El paciente fue ingresado en una unidad especial para enfermedades infecciosas emergentes del HUCA de solo dos plazas pero rápidamente fue trasladado a la UCI por su gravedad. Los sanitarios que se encargaron del transporte en ambulancia utilizaron como EPIS los trajes destinados a las enfermedades infecciosas más graves

Era cuestión de tiempo que ocurriese lo inevitable y, finalmente, ocurrió. Sábado por la tarde del 29 de febrero de 2020. Ese día, una bofetada de realidad sacudió a toda Asturias. Salud confirmaba el primer caso de coronavirus y las noticias que llegaban primero de China, después de Italia y desde hacía unas pocas jornadas del resto de España dejaban de ser un runrún lejano para convertirse en un chillido que, un año después, sigue atronando en lo que ha pasado a denominarse nueva normalidad pero que nada tiene que ver con lo que había antes. Ni Asturias ni el resto del mundo estaban preparadas para afrontar una pandemia a la que las autoridades sanitarias han tenido que ir adaptándose a medida que iba haciéndose más fuerte. Y hay dos hechos que ejemplifican la dureza de ese momento: al primer paciente se le llevó a una unidad del HUCA preparada para enfermedades infecciosas emergentes -construida cuando la alerta por el ébola y con solo dos plazas- y los EPIS que usaron los sanitarios que se encargaron del traslado en ambulancia fueron los buzos que luego fueron dejando de usarse. La dificultad de construir el barco en medio del naufragio ha obligado a rectificar constantemente pero poco a poco se ha corregido el rumbo y con las vacunas comienza a verse la luz al final del túnel. Así vivieron Pablo Fernández, consejero de Salud, y Luis Hevia, gerente del área sanitaria IV, un día que difícilmente olvidarán el resto de sus vidas.

Pablo Fernández recuerda que el primer caso se confirmó el 29 de febrero pero que todas las alarmas se habían activado el 13 de ese mes cuando «ya tuvimos un caso que parecía evidente que iba a ser el primero. Fue un falso positivo, una microbacteria que causó infección respiratoria a una persona con antecedentes por un viaje a China». Por aquel entonces, prácticamente nadie sabía lo que era una PCR, pero el laboratorio de Virología del HUCA era uno de los pocos de España con capacidad para realizar esa técnica. «Estábamos muy pendientes de todas las pruebas que se hacían, que luego se enviaban a Majadahonda para ser validadas», explica el consejero.

«Recuerdo cuando me lo comunicaron y cuando se lo comuniqué al presidente (Adrián Barbón). Estábamos todos en preaviso porque había muchos casos sospechosos y, una vez confirmado, convocamos una rueda de prensa en la que expusimos la situación», rememora Fernández. «Eran momentos de incertidumbre, de desconocimiento por parte de los expertos de muchas cosas porque era un virus que dos meses antes era desconocido y no tenía ni nombre», apunta. Para describir el entorno en el que se movían, recuerda que «estaba declarada la emergencia sanitaria pero no la pandemia».

A partir de ese momento, todo se aceleró y el ritmo no se ha detenido. En un año, han fallecido en la región más de 2.000 personas a causa de la pandemia y se han contabilizado 43.300 positivos. «Era el inicio de todo. No se sabía qué iba a ocurrir pero sí éramos conscientes de la gravedad», relata Fernández. «El ingreso del primer paciente, con medidas especiales, fue en el HUCA, en una unidad especial de prevención de enfermedades infecciosas emergentes. Se consideraba que en aquel momento debía ir allí para que no se expandiera, pero rápido fue a la UCI por la gravedad del caso», rememora.

Luis Hevia, gerente del área sanitaria IV, detalla que «los días previos ya estábamos en situación de máxima alerta porque esperábamos el primer caso». «Era cuestión de tiempo», afirma, antes de reconocer que «en aquel momento esperábamos una epidemia pero no una pandemia de esta magnitud». De ahí la dificultad para hacerle frente. Hevia relata cómo afrontaron ese primer caso: «Habíamos tenido infecciones por coronavirus, pero no SARS-CoV-2, no de este tipo. Teníamos preparada la parte diagnóstica y, en aquel momento, el HUCA se configuraba como el hospital de referencia para estos pacientes, al igual que para otros de otras enfermedades infeccionas emergentes. Tenemos una unidad que se había construido adyacente a la zona de urgencia cuando el ébola. Es de alto nivel y tiene capacidad hasta para dos pacientes y habíamos decidido que lo ingresaríamos allí. Pero la realidad fue torticera y aquello insuficiente».

Ese mismo sábado por la mañana, Hevia relata que estaban pendientes del resultado de las pruebas a un grupo de cirujanos que fueron a una actividad formativa y estuvieron en contacto con una persona que había dado positivo. «Estábamos preocupados por eso cuando nos avisaron de que nos trasladaban a un matrimonio. Él grave y ella era conviviente», rememora. «Ellos fueron los primeros pero desde ese momento no hemos dejado de tener pacientes en el HUCA por coronavirus», reflexiona para evidenciar la crudeza del último año.

El traslado del matrimonio de realizó desde Gijón, donde estaba ingresado en una clínica privada. Se movilizó a los responsables de Urgencias y de la UCI del HUCA para que estuvieran presentes en ese momento. «Nosotros no gestionamos el traslado pero fue en una UCI móvil y el personal tenía como EPIS los trajes de buzo que se usan con las enfermedades infecciosas. Se manejó todo con mucha cautela y con más protección que ahora».

Hevia explica que en los días siguientes se abrió la UCI 7 en el HUCA. «Era una UCI con cuatro camas que todavía no se había estrenado. No había sido necesario pero nos vino muy bien. Ahora ya vamos por la UCI 9», añade. A partir de ahí, la realidad se comió el día a día y se fueron solucionando los problemas a medida que iban surgiendo. «Se habilitaron plantas y todo en un tiempo récord desde aquella primera semana».

De aquellos primeros meses, Hevia tiene marcados dos momentos. Cuando se detectó el primer brote -el del Colegio Masaveu- que supuso «un baño de realidad» y que acabó con el primer muerto por la enfermedad; y a finales de marzo cuando «dimos nuestro primer alta de la UCI. Fue un momento que nos marcó psicológicamente. Ver salir a aquel paciente entre los aplausos de los trabajadores fue muy emocionante». «Ese día nos dimos cuenta de que era una batalla desigual pero que teníamos opciones de resolver los casos más graves».

Luis Sepúlveda, el primer caso confirmado en Asturias

Ese primer paciente de coronavirus en Asturias fue un hombre de 70 años que acudió a un centro sanitario privado de Gijón, donde le fue diagnosticada una neumonía aguda. Fue trasladado junto a su esposa, de 66 años, al Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), en Oviedo, donde ambos quedaron en aislamiento. Por aquel entonces no era público pero luego se confirmó que eran el escritor chileno Luis Sepúlveda y su esposa Carmen Yáñez.

Sepúlveda había viajado junto a su esposa, que también tenía síntomas, entre los días 18 y 23 de febrero a Portugal, y el día 25 comenzó a sentir los primeros síntomas, motivo por el que acudió a la Clínica Covadonga. De ahí fue trasladado al HUCA y, tras casi dos meses ingresado, Sepúlveda falleció el 16 de abril a causa de la enfermedad. Antes, la pandemia ya había causado estragos en la comunidad. Desde que el 16 de marzo se registrase la primera víctima de la pandemia, el covid-19 ya ha causado la muerte de más de 2.000 personas en Asturias.

Optimismo para el futuro

A pesar de la dificultad del momento actual, el consejero de Salud defiende un discurso esperanzador: «Creo que ahora mismo tenemos una visión mucho más optimista. Desde que tenemos la herramienta más eficaz que son las vacunas, todo ha cambiado». «Hace un año, yo mismo dije que para nuestra generación esto era lo más parecido a una guerra que íbamos a vivir, y eso que procuro evitar el lenguaje bélico. No lo decía por los silbidos de las balas, sino por todo lo que produce alrededor: muertes, infectados, que las personas no puedan hacer vida normal…». «Ahora todavía nos falta tiempo, pero como he escuchado decir al investigador Carlos Fueyo, podríamos estar ganando la batalla. No se trata de ser excesivamente optimista ni de dar falsas esperanzas, pero no podemos caer en la desesperación», asevera el consejero.