa de San Lorenzo. Los ministros del gobierno de Primo de Rivera pasaban unos días juntos lejos de Madrid y el Dictador invitó a Franco a almorzar con él, señal de deferencia hacia el joven general. Franco se encontró sentado junto a José Calvo Sotelo, entonces ministro de Finanzas, que se debatía en el intento de defender el valor de la peseta contra las consecuencias de un enorme déficit de la balanza de pagos, una mala cosecha y los primeros síntomas de la Gran Depresión. «Franco comentó a un Calvo Sotelo muy irritado que no tenía objeto utilizar el oro y las reservas de moneda extranjera para sostener el valor de la peseta y que sería mejor emplear el dinero en inversiones industriales. El razonamiento por el que cual Franco llegó a la conclusión que expuso ante el ministro revelaba una astucia simplista: basaba su argumento en la creencia de que no era necesario que hubiera un vínculo entre el tipo de cambio de la moneda y las reservas nacionales de oro y divisas extranjeras, siempre que el valor de estas se mantuvieran en secreto». El almuerzo versó alrededor de las dificultades económicas del momento. Años después Franco afirmó que el asesinato de José Calvo Sotelo en julio de 1936 fue el acicate final para unirse al golpe de Estado.   

No era la primera vez que se veían Franco y Primo de Rivera. Ambos se conocieron en una cena privada propiciada por el rey Alfonso XIII en 1923, tras la multitudinaria boda de Franco en Oviedo. Aquella cena acabó a las tantas de la madrugada y «el nada abstemio Primo de Rivera estaba algo alegre», relata Preston. De hecho, Franco pensó que no recordaría la conversación, que versó sobre el desembarco de Alhucemas. Tiempo después de aquel almuerzo en Gijón, durante los años 30, Franco comentó a menudo que el gran error de Primo de Rivera había sido anunciar que solo ostentaría el poder durante un breve lapso hasta que hubiera resuelto los problemas de España. Franco le dijo a un conocido de Oviedo, el monárquico Pedro Sáinz Rodríguez: «Eso es una equivocación; si se toma el mando (nunca decía el poder) hay que recibirlo como si fuese para toda la vida». Palabras premontorias.