El exilio republicano asturiano se niega a seguir en el olvido

GIJÓN

En primer término, Enriqueta Ortega, Conchita Francos y Rosa Calvo. Detrás, Delfina y Manuel Blanco Fanjul y Rita Obaya.
En primer término, Enriqueta Ortega, Conchita Francos y Rosa Calvo. Detrás, Delfina y Manuel Blanco Fanjul y Rita Obaya.

Enriqueta Ortega y Rosa Calvo, del grupo Eleuterio Quintanilla, recuperan 18 historias de familias que tuvieron que dejar Asturias por combatir el franquismo a través del testimonio de supervivientes y sus descendientes: «Cada una daría para un libro»

03 jul 2019 . Actualizado a las 21:37 h.

José Antonio Fernández, ferroviario de Oviedo, era un gran lector. «Te lo gastas todo en libros», le decía continuamente Concepción, su mujer. «Es la mejor herencia que les puedo dejar a mis hijos», replicaba él. Cuando fue represaliado por ser de izquierdas, sacaron todos los libros de su casa y los quemaron. La familia al completo decidió exiliarse a Francia. José Flórez Alonso, el guajín del Naranco, tuvo una infancia feliz hasta que tuvo que exiliarse a Francia. Fue uno de los niños evacuados con sus madres y otras mujeres, a las que siempre reivindicó por la lucha que emprendieron para sacar adelante a sus hijos.

Ambos son dos de los protagonistas de las 18 historias que se recuperan en el libro Exilio republicano asturiano. Historias de vida, editado por el Ateneo Obrero de Gijón y la editorial Impronta, cuyas autoras son Enriqueta Ortega y Rosa Calvo, del grupo Eleuterio Quintanilla. «En Asturias el tema del exilio está abandonado e ignorado«, introdujo el historiador Leonardo Borque, que aprovechó su intervención ante el público que ayer dejó pequeño el salón de actos de la Escuela de Comercio para recordar que en comunidades autónomas como Andalucía o Galicia se ha hecho un inventario oficial de todos sus exiliados que no existe en Asturias.

Maricuela, en el centro con bufanda azul, rodeada de las autoras y el resto de protagonistas.
Maricuela, en el centro con bufanda azul, rodeada de las autoras y el resto de protagonistas.

«En Bilbao, ahora mismo, hay una exposición abierta sobre los exiliados vascos e incluso en los últimos días en los puertos de Normandía y Bretaña, a donde iban principalmente los barcos que salían de El Musel, se han organizado recuerdos de homenaje. Y aquí, en Asturias, nos encontramos con un gran olvido», añadió Borque, que tampoco pasó por alto que, a ese olvido institucional, se añade la gestión del trauma en las víctimas, que se aborda en la introducción del libro: «Esa gestión del trauma se transmite a los hijos y a los nietos, y se prolonga demasiado en el tiempo».

Las autoras, que insistieron en que la publicación es un trabajo colectivo del grupo al que pertenecen, explicaron que el origen fue el proyecto Asturias 1936-1937. Sufrir la guerra, buscar refugio, una exposición con la que en 2017, con motivo del 80 aniversario de la caída del Frente Norte y el final de la guerra en Asturias, se pretendía visibilizar la historia del exilio republicano  para llegar al gran público y, sobre todo, al mundo educativo. «Entonces la magnitud del exilio asturiano nos impactó y, tirando del hilo, nos vimos desbordados. En las presentaciones de la exposición, la gente se acercaba dando su contacto. Fue una auténtica lluvia de información y teníamos que hacer algo más», indicó Rosa Calvo.

Olvido Fanjul, la gijonesa olvidada

La mitad de los testimonios que aparecen en el libro proceden de víctimas directas de la guerra y el exilio  y, el resto, de desdendientes que, en su mayoría, residen en Francia. «Cada una de las historias daría para un libro. Algunas familias ya habían empezando a recogerlas, otras nos decían que querían escribir sobre sus padres y otras vieron la excusa perfecta para transmitirla a sus nietos». En las historias del libro hay mujeres, niños evacuados solos o con sus madres, familias completas con niños, jóvenes y mayores, combatientes que se escapan en los últimos momentos o familias represaliadas por quedarse.

La primera protagonista es la gijonesa Olvido Fanjul, que fue trabajadora de la fábrica de La Algodonera y cuya historia ha estado en el olvido en Asturias hasta este año, en el que también se le rindió homenaje en una exposición organizada en el Ateneo de La Calzada.

Su hija Delfina Blanco, muy emocionada, recordó que dejó atrás Gijón el 23 de septiembre de 1937 rumbo a la antigua Unión Soviética como educadora en el barco de los 1.100 niños de la guerra. Se casó con un militar ruso y fue apresada en 1942 por los nazis, cuando estaba embarazada. Dio a luz en la cárcel y le quitaron a su hijo. «Le dijeron que era para Hitler. Nunca volvió a ver su marido y fue la española que más tiempo estuvo en el campo de concentración de Ravensbrück», indicó su hija.

Olvido Fanjul se encontró en Francia con otro de los protagonistas de las 18 historias, Gerardo Blanco, también exiliado de La Calzada. Tuvieron tres hijos. «En 1963 volvieron a España en pleno franquismo. Ella siempre vivía con miedo. Con terror. Vivíamos al lado del cuartel de la Guardia Civil y se presentaban a cualquier hora. Los comienzos en Gijón no fueron fáciles», dijo Delfina, «en Francia éramos los españoles y, en España, los franceses. No tenemos patria». El deseo de su madre era escribir un libro con su vida. «No hay que ocultar ni callar. No queremos que esto se vuelva a repetir, pero tampoco queremos que se olvide».

Su hermano Manuel Blanco también explicó que sus padres, en Francia, no estaban casados ni sus hijos bautizados «porque no estaba mal visto». «Les convencieron varios familiares que vinieron a visitarles a Francia de volver a Gijón. Y en diciembre de 1962 se casaron y nos bautizaron en una iglesia. Mi padre, que estaba afiliado al Partido Comunista desde 1929, tuvo ayuda para conseguir los avales que le pidieron al volver». Entre otros, le exigían uno de buena conducta firmado por un párroco.

De Dinamarca de vuelta al hambre y la miseria de Asturias

De Noreña eran los tres hermanos Juan, Rafael y Manuel Cabanas Fernández. De familia numerosa, su padre había muerto en la guerra y la familia decidió que se fueran en uno de los barcos de El Musel rumbo a Dinamarca. «Fueron felices, queridos y tuvieron una experiencia gratificante», explicó Ortega, «a su vuelta a España les dieron maletas llenas de ropa y álbumes con las fotos que les hicieron en Dinamarca. Pero tuvieron que dejarlos antes de llegar a la frontera porque tenían la bandera republicana en la portada». Rafael, el único superviviente, les contó que la situación en Asturias era dramática cuando regresaron. «Hambre, miseria… Con las ropas que les dieron se pudieron vestir todos sus hermanos y las maletas las vendieron para comer».

Es otra de las familias asturianas que aparecen el libro que fueron «brutalmente» represaliadas. Como la de Rita Obaya, cuyo tío Germán se exilió, luchó contra los nazis y tuvo que renunciar a su nacionalidad española para poder entrar en España como francés «sin problemas». «Me pidió que le fuera a buscar porque quería morir siendo español. Se vino a vivir conmigo e iniciamos dos años de excursiones para que recuperase la nacionalidad. Murió cuando le quedaban cinco meses para cumplir 100 años sin saber que ya era español. La documentación llegó al día siguiente», relató Obaya.

El libro refleja también que los familiares de quienes se exiliaron, al quedarse en Asturias, lo pagaron muy caro. «Los que sufrieron fueron los que se quedaron. Algunos lo pagaron con su vida, a otros con 11 años los llevaron a colegios de monjas a que los reeducaran y nunca más se supo de ellos. Mi padre fue el que peor lo llevó. No hablaba mucho del campo de batalla. Cuando regresó de la guerra se ocultó en una cueva que sus hermanos le habían hecho debajo de la tierra. En un zulo. Cada poco venían a acosar a la familia: a mi abuela le cortaron el pelo, a mi abuelo le obligaron a cavar y probar tumbas y jugaban con ellos a la ruleta rusa. Querían que delataran a mi padre y acabó entregándose voluntariamente», contó Obaya.

Tras pasar por varias cárceles e incluso con una orden de alejamiento de Asturias de por medio, su padre pudo regresar en los años 50. «Nadie se atrevía a darle trabajo y la Guardia Civil aparecía por casa a cualquier hora». Era el principal sospechoso siempre que alguien osaba rebelarse contra la dictadura franquista, por ejemplo mediante unas simples pintadas. «Siempre nos contaba lo que le había pasado como si fuera un cuento para niños. Nunca intentó que sintiéramos rencor ni afán de revancha. Cuando murió sentí una enorme necesidad de contar la vida que había tenido». 

Héroes en Francia, olvidados en su tierra

La historia de su familia ya está sobre el papel. Como la del gijonés Emilio Álvarez Mongil El Manco, que se tiró al mar para alcanzar uno de los barcos que partían de El Musel, recibió un tiro en el brazo y tuvieron que amputárselo cuando ya estaba a salvo. Este combatiente republicano acabó en Burdeos, en la Resistencia francesa, sobrevivió al campo de concentración de Buchenwald y tuvo nueve hijos en Francia. «Al morir Franco, vuelve para ver su casa familiar de El Natahoyo, que fue derribada. Quiso que tiraran sus cenizas a las aguas de El Musel. Vamos a pedir que el Ayuntamiento de Gijón le ponga su nombre y también el de Olvido Fanjul a alguna de las nuevas calles». 

Emilio El Manco no se atrevió a volver a España hasta que murió Franco porque, como otros combatientes, su nombre tenía un expediente abierto al menos hasta 1958. Al igual que el ovetense Antonio Lantarón Torner, otro combatiente que rehizo su vida en Francia y hablaba poco de su experiencia como exiliado. «Lo hemos escuchado decir a más personas, los padres querían proteger a sus hijos, y las madres parece ser que eran más comunicativas», indicaron las autoras. El hijo de Lantarón les explicó que también la familia que quedó en Oviedo recibía visitas continuamente para preguntar por el paradero de Antonio. «Pero como eran o apolíticos o de derechas, acabaron dejándoles en paz».

Otro de los protagonistas, recientemente fallecido, es Vicente García Riestra. Un héroe en Francia, «ignorado en Asturias», que nunca dejó de reivindicar el papel de los españoles republicanos en el exilio y en España. «Nunca renegó de ser español y pedía la nacionalidad».

También Ángeles Flórez Peón, Maricuela, con sus 100 años de «memoria, historia, lucidez y compromiso», que estuvo presente en la presentación, vuelve a contar su lucha en esta publicación. «Conozco todos los sufrimientos de la gente y sigo traumatizada por aquello, pero tuve suerte porque me salvé de la pena de muerte». Y ha vivido un siglo para que su memoria y la de la de otras familias no sigan en el olvido.