Saber qué nos conviene y qué no a la hora de comer es prácticamente el único secreto para poder sentirse bien con uno mismo. No es cuestión de sufrimiento, sino de costumbres

Cuando nos vemos con algo más de peso del habitual o sentimos que las comidas no nos sientan bien al estómago enseguida se viene a la cabeza esa palabra tan pequeña como controvertida: dieta. Las dietas existen de todas las formas, colores y procedencias y las tenemos como el único recurso al que someterse cuando el objetivo es perder peso o mantener una alimentación equilibrada acorde a nuestras necesidades.

En el manual de la buena alimentación no tienen cabida páginas que hablen de dietas milagro, algunas de las cuales están en boca de todos a diario: ayuno intermitente, dieta keto, dieta disociada, dieta perricone… y así un sinfín de apellidos al término “dieta” que lo único que consigue es que caigamos en una espiral de obsesión alimentaria de la que es difícil salir.

¿Por qué abogamos por huir de las dietas? Por varias razones: se pasa hambre, causa ansiedad y aburrimiento, provoca obsesión por contar calorías en cada ingesta, produce estrés e incluso restringen alimentos considerados saludables. Todo ello, sin mencionar en el conocido como efecto rebote o en la posibilidad de acabar desarrollando un trastorno de la conducta alimentaria. Cierto es que todos estos motivos pueden causar alarmismo, pero nada más lejos de la realidad. El mensaje que hoy queremos transmitir es que “no hay mejor dieta que no hacer dieta”.

El objetivo de adelgazar es probablemente el que incita a alguien a comenzar una dieta, pero realmente hay un trasfondo. La pérdida de peso suele centrarse en perder masa grasa, que no muscular; también se pone el foco en evitar contraer patologías crónicas como la insuficiencia cardiaca o renal y en poder llevar una calidad de vida que no permite una mala alimentación.

¿Por dónde empezar? Aunque resulte una obviedad, desde edades tempranas. No hay mejor opción que promover una alimentación saludable y equilibrada desde -literalmente- la cuna. Retrasar al máximo la introducción de azúcares y ultraprocesados es crucial para crear costumbres beneficiosas a la hora de alimentarse. También juegan un papel importante la variedad, los horarios regulares y, por supuesto, que los progenitores den buen ejemplo al mismo tiempo que se involucra a los más pequeños en el proceso.

Los desayunos son una clara tentación para caer en “pecados gastronómicos”. Resulta muy cómodo tirar de cereales azucarados, bollería industrial o preparados solubles. Pero hay alternativas igual de deliciosas y que no ocupan mucho más tiempo que llenar un bowl con leche y dejar que los ultraprocesados se empapen de él. Un plato simple y vistoso pueden ser unas piruletas de plátano con yogur, avena y frutos secos, rico en calcio y grasas saludables.

Entrando ya en materia, otra de las grandes tentaciones es la de picar entre horas. Algo que tendría que ser sin complicaciones como una pieza de fruta o un yogur, acaba terminando en un bocado precocinado, refinado o azucarado. De ahí que surgan alternativas que huyen del aburrimiento y que son muy nutritivas como unas barquitas de pimiento rojo con paté de lentejas.

¿Y a la hora de cocinar en serio? La clave está en conocer los métodos de cocción más saludables. Los guisos, la parrilla, el vapor, hornear y cocer son las mejores opciones para desterrar a los fritos, rebozados y empanados. Además, la ventaja que tienen estos métodos para cocinar es que permiten disfrutar del auténtico sabor del producto, que es también a lo que hemos venido.

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