Así es la «nueva ola» del cine asturiano que ha seducido en el FICX

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Fotograma de «El pasado presente», de Tito Montero
Fotograma de «El pasado presente», de Tito Montero

El Premio Especial del Jurado al último largo de Ramón Lluís Bande redondea una edición con un especial protagonismo local que invita a replantearse la idea de una cinematografía propia de Asturias

26 nov 2018 . Actualizado a las 10:40 h.

El cine asturiano ha redondeado su mejor año en el Festival Internacional de Cine de Gijón. La concesión del Premio Especial del Jurado a Cantares de una revolución -la mezcla de no ficción histórica, musical y vindicación ideológica del Octubre asturiano de 1934 rodada por Ramón Lluís Bande- ha coronado la edición con mayor peso del Principado en la selección del certamen inscribiendo en un lugar destacado del palmarés un largometraje a competición sobre Asturias, hecho en Asturias y dirigido por un realizador asturiano. Pero no solo eso. Es probable que el FICX 56 se recuerde como el que ha planteado con mayor pertinencia -y por distintas vías, una de ellas la presencia en las salas y en el radar de espectadores y medios- la respuesta afirmativa, aunque sea con cierta cautela, a una batería de preguntas que cada año cae con puntualidad en las ruedas de prensa o encuentros del festival: ¿existe un cine asturiano? Si existe, ¿qué es lo que le distingue? ¿Cuál es su presente, su futuro, sus posibilidades?

Una pregunta ambigua

Es una cuestión mucho más ambigua de lo que parecen encerrar en principio esas preguntas. Tito Montero, periodista y director del recién estrenado largometraje El pasado presente, una de las películas asturianas más destacadas del FICX 56, centra y acota el campo para el debate de lo que considera «un tema interesante»: «La diferencia entre cine rodado en Asturias, cine hecho por asturianos y cine asturiano», que considera «tres cosas diferentes». Porque una cosa sería una posible industria del cine radicada en Asturias; otra, las películas que se ruedan en el Principado y con el Principado como tema o como simple escenario; otra, la obra de realizadores nacidos en Asturias -operen donde operen y rueden lo que rueden- y una muy distinta, la que se está poniendo sobre el tapete. Una posible cinematografía local: una producción fílmica de cierta envergadura que resulte identificable en sus temas, sus enfoques o sus códigos, en sus métodos de rodaje e incluso en los vínculos entre sus autores, como específicamente asturiana.

Es en esta última clave, pero con menos vaguedad que otros años y en voz más alta, aquella por la que los cineastas asturianos han sido preguntados este FICX. Y, lo que es más significativo, por la que ellos mismos se han preguntado, no solo en conversaciones que son habituales entre ellos, sino también ante la cámara de uno del propio Ramón Lluís Bande. El Hotel Asturias -curiosamente un hito a su manera del cine hecho en Asturias, pero en absoluto del cine asturiano- ha servido de escenario a una serie de tomas que dejan registro filmado de esas reflexiones. ¿Ha sido 2018 el año en que definitivamente se puede empezar a hablar sin complejos de una cinematografía asturiana con rasgos propios; por jugar con el viejo rótulo de la Nouvelle Vague que tantas veces ha servido: el año de una Nueva Ola del cine hecho en Asturias?

Un cine de resistencia

El propio Bande es cauto aún ante la posibilidad de precisar si lo que está fraguando es «una cinematografía o una tendencia»; pero si ve con claridad que algo hay en construcción, algo que se está consolidando y que, por poner una fecha de inflexión «fundacional o refundacional», remonta a 2014. En ese año se proyectaron en el Festival de Cine Internacional de Sevilla dirigido por el ex responsable del FICX José Luis Cienfuegos, Equí y n'otru tiempu, un largo de Bande que recibió el Premio FIPRESCI-Resistencias, y ReMine, de Marcos M. Merino, que abrió con el Premio Nuevas Olas No Ficción una lista de media docena de reconocimientos en una brillante trayectoria internacional (Merino acaba de recibir, por cierto, una Mención Especial en Sevilla por In Memoriam, que también h a proyectado el FICX). En aquel largo, Bande convierte en cine el recuerdo y los olvidos del maquis en Asturias; Merino en ReMine, hacia las últimas grandes huelgas en la minería. Recursos escuetos, mirada pegada a la realidad asturiana del presente o de un pasado al que se mira porque puede explicar el presente y un afán de documentar con la fuerza narrativa, estética o emocional de otros registros: el narrativo, el periodístico, el poético incluso.

Esos asuntos, ese enfoque y ese estilo vendrían a condensar la parte central, algo así como los mínimos constituyentes de lo que Bande considera que podría fundamentar un cine asturiano. «La posibilidad de que exista está vinculada a los cauces de la no ficción. Lo que dio validez al cine asturiano en los últimos años fue ese compromiso con la realidad, que es casi una barra a la que agarrarse, una prueba real de existencia de esto a lo que llamamos Asturies como prolongación de un pasado que está sin cerrar», argumenta el gijonés que está convencido de que «la única opción que tiene el cine asturiano de existir y ser útil es ser un cine de resistencia, un cine que luche contre los relatos hegemónicos tanto en lo cinematográfico como en lo político». Con algo de partisano como los maquis de Bande y con algo de resistente como los mineros de Merino.

El canon de la trinchera

«La coincidencia de ReMine y N'otru tiempu en Sevilla y los premios puso el foco en una posible realidad incipiente, y creo que esa posibilidad se fue desarrollando en estos años y se puso a incorporar nuevos nombres y pilares a esa construcción de una Asturies cinematográfica, o de una Asturias del presente desde el cine», apunta Ramón Lluís Bande. Dentro de quienes estarían junto a ellos en esta trinchera cinematográfica, cita a algunos de los cineastas que estos días han proyectado este año sus últimos trabajos en Gijón o que han pasado por el Hotel Asturias. Tito Montero, Elisa Cepedal, Luis Argeo… Habla también de autores más jóvenes como Pablo Casanueva: nombres, dice, con los que «se puede hacer una constelación que, con miradas cinematográficas muy diferentes e incluso planteamientos politicos dispares, sí que tenemos algo en común, que es la preocupación de intentar explicar el presente de este territorio desde los momentos complejos de su pasado». 

Ese pasado también incluye, por supuesto, cine y cineastas asturianos: antecedentes claros para todo lo que ahora está llegando a las especializadas salas de un festival y alimentando si se quiere una cierta euforia. Tito Montero se remonta incluso a la sacudida que produjo a finales de los 80 y en plena reconversión Avilés, el cadáver de un tiempo (1987): una demoledora pieza del madrileño-asturiano Javier Maqua en la que el futuro director de Carne de gallina entraba a saco en las raíces y las consecuencias de la implantación de Ensidesa usando el registro de lo que entonces se categorizaba como docudrama. Bande recuerda también hitos más recientes como L'escaezu. Recuerdos del 37 (2008), de Juan Luis Ruiz y Lucía Herrera, las aportaciones en clave documental de Luis Argeo en el marco de sus investigaciones sobre la emigración a las Américas. Montero menciona aportaciones como la «necesaria» Resistencia, de Lucinda Torre (2006), sobre la lucha de los trabajadores despedidos de Duro Felguera, o piezas como Objetivo Braila (2010) de José Antonio Quirós, en el marco de la Trilogía del Paraíso del director de Pídele cuentas al Rey.

La realidad de la 'Asturias profunda' de las reconversiones y la crisis industrial y minera está, es cierto, también muy presente como trasfondo o incluso como tema en largos de pura ficción acogidos a géneros más tradicionales como los citados Carne de gallina o Pídele cuentas al rey, y del mismo modo en películas como La torre de Suso, de Tom Fernández. Incluso, apunta Tito Montero, cabe una lectura en estos términos de el corto 7337 de Sergio G. Sánchez, quizá el mejor ejemplo de cineasta asturiano que sigue manteniendo un compromiso con Asturias, recurriendo a escenarios de su tierra -como lo ha hecho en El orfanato o El secreto de Marrowbone, o buscando el modo de implicar aspectos de su producción al sector en la región. También ha recurrido a los paisajes y la ambientación de Asturias más silvestre Samu Fuentes para su primer largo, Bajo la piel del lobo; aunque su documental Miraflores estaría más cerca de lo que en estos momentos se plantea como este nuevo cine asturiano.

En la cuerda floja

De todos modos, las posiciones no son ni mucho menos cerradas ni rígidas. Nada de un 'Dogma' a la asturiana. Luis Argeo, cuyo trabajo documental trasciende con mucho los límites de Asturias y del cine mismo -que, en su caso, es pieza central, pero pieza, en un proyecto más amplio de investigación- matiza: «Intento alejarme de las etiquetas y las marcas comerciales». «Como mucho, me gusta pensar en la “retaguardia del cine”, el que se ocupa de la intendencia, lo casero. Si hay algo que identifique al cine hecho en Asturias es que camina por una cuerda floja y sin red protectora debajo. Lo más sorprendente es que parece hacerlo bien. ¿Nos llega ese arrojo de nuestra idiosincrasia asturiana? ¿O es consecuencia de la pobreza económica y cultural a la que nos empuja el sistema?», ahí deja la pregunta, con el añadido de que -recuerda- «hay mucha otra gente más allá del Negrón en similares circunstancias». En todo caso, si que detecta la pulsión común en todos los cineastas con los que se le asocia de utilizar su lenguaje como «una herramienta de acercamiento a la realidad».

«Me siento en sintonía con esa mirada de la que se está hablando estos días», afirma, a su vez, Diego Llorente. El autor de Entrialgo, estrenada en el FICX, dice ignorar «sé es por casualidad o no», pero considera un hecho que «están coincidiendo títulos de mucha valía y entidad que comparten ciertos rasgos característicos: la necesidad de posar la mirada aquí y hacer un análisis, sobre todo en el caso de Tito y Ramón Lluís, en mi caso quizá más hacer una panorámica más abierta a la interpretación».

Pero algo de fondo se comparte, en su opinión: «Usamos la cámara por una razón: queremos hablar de una tierra concreta, que es esta, y de un tiempo concreto, que es ahora. También las circunstancias de producción precaria son parecidas en todos los casos, pero creo que remamos a favor y, más allá del tópico de hacer de la necesidad virtud, somos conscientes de las limitaciones que tenemos y que perfilan la mirada y la forma cinematográfica. Estamos intentando que esa determinación generada por la economía no sea para mal, sino intentar hacer algo a partir de ahí lo mejor posible». Ahí es donde ve la raíz de «un actitud de resistencia: en la mirada y en la determinación a hacer cine a pesar de las circunstancias». Como prueba, su propio trabajo: con Entrialgo recién estrenada, acaba de terminar el rodaje de un corto e intenta «levantar» ahora un largo de ficción.