Los profesionales del hospital Valle del Nalón cuentan su día a día. «Solo con verles la cara ya sabemos que están mejor»

Vanesa García sabe cómo es la cara del COVID-19. La supervisora de Enfermería de la unidad de cuidad de intensivos del Hospital Valle del Nalón, en Langreo, la lleva viendo a diario en sus pacientes desde hace semanas. Unos están más graves y otros menos, pero todos mantienen el rictus del agotamiento, la dificultad respiratoria, y la desgana para traducir en palabras el pensamiento más simple. Un día, después de una larga pelea, eso cambia. «Solo con verles la cara, ya sabes que están mejor», reconoce. Pero todavía es pronto para que puedan hablar. Así que con mucha dificultad recurren a un simple gesto que lo confirma. «Estás mejor, ¿eh?, les decimos. Muchos de ellos sonríen y suben el pulgar para decirnos que sí», explica. En el Valle del Nalón, tan solo han perdido a uno.

Luis Velasco, el director del Área de Gestión Clínica de la UCI del Valle del Nalón, señala que profesionalmente estaban preparados. La unidad tiene personal formado y experiencia, pero había que conseguir más medios humanos y técnicos, ampliar las plazas adaptándose a un espacio constreñido, ser estrictos con las medidas de seguridad. Lo peor, aseguran Luis Velasco y Vanesa García, fue la espera, cuando sabían que iba a llegar la ola pero desconocían su tamaño y sus consecuencias. Cuando comenzaron a llegar los pacientes, entonces se concentraron en hacer lo que ya saben, dar soporte a los críticos.

En el primer plan de contingencia del Servicio de Salud del Principado (Sespa) para el nuevo coronavirus, la UCI de este hospital no iba a atender a pacientes de la enfermedad. Entonces se había decidido concentrarlos en una serie de unidades específicas y especializadas, en el HUCA primero y después, a medida que creciera la presión asistencial en el Álvarez-Buylla, de Mieres, que no tiene UCI como tal, ya que actúa de manera coordinada con el Valle del Nalón, y en el San Agustín, de Avilés. Esta estrategia pronto cambió, ya que obligaba a trasladar a enfermos en condiciones que lo desaconsejaban y además tenían desaprovechadas plazas. Lo que hicieron Luis Velasco y Vanesa García, en ese momento, fue recurrir a la sala de reanimación y lo que se utilizaba como paritorio, para ordenar tres espacios diferentes, de seis camas cada uno. Tienen capacidad para atender a 18. Seis son para COVID-19 muy graves. Otras seis, para los diagnosticas en mejor situación. Las seis restantes pertenecen a una UCI limpia, para el resto de patología. La ocupación máxima, en total, no llegó a 10. El número máximo de pacientes con COVID-19 fue de siete. El viernes ya quedaban solo tres.

«En la preparación tuvimos mucho estrés. No sabes hasta dónde va a llegar, si vas a terminar teniendo pacientes en los pasillos. Ahí es cuando sientes miedo», reconoce Vanesa García. Luis Velasco coincide con ella: «Estabas viendo lo que ya estaba pasando en Madrid y era el espejo en el que te mirabas». Nunca llegaron a temer que no tuvieran respiradores suficientes, aunque en un primer momento, reflexiona Velasco, «hubo un cierto caos» .Tuvieron que buscar personal con el perfil de UCI y ampliar un equipo que está acostumbrado a trabajar junto. Si habitualmente son 12 enfermeras y cinco médicos, en la actualidad tienen cuatro equipos de seis profesionales de enfermería y uno de siete, que realizan ciclos hasta el descanso; además de cinco médicos, cuatro anestesistas colaboradores, otro anestesista procedente del HUCA y un médico del Samu. «Nuestra previsión era que el nivel de pacientes fuese más alto», reconoce el director del área. No obstante, señala que «no ha sobrado nadie».

Después de esa «horrible espera», comenzaron a funcionar. Lo que se encontraron no les sorprendió tanto. «Es una enfermedad nueva y muy contagiosa pero los daños que produce no son nuevos, los conocemos porque son parecidos a los de otras patologías», explica Velasco, que acumula una dilatada trayectoria en las UCIS. Señala que la gripe A genera en los pacientes cuadros muy similares. Ni siquiera la de intubación boca abajo de la que tanto se ha hablado en las últimas semanas es nuevo. De hecho, ni siquiera es exactamente así. Velasco explica que se le intuba de la misma manera pero que lo que se hace es darle la vuelta porque eso mejora de manera considerable su capacidad respiratoria. Lo complejo de este volteo, que suelen hacer también en enfermos de gripe A, es girarlo con todos los cables y los soportes conectados. En pacientes ligeros, con tres profesionales se arreglan pero en los más pesados tienen que colocarse hasta siete, tres en cada uno de los lados y uno en la cabeza. Colaboran todos, desde el auxiliar al celador. Todos son imprescindibles para realizar esta técnica y para después de unas horas devolverlo a su posición habitual. «Mejoran de una manera espectacular», reconoce Velasco.

Trabajar con los equipos de protección individual no es fácil. «No palpas igual y tiene muchas menos visibilidad», explica Vanesa García. Pero sin epi no se trabaja. No lo tienen puesto todo el tiempo, solo cuando entran en los box. Así han conseguido que no haya ni un solo positivo entre los compañeros, que era otro de sus miedos. Al principio de la epidemia, una trabajadora no sanitaria estuvo en aislamiento por un positivo. Pero ya se ha reincorporado. Eso no quita que algunos estén viviendo con miedo esta situación. «Es un miedo con el que convives. Depende mucho de tus circunstancias personales porque muchas veces ya no es por ti mismo. Es si tienes hijos o si vives con una persona con enfermedades crónicas», explica. No obstante, ambos creen que el miedo controlado es beneficioso porque ha ayudado a que todo el mundo extremase las medidas de seguridad y se cumpliesen de forma estricta los protocolos.  

La relación con los pacientes, que además de la enfermedad han sufrido el aislamiento, al no estar permitidas las visitas, ha sido más intensa. No solo informaban a las familias de su evolución. Les han dejado incluso sus propios teléfonos para hacer llamadas. Ahora ya cuentan con unas tablets donadas por el Colegio de Informáticos que permiten realizar videollamadas a los que están conscientes y en condiciones de hablar. En su caso, han permitido excepcionalmente dos acompañamientos de familiares, muy controlados,  con el fallecimiento del único paciente que ha muerto en estas semanas, y en otro caso de circunstancias excepcionales.   

Luis Velasco reconoce que comienza a notarse un descenso en la presión por la evolución de la epidemia y también del propio hospital. «Vamos viendo la luz al final del primer túnel», afirma. Pero sabe que queda mucho por hacer y espera que se extraigan muchas conclusiones, entre otras, que no se puede recortar en el sistema sanitario público y que muchos de los centros están infradotados de medios, con una escasa técnica. Vanesa García cree que la profesión de enfermería saldrá con más reconocimiento. «Es un trabajo algunas veces ingrato que nunca ha sido muy valorado por la población», señala y lamenta la hipocresía de los que aplauden y luego dejan anónimos a los profesionales sanitarios.