La lucha de Mateo, un niño asturiano sordo y con autismo: «No renunciaré a la inclusión real de mi hijo en un colegio ordinario»
ASTURIAS
Vanessa Rancaño, la madre del joven de 9 años, denuncia la «falta de apoyos reales en el sistema educativo»
16 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Mateo tiene 9 años, es sordo y, además, está diagnosticado con Trastorno del Espectro Autista (TEA). El pequeño está escolarizado desde los 3 años en el CP Versalles, en Avilés. Su madre, Vanessa Rancaño, asegura que la evolución de su hijo ha estado marcada tanto por las dificultades asociadas a sus discapacidades como por la «falta de apoyos reales en el sistema educativo». Su lucha pasa por una inclusión real de su hijo en la educación normativa a través de un aula abierta que «no se baraja». «Seguiremos luchando por ella», asegura Rancaño.
Mateo fue intervenido a los 13 meses para colocarle implantes cocleares y empezó a escuchar a los 15. Poco después, según relata su madre, comenzó a mostrar signos compatibles con el TEA. Aunque ella lo advirtió en atención temprana y en el propio colegio, no fue hasta el tercer curso de infantil cuando se le reconoció esa pluridiscapacidad —sordera y autismo— en su expediente. Desde entonces, el camino no ha sido sencillo. Vanessa denuncia que, en lugar de reforzar su inclusión en el aula, se le ha planteado reiteradamente derivarlo a un centro de educación especial. «En el cambio de ciclo me ofrecieron hacer otro año de Infantil o pasar a Primaria, pero poniendo pegas a ambas opciones», señala.
Finalmente, Mateo repitió infantil. Tras ese curso, y en reuniones posteriores, la única propuesta formal que ha recibido la familia ha sido la de trasladarlo al CPEE San Cristóbal, también en Avilés. Según relata, en uno de esos encuentros el orientador del centro llegó a admitir ante otros profesionales que «no había logrado convencerla». Desde entonces, Rancaño ha presentado una queja formal ante la Consejería de Educación sin que hasta ahora haya obtenido una respuesta que le satisfaga, según su versión. Mientras tanto, insiste en que su objetivo es que Mateo continúe escolarizado en un entorno ordinario, siempre que cuente con los apoyos adecuados.
En ese sentido, subraya que el centro cuenta desde el tercer curso de Infantil con un dispositivo aprobado por la consejería —el «Mini Mic», un micrófono que ayuda a aislar la voz del docente del ruido ambiente— que, sin embargo, no se está utilizando con su hijo. «El colegio tiene el accesorio, pero no se lo ponen», afirma. Esta situación, según explica, ha sido una constante. En un momento determinado, Mateo rechazó el uso del micrófono, tras un episodio relacionado con su vacunación, pero su madre sostiene que el problema se solucionó y que el centro se ha negado a reimplantarlo incluso con alternativas, como el uso de un mando a distancia para evitar el contacto físico.
En el ámbito social, Vanessa señala que Mateo ha tenido una relación «normal» con otros niños, aunque su participación depende generalmente del grado de implicación del resto: «Si un niño se acerca y le invita a jugar, juega. Si no, no lo busca». Añade que en situaciones de aula abierta o recreo, la supervisión y las instrucciones claras son fundamentales para que pueda integrarse adecuadamente. Respecto al futuro, evita hacer planes a largo plazo y se centra en el presente inmediato. Su prioridad, dice, es que Mateo pueda seguir estudiando en un entorno ordinario, con los recursos necesarios, sin tener que renunciar por defecto a una educación inclusiva: «No renunciaré a la inclusión real de mi hijo en un colegio ordinario».
La historia de Mateo, al igual que muchas otras en Asturias, forma parte de la pelea constante que libra la Asociación por los Derechos de Personas con Autismo (ADPA), una entidad formada por padres y madres que buscan una inclusión real, educación de calidad, servicios de salud adecuados y oportunidades de desarrollo personal.