Cuando el coco es el padre

Susana D. Machargo

ASTURIAS

Gobierno del Principado

Los maltratadores mutan para esquivar los muros que la justicia y la sociedad levantan a su alrededor. Utilizan a sus hijos hasta el punto extremo de asesinarlos. Son otras víctimas de la violencia de género

25 nov 2019 . Actualizado a las 17:47 h.

«El juez me obligó a entregar a mis dos niñas a ese monstruo y las mató». En estos términos se confesaba Bárbara García, la madre de dos niñas de nueve y siete años, Amets y Sara, asesinadas en San Juan de la Arena por su propio progenitor, a golpes con una barra de hierro envuelta en papel de regalo. Después se tiró de un viaducto. El martes, 26 de noviembre, se cumplen cinco años de aquella tragedia. La madre ha explicado que desde entonces vive en una cárcel sin barrotes, luchando contra todo tipo de circunstancias. Tuvo que pelear, con la ayuda del colectivo feminista Cavasym, hasta la pensión de viudedad y las ayudas como damnificada de la violencia machista. Bárbara García es una víctima de lo que se ha denominado violencia vicaria o vicarial, que es aquella que se ejerce sobre los hijos para herir a la mujer. Es a la madre a la que se quiere dañar y el daño se hace a través de terceros. El maltratador sabe que herir hasta asesinar a los hijos es asegurarse de que la mujer no se recuperará jamás.

«Es el daño extremo», resume Sonia Vaccaro, la psicóloga clínica y perito forense que acuñó este término, que forma parte del Pacto de Estado firmado en el 2017, tres años después del asesinato de Amets y de Sara y de que su madre tuviera que pelear con la justicia para ser reconocida como víctima. Vaccaro explica que la violencia vicaria no es ninguna conjetura. Los maltratadores lo anuncian y explican exactamente las razones de sus actos. «No te vas a recuperar jamás», condenan a la madre. Esta especialista ha estudiado cómo los hombres violentos y machistas han ido modificando y transformando las formas de ejercer ese maltrato, cómo han buscado nuevos caminos a medida que la justicia ha ido protegiendo a las víctimas. «Nuevas violencias perversas aparecen mientras se tramita el divorcio o después, envuelven a los y las menores y se sostienen con la participación de la justicia», explica. 

La conmemoración del 25 de noviembre, día internacional contra la violencia de género, en Asturias ha puesto el foco precisamente en estos casos. La campaña organizada por la Dirección General de Igualdad se centra este año en la atención a los hijos de los maltratadores, a fin de evitar que «la violencia de género pase de generación en generación». Nuria Varela recuerda que los menores son víctimas de las agresiones de sus padres, correas de transmisión para que la violencia de género pase de generación en generación y, en numerosos casos, padecen la violencia vicaria. De ahí que el eslogan elegido sea Que la violencia de género no pase de generación en generación. La pieza principal es el vídeo que acompaña esta información y que está elaborado con testimonios de víctimas reales que en su infancia sufrieron este tipo de violencia.

Estrategias para perpetuar

Sonia Vaccaro, que estuvo hace unos días en Asturias para participar en un taller de formación organizado por la Asociación de la Prensa de Oviedo, explica que en la violencia vicaria los menores son convertidos en objetos y utilizados para continuar dañando a las mujeres. La protagonizan hombres que durante el matrimonio no se preocuparon ni interesaron por sus hijos pero que en el momento del divorcio solicitan la custodia. Les guía su afán de continuar en contacto con la mujer. Saben que es probable que la justicia haga prevalecer los derechos del pater familias por encima de cualquier otro interés, incluso a veces, llegando a interpretar de modo perverso, el interés superior del menor. A Vaccaro le cuesta utilizar el término padre para referirse a ellos porque, aunque legalmente lo sean, «su comportamiento no lo demuestra». «A los buenos padres debería molestarles que se utilice la misma palabra para hablar de ellos», argumenta. 

No son casos aislados. Vaccaro, que lleva años investigando y que sigue entrevistándose con las víctimas, cuenta con datos. En la última década, 50 menores de entre cuatro meses y 16 años murieron por violencia de género. 28 fueron asesinados por el progenitor durante el régimen de visitas o en el periodo de la custodia compartida. Dos de ellas son Amets y Sara. Mil mujeres fueron asesinadas entre el año 2003 y el 10 de junio de 2019. Sólo el 19% habían denunciado. El 70% tenían hijos. Ellos también son, por tanto, víctimas, explica esta psicóloga. 

Hay más cifras para la reflexión. Cuenta que únicamente en el 3% de los casos de violencia sobre la mujer y los hijos la justicia resuelve la suspensión de la custodia al padre violento. Sólo en el 5,2% de los casos se evita o suspende el régimen de visitas. El 0,0038%. Ese es el porcentaje de las denuncias falsas. A Vaccaro también le gusta resaltarlo para empezar a tumbar mitos.

Las víctimas invisibles de la violencia de la violencia de género es un informe elaborado por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género que dedica un capítulo expresamente a los hijos. Recaba datos de numerosos estudios internacionales y pinta una radiografía bastante precisa. Del total de mujeres que sufren o han sufrido violencia física, sexual o miedo de sus parejas o exparejas y que tenían hijos, el 63% reconocen que ellos presenciaron o escucharon alguna de las agresiones y el 92% eran en ese momento menores de edad. Y de ese 92%, el 64% sufrieron también en carne propia la violencia. 

Esa exposición, concluye el trabajo, «tiene un gran impacto sobre el desarrollo psicológico y emocional de los menores, que se agrava cuando también son víctimas directas del maltrato». Afecta de una manera muy variada. Cita dos clases de problemas, los internalizantes o emocionales, como son la ansiedad, la depresión y las somatizaciones; y los externalizantes o problemas de conductas, como son la agresión o la conducta no normativa. «En torno a la mitad de los menores expuestos a este tipo de violencia presentan problemas psicológicos graves, sobre todo con perfiles mixtos de sintomatología externalizante e internalizante», con altas tasas, incluso, de trastorno por estrés postraumático. 

Este fenómeno, poco estudiado todavía en España, genera traumas complejos, que son recurrentes y crónicos, insiste el informe. «Cuando un menor ha experimentado maltrato, ya sea de forma directa o indirecta, y especialmente cuando es maltratado por sus propios padres, se siente más vulnerable, afectado a la base de su seguridad y confianza en el mundo y en las personas que lo rodean... Los sentimientos de indefensión, miedo, ansiedad o preocupación ante la posibilidad de vuelca a ocurrir le invade, llegando a ser paralizantes», argumenta. 

El informe 2019 del Instituto Asturiano de la Mujer, denominado Situación de Mujeres y Hombres en Asturias, ofrece algunos datos de contexto. La red regional de casas de acogida, formada por un conjunto de viviendas y pisos tutelados que sirven de refugio a las víctimas en situaciones de emergencia, acogieron el año pasado a 467 personas, 213 era hijos de maltratadas. El récord de menores alojados se alcanzó justo en el ejercicio anterior. 246 descendientes de maltratadas tuvieron que ser alojados en un centro público con sus madres.