Cynthia, Moisés y la lucha contra el autismo de su hijo Theo: «Las miradas en el parque duelen; y más si hay padres dándose codazos»
ASTURIAS
Con tan solo 4 años, el joven asturiano sufre un TEA con una importante afectación del lenguaje: « Si tú como adulto no permites que tu hijo conozca al mío, nunca verá que simplemente es un niño más»
03 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Theo tiene solo 4 años y un diagnóstico de autismo con afectación del lenguaje. Su historia, sin embargo, refleja con crudeza los obstáculos que muchas familias viven en Asturias cuando intentan que sus hijos neurodivergentes accedan a una educación inclusiva real. Obstáculos burocráticos, falta de sensibilidad institucional, ausencia de apoyos y una presión constante para que las familias renuncien a la vía ordinaria y acepten ingresar a sus hijos a centros de educación especial. Todo ello mientras asumen enormes costes económicos y una carga emocional que se extiende a todos los ámbitos de su vida. «La peor parte de todas, sin duda, son las miradas. Los padres son lo peor. Que un niño mire raro se puede entender, pero es que a veces hay padres en el parque dándose codazos; y eso duele», lamentan Cynthia Cendán y Moisés Fonseca, los padres de Theo.
Theo nació sano, tras un embarazo controlado por hipertensión gestacional. A los pocos meses de vida, era un bebé expresivo y alegre. «Con la pandemia, todo cambió. Dejó de hacer ruidos, de buscar contacto visual. Se quedó como encerrado en sí mismo». La pediatra alertó sobre un posible trastorno del desarrollo y, tras una etapa de incertidumbre, con dos años y medio le diagnosticaron un Trastorno del Espectro del Autismo (TEA) en grado 1, con una importante afectación del lenguaje.
Sus padres querían para él un aula abierta: una modalidad educativa que combina el entorno del colegio ordinario con apoyos reforzados y un grupo reducido de alumnado con necesidades similares. Era lo que les habían dicho que mejor se adaptaba a las características de Theo. Les ofrecieron una en Noreña. Una que aún no existía: «Nos pedían matricularle a ciegas, sin saber si el aula se iba a abrir o no». Por motivos familiares y logísticos, no podían trasladarse. Firmaron entonces la matrícula en un centro ordinario y, según el dictamen de escolarización, «renunciaban» al aula abierta. «Nos hicieron constar una renuncia a algo que ni existía. Ahora no hay manera de acceder a esa modalidad, porque figura como que lo rechazamos», denuncia Cynthia.
Apoyos insuficientes
Theo fue escolarizado en el colegio Peña Careses, en Siero, pero sus padres pronto vieron que los recursos eran insuficientes. «Desde el principio, el colegio ya nos recomendó solicitar más apoyos», cuenta. Durante el curso, se enteraron de que había un aula abierta en el concejo de Siero, en Lugones. Intentaron el traslado, pero desde la Consejería de Educación les dijeron que no era viable, que el equipo regional de TEA no se había formado a tiempo para evaluar. La evaluación se realizó el pasado mes de mayo, en plena huelga de profesores. «No estaban ni su tutora, ni su profesora de apoyo ni su AL. Solo dos personas que apenas conocían a mi hijo. Lo denunciamos por registro, y la respuesta fue hacer una videollamada de cinco minutos para revalorar a Theo. ¿Eso es una evaluación curricular seria?», se pregunta.
Lo que no cubre el sistema, lo paga la familia. Theo acude a un centro terapéutico privado en Lugones donde recibe sesiones semanales de logopedia y terapia ocupacional. Van cuatro días por semana, una hora cada tarde. «En verano, incluso más», dice su madre. El coste mensual ronda los 500-700 euros. De ayudas públicas, apenas reciben 400 euros al año. «Como trabajamos los dos, quedamos fuera de las becas. Nos miran el bruto y eso nos perjudica muchísimo», explica: «Mi marido es funcionario y yo trabajo de cajera. Tengo que pedir cambios de turno y días libres para cuadrarlo todo. Si no pudiera hacerlo, no podríamos afrontar el coste».
Prejuicios desde el primer día
Lo más duro, lamentan, son los prejuicios a los que su hijo está expuesto sin llegar a conocerlo. «En la lista de aulas marcaban con un asterisco a los niños con necesidades especiales. ¿Qué necesidad hay de señalar así a los críos?», denuncian los padres. También les pidieron que Theo entrara más tarde al aula para evitar el bullicio de la fila: «De hecho, cuando decidimos que entrara con los demás, lo hizo cantando». En el parque, la historia se repite: hay niños que se acercan a jugar con él, lo cuidan, lo integran. Otros lo apartan, pero no por decisión propia. «El problema son los padres. Si tú como adulto no permites que tu hijo conozca al mío, nunca verá que simplemente es un niño más».
El curso que viene, Theo cursará el último año de infantil. En la última reunión con el centro, les dejaron claro que la recomendación sigue siendo derivarlo a un centro específico: «Nos dicen que la decisión es nuestra, pero nos van marcando el camino. Nos conducen sin decirlo». Theo no tiene problemas motores. Corre, trepa, juega. «Su barrera es el lenguaje. No sabe cómo decir: quiero jugar contigo. Pero observa a los demás niños, se acerca, y su evolución es constante», cuenta su madre: «Lo que necesita es una clase reducida, con apoyos, pero rodeado de niños de su edad».
La historia de Theo, al igual que muchas otras en Asturias, forma parte de la pelea constante que libra la Asociación por los Derechos de Personas con Autismo (ADPA), una entidad formada por padres y madres que buscan una inclusión real, educación de calidad, servicios de salud adecuados y oportunidades de desarrollo personal.