Navegaba rumbo a Gijón y unas orcas le destrozaron el timón: «Pasamos miedo e impotencia»

A. Cuba / E. Abuín

ASTURIAS

CEDIDO

Alfonso Vega, un navegante bilbaíno residente en Asturias relata la insólita experiencia

14 sep 2020 . Actualizado a las 20:07 h.

La presencia de orcas en aguas cercanas a Asturias ha vuelto a hacerse notar. Con apenas tres horas de diferencia, dos veleros necesitaron ser auxiliados esta madrugada porque tras la interacción de los cetáceos sufrieron daños en las embarcaciones. En ambos casos perdieron el timón y, por ello, la maniobrabilidad y precisaron ser remolcados a puerto

Alfonso Vega, patrón del Urki 1, es un navegante experimentado y nunca había vivido una situación similar. Este bilbaíno residente en Asturias había salido de Fisterra rumbo a Gijón, adonde pensaba llegar, con el amigo que le acompañaba, 40 horas después. «Cuando escuchamos el mayday [señal de socorro] por la radio, nos ofrecimos a Salvamento Marítimo para ayudar, por si necesitaban algo. Estábamos muy cerca [del Amadeus] cuando nos avisaron de que había llegado la lancha de Cruz Roja, nos retiramos y seguimos nuestro rumbo inicial, al norte», relata.

«Al cabo de poco más de media hora empezaron los golpes. Estaba al timón y lo primero que noté fue una sacudida tremenda, miras hacia atrás y ves aletas, y con un foco bastante potente ya vi una orca metida debajo de popa, dos, una resoplando por un lado y otra por el otro», describe. «Ahí empezaron los golpes por la proa y sobre todo al timón, dando pasadas de un lado al otro, agarrándolo con la boca, aleteando... Sientes las vibraciones, las sacudidas, como si zarandeas a un niño», detalla el patrón de este velero de 12 metros de eslora. De poco sirve la experiencia: «Puedes tener un problema con el motor, con las velas, con mal tiempo o con las rocas... Pero aquí no hay nada que hacer, salvo esperar a que se cansen».

Desde la torre de Salvamento Marítimo de A Coruña mantenían el contacto con él desde que se había brindado para auxiliar al otro yate en apuros. «Cuando les avisé todavía funcionaba el timón -señala-, pero a los dos minutos ya se oyó el peor golpe de todos, cuando lo partieron, y aun así estuvieron casi una hora jugando con nosotros como si fuéramos una pelota». Al llegar la lancha Langosteira, las orcas «desaparecieron» y cinco minutos después de preparar los cabos de remolque, «otra vez a dar golpes».

«No sabes qué hacer»

¿Pasaron miedo? «Sí, sobre todo impotencia, no saber qué hacer. Tengo balsa, neopreno, todo el equipo de seguridad, pero si tengo una vía de agua y el barco se hunde qué pasa con estos cuatro mamíferos aquí». A la espera de poder evaluar los daños, estima que, tanto en su yate como en el otro [en el que también iban dos tripulantes a bordo, un francés y una sueca], podrían oscilar «entre los 6.000 euros mínimo y los 15.000, eso inicialmente».

Las orcas, como otros animales, aprenden jugando. Y la de alimentarse es una lección que hay que tener bien sabida en la vida. Estos cetáceos han desarrollado técnicas de caza extremadamente complejas; hasta el extremo de que la que emplea un grupo no es igual a la que pone en práctica otra manada. Por eso los expertos sostienen que las interacciones que estos días se están constatando entre orcas y embarcaciones de recreo, singularmente veleros, no son otra cosa que ejemplares practicando con el juego técnicas de caza. «Van siguiendo el rebufo del velero y ponen a prueba su sistema; para ellos se trata de un juego lúdico de aprendizaje, pero la han tomado con el timón del barco», explica Bruno Díaz, del Bottlenose Dolphin Research Institute (BDRI).

Practicar con un velero puede serles extremadamente útil para dar caza al atún rojo tras el que parece que han llegado hasta aguas gallegas, presas rápidas, enormes... como un barco a vela.

Aunque no ha podido comprobarlo con fotografías, por la situación en la que se han producido las interacciones, lo más probable es que se trate de los mismos ejemplares. Díaz aconseja a los navegantes que, si se encuentran con orcas, limiten la velocidad, porque en cuanto desaparece el rebufo dejan el barco y siguen su ruta. Y aunque son grandes depredadores, el hombre no se encuentra entre su dieta. «No comen personas», dice Bruno Díaz. Ahora bien, hay que tener cuidado porque es un animal salvaje de gran envergadura que puede hacer daño, sin que eso signifique que ataque.