Superaron el día en que solo quedaban tres camas disponibles para críticos  y empezaron a ver la luz cuando dieron el primer alta a planta. La presión asistencial baja pero el estrés en los profesionales todavía es grande

Existe una cierta normalidad en el ojo del huracán. Así que Dolores Lola Escudero, la responsable de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), reconoce que el humor y los homenajes a los pacientes del COVID-19 que salen en dirección a planta han servido para mantener elevada la moral. Eso y el cortisol que sus cuerpos llevan segregando a raudales desde hace unos 60 días, cuando recibieron al primer paciente de la epidemia. Una broma a tiempo o una buena noticia compensa el calor y la sequedad de boca que generan los equipos de protección individual (epi) o las heridas en el puente de la nariz y en la barbilla que identifican a los profesionales sanitarios que combate el coronavirus en la primera línea porque deben llevar bien ajustadas sus pantallas 3-D. Hubo quizá un momento más delicado que el resto. Fue aquel día en el que solo quedaban tres camas libres de las 63 que había para críticos en el HUCA y en el que se pensó en abrir el área especial habilitada por el ingeniero junto con fontaneros, carpinteros y albañiles, junto al helipuerto. No fue necesario. «Ahí tenemos 25 camas listas, hasta con las sábanas», explica Escudero. Ahora lo que dan son más altas. Pero recuerda con especial emoción la primera, la mujer les dijo sin dudar que ese era el momento más feliz de su vida. Empezaban a ver la luz.   

Un vuelco al sistema

El coronavirus ha puesto la zona de críticos del HUCA patas arriba. El plan de contingencia diseñado por el Servicio de Salud (Sespa) ha sumado las 43 camas de la UCI polivalente y las 20 de la UCI cardiaca para atender a los pacientes de COVID-19 con un cuadro diagnóstico más complicado. En total, 63 plazas que estuvieron a punto de llenarse. La cardiaca estuvo al 100% y la polivalente por encima del 90%. El pico máximo de enfermos llegó a 60. «No se colapsó del todo porque siempre tuvimos ese muro de contención de tres camas», explica Lola Escudero. Además, entre la UCI y el helipuerto se habilitó un recurso extra, un espacio sin todos los medios técnicos de las unidades pero con 25 camas y sus correspondientes respiradores. «Fue algo milagroso que se hizo en solo 10 días gracias a la maravillosa labor del jefe de ingeniería, Josu Jiménez, que lideró un equipo de 20 fontaneros, electricistas y albañiles que trabajaron a tres turnos», explica. Esa era una red de seguridad. ¿Dónde están el resto de graves, los que nos son COVID-19? La UCI pediátrica se convirtió en la UCI limpia, donde se atiende tanto a niños como adultos de otras patologías.

Dos contratos extra de intensivistas. Ese fue el refuerzo en profesionales médicos que se realizó. Escudero ha gestionado un equipo de 22 especialistas y otros 10 médicos residentes en formación, que trabajan al mismo nivel y en las mismas condiciones. Hasta la crisis, trabajaban en turnos de mañana y realizaban entre cuatro y seis guardias al mes. El coronavirus ha obligado a cambiarlo todo. Para evitar los posibles contagiados que podrían mermar la plantilla, se crearon tres equipos -A, B y C- que trabajan en turnos de 12 horas. Así si uno era positivo solo era necesario poner en cuarentena a su grupo. No ha sido necesario. Solo ha estado en cuarentena una compañera cuyo marido, también médico, dio positivo. Ella no llegó a contraer la enfermedad. Ahora tienen a un segundo miembro con un resultado dudoso del análisis, a la espera de repetirlo. Por precaución no está trabajando. El resto sigue con la nueva organización. Descansan dos días a la semana, rotatorios. Desde hace 60 días, no han existido ni los fines de semana ni la Semana Santa ni días extra de descanso.   

Los epis, un mal necesario

No han registrado una escasez acuciante de material pero, sobre todo en los primeros días, han faltado recursos. «Nadie en ningún país tenía reservas estratégicas. Así que el coronavirus ha cogido al sistema mundial de salud desprevenido», afirma Lola Escudero. Desde hace semanas, los equipos de protección individual son un mal necesario: imprescindibles para no contagiarse pero un elemento que entorpece el trabajo. Lo describe de una manera muy gráfica la responsable de la UCI del HUCA: «Trabajar con los epis es muy penoso. Pasas mucho calor, se respira mal. Sudas muchísimo y pasas una sed espantosa. Es muy engorroso. Ves mal y pierdes tacto con el doble guante. Los profesionales sanitarios que los usan ya tienen heridas en el puente de la nariz y en la barbilla. Las mascarillas tienes que llevarla apretadas. Hay compañeros que se están poniendo almohadillas».

No obstante, como todo ojo del huracán, hay momentos de relajación. Solo se ponen los epis cuando van a entrar en el box de un positivo y para realizar maniobras invasivas. Entonces se cumplen, de manera estricta, los protocolos de seguridad. En el resto del espacio pueden estar con su habitual pijama médico, con o sin mascarilla. Escudero explica que los espacios están bien diferenciados con unas líneas amarillas pintadas en el suelo. Así en el área central, donde se encuentran los ordenadores y donde compruebanban la parte analítica, no son necesarios los epis, lo que mejora la forma de trabajo. «Hay gente que se sorprende y que espera que nos pasemos todo el día con ellos pero no es así», explica. 

El manejo de los pacientes

¿Se parece el cuidado de los enfermos de COVI-19 a otros que ya haya tratado este batallón de intensivistas? La parte respiratoria, reconoce, es similar a la que llevan años tratando con la gripe A pero luego también habla de diferencias palpables. Explica que afecta a los dos pulmones por completo, «de arriba a abajo». Así que también tienen que realizar una intubación traqueal para, con un respirador, establecer todos los parámetros necesarios, hasta la cantidad de oxígeno. Lo que también hacen es colocarles en la postura de cúbito prono o, dicho de una manera más coloquial, en la postura del nadador. Esto es boca abajo, con tres almohadones que adaptan la postura y un brazo estirado. Suelen dejarlos así unas 16 horas, porque mejorar la oxigenación. Luego los voltean otras ocho horas. «No lo hacemos con el 100% pero sí con la mayoría cuando vemos que los respiradores están al 90% o casi al 100%», señala Escudero. Esta técnica no es, ni mucho menos, nueva. La manejan de manera habitual y en estos casos se ha revelado como un buen apoyo.

Lo que tiene de diferente con respecto a la gripe A es «una respuesta inflamatoria desmesurada» que causa grandes daños en el organismo. Eso es lo que se están encontrando los intensivistas de todo el mundo y también los del HUCA. Para afrontarlo utilizan cócteles de fármacos que no son nuevos y que se estaban producen para tratar otras patologías, es el caso de los antivirales o inflamatorios específicos. 

La humanización

Hasta aquí la parte médica. La relación con el paciente también está siendo diferente. Ahora mismo, con la presión asistencial descendiendo pueden dar nuevos pasos. Lola Escudero señala que siempre han cuidado la relación con las familias, para informar puntualmente de la evolución. Incluso contaron con el refuerzo de médicos voluntarios de otras áreas para realizar estas llamadas. Pero en estos momentos ya están permitiendo el acompañamiento. Lo hacen de manera muy controlada y no en todos los casos. Lo hacen con pacientes que se encuentran al final de la vida, para que sus allegados puedan despedirse y también con otros en mejores condiciones que llevan mucho tiempo ingresados y que necesitan de una inyección anímica. Visten de manera adecuada a los visitantes y les dan instrucciones precisas de qué pueden hacer y qué pueden tocar, para reducir al mínimo cualquier riesgo de contagio.

Esto complementa otra tarea en la que se han implicado personalmente todos los equipos, facilitando las videollamadas o las llamadas con teléfonos móviles y con vídeos. Incluso ha habido intercambios de vídeos con mensajes entre familiares y pacientes. Los realizados en el hospital son obra de muchos profesionales sanitarios que los filman, convertidos en improvisados cámaras, y los envían. Fruto de esta implicación son también los vídeos que se han difundido con la despedida de pacientes que pasan a planta aplaudidos por los trabajadores.

«Levantar la moral de la tropa es muy necesario», recomienda Escudero. Y no habla solo de los pacientes sino también de los trabajadores de las UCIS, porque recuerda que también son «seres humanos, frágiles y vulnerables». Explica que sacar adelante a un enfermo es una inyección de moral, una energía que se les devuelve. En su caso, recuerda con especial emoción el que grabaron a la primera paciente que consiguió salir. «Nos dijo que era el momento más emocionante de toda su vida. Es importante que tengan un horizonte, que sepan que pueden salir del hospital, volver a ver a sus hijos, volver a hacer su vida, salir a cenar... », detalla.  

Otros son los héroes

La tropa sanitaria se queda en la UCI. Pero las semanas de epidemia comienza a pasarles factura. Todavía tienen los niveles de cortisol altos, los que les permiten mantenerse alerta, les evita el cansancio y, en muchas ocasiones, hasta el hambre. Pero la situación es desoladora, con muchos fallecidos en poco tiempo. Aunque es algo a lo que un intensivista está acostumbrado, el nuevo coronavirus les está llevando a nuevos límites. «Últimamente, ya lo hemos comentado entre nosotros, algunos dormimos mal, tenemos pesadillas. Es normal. Somos humanos», argumenta. No obstante, reconoce que hay de ser de una determinada manera para hacer esta especialista de intensivitas, hasta ahora muy desconocida para la población general, que obliga a soportar mucho estrés.

La situación en Asturias ha sido y es mejor que la que padecen regiones como Madrid. Pero Escudero está en contacto con compañeros, en las reuniones de jefes de servicio que le han contado de primera mano por lo que están pasando. «Han pasado situaciones heroicas, con más camas de las que tenían capacidad de atender y casi sin medios, que han ido apareciendo poco a poco. Hay muchos intensivistas que en esta epidemia merecen la medalla de héroes», explica. Se las cuelga a otros. De su labor y la de su equipo habla con la normalidad de quien sabe qué es lidiar a diario con imprevistos.