Los mejores amigos del hombre no siempre pueden compartir los hábitos de la familia

Refiriéndose al perro, afirmaba Konrad Lorenz, que dedicó buena parte de su vida a desentrañar las pautas que rigen el comportamiento animal, que «no existe un animal doméstico que haya cambiado tan radicalmente su modo de vida». Y no es menos cierto que con ningún otro animal ha realizado el hombre tantos esfuerzos encaminados a cambiar su modo de vida; a humanizar los hábitos de la mascota. 

Los propietarios de mascotas han proyectado con entusiasmo sus propias costumbres sobre ellas: las peluquerías caninas o el diseño de prendas -en no pocas ocasiones de estética manifiestamente mejorable- para indumentaria de abrigo o mera coquetería son claros ejemplos de aquel empeño. Compartir alimentos y hábitos alimenticios con el miembro cuadrúpedo de la familia también forma parte del proceso de integración.

El consabido talento narrativo de Pérez Reverte convirtió a los canes en protagonistas de su novela Los perros duros no bailan (Alfaguara, 2018); algo que, por cierto, ya hizo Cervantes cuatro siglos atrás en El coloquio de los perros. Sin embargo, Pérez Reverte va mucho más allá en la asimilación de hábitos humanos y dibuja, con su particular estilo, canes dando «lengüetazos de anisado» y tomando café.

En la ficción narrativa no acarrea ninguna consecuencia, pero fuera de ella pequeñas cantidades de alcohol pueden desencadenar efectos tóxicos. Con frecuencia se olvida que alimentar a la mascota como si fuese un miembro más de la familia puede tener consecuencias indeseadas de todo tipo: obesidad, afecciones intestinales o de otros órganos e incluso intoxicaciones.

Y esto puede suceder con una gama sorprendentemente amplia de alimentos de los que, en principio, no se sospecharía. Por curioso, a la vez que potencialmente grave, destaca el chocolate en esa gama de productos que eventualmente pueden ser causa de intoxicación del cánido doméstico.

Los secretos del chocolate

Durante casi tres décadas, Stephen T. Beckett se dedicó a descubrir los secretos del chocolate y sus aplicaciones prácticas en el proceso de producción. En cuestión de chocolate, sabe lo que se trae entre manos. Beckett nos cuenta en su libro La Ciencia del Chocolate (editorial Acribia, 2002) que el chocolate es una mezcla compleja; hasta tal punto, que en una simple tableta se encuentran sabiamente combinados 800 compuestos diferentes.

Los congéneres de Stephen Beckett podemos saborear con deleite todos y cada uno de ellos sin que ello represente un peligro para la salud. Lo agradece el paladar y el organismo experimenta efectos beneficiosos: aumenta la actividad motora, mejora el rendimiento intelectual y disminuye la sensación de fatiga. ¿Qué más se puede pedir por dos euros?

Pero -siempre hay un pero-, una de las sustancias presentes en los granos de cacao, materia prima del chocolate, puede resultar tóxica para el «el mejor amigo del hombre». Se trata de la teobromina, una sustancia que, químicamente hablando, es un pariente cercano de la cafeína.

El mismo cacao también contiene cafeína, pero en una proporción hasta diez veces menor a la teobromina, por lo que los efectos tóxicos del chocolate en perros, se atribuyen a esta última sustancia. No nos olvidamos de otro miembro peludo habitual en la familia, el gato, porque también sufre los efectos de la teobromina.

¿A qué se debe?

La toxicidad de la teobromina se debe a que se metaboliza, se degrada, en perros con mayor lentitud que en humanos y, por tanto, alcanza niveles nocivos en su lugar de acción. Las metilxantinas, y la teobromina es una de ellas, son antagonistas de los receptores de adenosina, que bloquea la actividad de la dopamina, un neurotransmisor que interviene en la transmisión del impulso nervioso. Lo anterior, enrevesado aunque rigurosamente cierto, viene a ser equivalente a decir que la teobromina es un estimulante del sistema nervioso central y del músculo cardíaco, con efectos sobre el riñón. Es en esos órganos donde se manifiestan los efectos de la intoxicación.

Hasta que no han transcurrido unas horas desde la ingesta de chocolate, entre seis y doce en la mayoría de los casos, todo parece desarrollarse con normalidad en lo que al comportamiento de la mascota se refiere. Los primeros síntomas de la intoxicación suelen ser de índole digestiva (vómitos, diarrea); cuando la cantidad ingerida de chocolate, y por tanto la dosis de teobromina, es mayor aparecerá primero sintomatológica cardiaca -taquicardia o arritmias- y neurológica después -agitación, convulsiones-. El desenlace puede ser fatal si la cantidad ingerida supera un umbral crítico y no se dispone de asistencia veterinaria.

La cantidad que resulta tóxica para los canes depende de varios factores. La raza es uno de ellos: condiciona el peso del perro y la dosis tóxica; los individuos pertenecientes a razas de pequeño tamaño resultarán más frecuentemente afectados ya que en términos relativos la dosis ingerida es mayor. Por otro lado, parece determinar una especial susceptibilidad de algunas razas.

No todos son igual de dañinos

En el mercado existe una amplia gama de tipos de chocolate y no todos resultan igualmente dañinos para la salud de la mascota. Resulta paradójico que, en este caso, los más caros son los más perniciosos. Sabemos que para los humanos el chocolate negro es más saludable que el chocolate con leche o el blanco. Para los cánidos, la situación es exactamente la contraria. El chocolate con leche contiene una menor proporción de cacao que el negro y consecuentemente contendrá menos cantidad de teobromina, por lo que resultará menos tóxico. Por su parte, el chocolate blanco contiene trazas de teobromina y su potencial tóxico es muy bajo.

No hay antídoto, por lo que el tratamiento por el veterinario, al que se debe acudir de manera inmediata, estará basado en medidas de desintoxicación y en el tratamiento sintomático.

Curiosamente, la teofilina, otro miembro de la familia de las metilxantinas presente en el cacao, el té verde o negro, no es tóxica para el perro o el gato. Todo lo contrario: se usa en el tratamiento de individuos de ambas especies diagnosticados de enfermedad pulmonar obstructiva crónica o EPOC.

En la literatura científica, se puede encontrar una larga lista de alimentos que potencialmente son capaces de desarrollar intoxicación en perros. El sitio web petpoisonhelpline ofrece un listado con decenas de productos alimenticios potencialmente tóxicos. En ella pueden encontrarse alimentos tan comunes como ajo,  cebolla, uvas o uvas pasas; o tan exóticos como las nueces de macadamia, o las  carambolas.

Otros productos tóxicos

En ocasiones ocurre que un grupo heterogéneo de alimentos comparte un componente común que los convierte a todos ellos en potencialmente tóxicos. Golosinas, chicles, dulces sin azúcar o productos dietéticos bajos en calorías incorporan un ingrediente, el xilitol, un edulcorante alimentario (número E 967) empleado en su fabricación, que puede provocar en el perro un incremento súbito de los niveles de  insulina en sangre y como consecuencia una hipoglucemia severa de consciencias fatales si no recibe tratamiento adecuado de modo urgente. 

Cuenta James Herriot, veterinario y autor de Todas las criaturas grandes y pequeñas ( Grijalbo, 1975), que en cierta ocasión se vio obligado a regañar a la señora Pumphrey, propietaria de un pequinés al que con excesiva frecuencia obsequiaba con pasteles. Ella argumentó en su descargo: «Le aseguro que trato de darle lo más adecuado, pero es muy difícil. Cuando me pide algún caprichito, no puedo negarme». Si usted posee un perro como mascota y le pide chocolate como caprichito, ya sabe: diga no.

@JLBLANCOSCIENCE