Dos asturianos retenidos por el coronavirus en Argentina: «Con un poco de suerte volvemos para los Güevos Pintos»

s.d.m.

ASTURIAS

Marisa Rodríguez y Manuel Enrique Moro, en su confinamiento en Buenos Aires
Marisa Rodríguez y Manuel Enrique Moro, en su confinamiento en Buenos Aires

Un matrimonio de Pola de Siero decide quedarse en el país tras descartar enlaces de avión rocambolescos que les condenaban a pasar varios días en  aeropuertos

18 mar 2020 . Actualizado a las 23:00 h.

«Con un poco de suerte volvemos para los Güevos Pintos». Marisa Rodríguez y Manuel Enrique Moro hablan ya con la tranquilidad del que ha asumido su situación. Estaban visitando a su familia en Argentina cuando estalló la crisis del coronavirus. Su primer impulso fue regresar a casa. Intentaron ponerse en contacto con la embajada y con la compañía con la que habían volado. Todo fue en vano. Las líneas estaban colapsadas y eran imposible encontrar una solución. Después, el Gobierno argentino decidió confinar a todos aquellos ciudadanos que procedían de zonas con muchos casos, entre ellos los españoles. Esto les obligaba a quedarse en casa o a salir escoltados hacia el aeropuerto donde debían esperar por tiempo indefinido hasta encontrar dos billetes. La llamada de su hijo desde Pola de Siero terminó de convencerles. Están tranquilos, arropados por su familia, con una estrecha terraza de 12 metros en la que hacer su caminata diaria y con una esquina del estadio de Boca a golpe de vista. «Con un poco de suerte volvemos para los Güevos Pintos», insiste Marisa Rodríguez.

Este matrimonio poleso ya había viajado a Argentina en otras ocasiones. Ambos tienen primos en el país con los que mantienen una relación fluida. Los emigrantes estuvieron este verano en La Pola. Ahora les tocaba devolver la visita. Aterrizaron en Buenos Aires el sábado, 7 de marzo. La situación en España no estaba descontrolada y al otro lado del Atlántico la epidemia todavía sonaba como algo muy lejano. Los tres primeros días los dedicaron a hacer turismo, a ver esos espacios que habían disfrutado en vacaciones anteriores y a descubrir otros nuevos. Así entraron en el teatro Colón o fueron a comer al club del Centro Asturiano, con el hijo de una emigrante naveto. Pero ese miércoles, 11 de marzo, se registró el primer muerto en el país sudamericano, alguien que había regresado de Francia. El Gobierno comenzó a adoptar medidas en cadena, a suspender vuelos, a decretar cierres y a exigir que aquellos que procedían de zonas de riesgo se pusieran en aislamiento. Desde el 11 de marzo, ni Marisa ni Manuel Enrique han vuelto a poner un pie en la calle. No han tenido fiebre y se encuentran bien.

Primeros intentos

Al principio sopesaron qué hacer. Realizaron llamadas para conocer sus opciones. Intentaron contactar con la embajada y con el consulado. Nada daba sus frutos. Esta misma semana se han enterado de que podrían salir vía Brasil, que allí podían coger un vuelo de Air Europa. «Tendríamos que empezar el viaje antes de terminar la cuarentena y estábamos en una lista de espera, así que ni siquiera sabíamos cuándo íbamos a poder coger el vuelo. Manuel Enrique tenía más interés en ver si podíamos salir. Yo tenía más medio desde el primer momento», explica Marisa Rodríguez a través del teléfono. Agotaron todas las opciones, vieron que en España, por el momento, todos están bien y decidieron quedarse.

Están pasando la cuarentena en casa de una de sus primas. Son cuatro, ellos dos, la dueña de la casa y su nieta. Las dos argentinas salen algo a la calle, a hacer recados básicos y la compra. Pero ellos no. Pueden caerles multas importantes y tienen miedo que incluso una pena de cárcel. «Además, en el edificio saben que estamos dos españoles. Basta que alguien enferme para que nos echen la culpa a nosotros», explica con prudencia. Desde su ventana observan cómo, poco a poco, todo va cerrando. Apenas hay gente en las calles, así que bares y cafeterías bajan la persiana por falta de clientes. Las noticias que llegan de Europa no son nada alentadoras y eso infunde miedo. Están conectados al canal internacional de Televisión Española, hablan con la familia, caminan mañana y tarde en su pequeña terraza, que se ha convertido en un refugio; juegan a las cartas, conversan... Ellos ya tienen más experiencia en este confinamiento y saben que el tiempo pasa despacio. 

Este sábado se cumplen sus dos semanas de cuarentena y ya podrán salir de casa pero todavía dudan qué hacer. Otro primo que vive en Santa Teresita, en la costa, se ha ofrecido a venir a buscarlos, para pasar con ellos el resto de esta crisis. Tiene una casa con terreno y estarían más cómodos. El único problema es que es puente festivo en el país, pueden producirse miles de desplazamientos, se registrarán atascos y, además, temen que se establezcan controles. Como, además, se cumplen los 15 días de la llegada de España precisamente el sábado, temen que les pongan algún problema. Otros de sus familiares residen a 450 kilómetros de Buenos Aires, en San Carlos de Bolivar. Ellos también están pasando el aislamiento en el campo. Tienen una ganadería y se han mudado de su casa en la ciudad a la finca, donde tienen más libertad. En esa zona del país están más preocupados porque tienen un caso, un taxista que está ingresado por coronavirus. Recogió a alguien procedente de Italia en el aeropuerto y se infectó.

Sentido del humor

No han perdido el sentido del humor en estas dos semanas. Cuentan incluso anécdotas de los primeros días. Iban a coincidir en Argentina con otro familiar de México, que está residiendo en Estados Unidos. Habían quedado para cenar mañana, 19 de marzo. Este otro familiar llegaba al país un día después que ellos, iba a pasar un par de días en la capital, luego haría un circuito y a su vuelta se verían. En una ciudad de 2,8 millones de habitantes, tropezaron por casualidad en la catedral. Se vieron lo justo para saludarse, darse un abrazo y emplazarse para esa cena de mañana que, sin embargo, no se producirá. Apenas unos días después, el tour se canceló y regresaron precipitadamente a Estados Unidos, antes de que Donald Trump les cerrase la entrada. 

Desde la distancia suenan confiados. Ahora su objetivo es poder salir rumbo a Santa Teresita y sustituir los largos paseos en la terraza de 12 metros de largo por un jardín. También insisten en pedirle a todos que se cuiden y que mantengan el aislamiento, tal y como ellos están haciendo a miles de kilómetros de distancia.