La alimentación complementaria suscita dudas entre los padres, especialmente los primerizos, a la hora de elegir qué frutas y verduras introducir y en qué orden

La experiencia de ser padres provoca infinitas sensaciones nuevas desde el nacimiento del bebé. Lactancia materna, cuidados… las primeras semanas en casa son una montaña rusa de emociones, desconocimiento e incertidumbre que se ve aumentada cuando llega el momento de empezar con la alimentación complementaria. Dependiendo del ritmo de crecimiento del bebé, el momento de empezar a introducir alimentos puede comenzar a los cuatro meses de vida, aunque se recomienda empezar a los seis meses, momento en que se considera que existe suficiente madurez intestinal, gastrointestinal y renal. Si hay algo a tener en cuenta es que el comienzo de la alimentación complementaria es, como su propio nombre indica, un complemento a la leche materna o de fórmula, que seguirá siendo su fuente principal de alimento.

Para introducir alimentos sólidos en la dieta del bebé hay que hacerlo de forma progresiva y en pequeñas cantidades para ir confirmando la tolerancia del bebé. En general, se empieza por los cereales -sin gluten si se introducen a los cuatro meses y con gluten si es a los seis- añadiéndolos al biberón habitual de leche. Si el bebé hasta el momento solo se había alimentado de leche materna, hay dos opciones: o que la madre se extraiga leche materna para dársela en biberón y añadirle cereales o bien mezclando la dosis pautada de cereales con agua un poco caliente para que se disuelvan bien y dárselo en forma de papilla con cuchara.

Las frutas y las verduras forman las otras dos puntas del triángulo a la hora de empezar con la alimentación complementaria. En cuanto a las frutas, las más frecuentes para comenzar son la manzana, la pera y el plátano. Lo ideal es ir probando una a una durante tres o cuatro días seguidos para confirmar que no producen reacción. A medida que una fruta queda aprobada, se pueden empezar a mezclar para que el bebé vaya descubriendo sabores y matices diferentes que le hagan disfrutar de los alimentos sólidos. Basarse en los productos de temporada es también otra de las recomendaciones. Ahora, por ejemplo, procede introducir melón, sandía o ciruela. Es importante no endulzar la fruta con azúcar o miel -esta última, por riesgo de botulismo- y evitar introducir alérgenos entre las primeras, como es el caso de las fresas o el melocotón.

En el caso de las verduras se suele comenzar con la patata y la zanahoria. Judías y guisantes son también algunas de las opciones preferentes junto con la calabaza, el calabacín o el tomate. Hay que posponer la introducción de las verduras de hoja verde como las acelgas o las espinacas, así como coles, nabos y remolacha hasta los nueve o diez meses ya que acumulan altas cantidades de nitratos. El estómago del bebé todavía no produce grandes cantidades de ácido por lo que introducir este tipo de alimentos de forma temprana puede favorecer el asentamiento de bacterias en su intestino.

¿Y qué hay de la carne y el pescado? Una vez hayan catado cierta variedad de frutas y verduras es buena ocasión para empezar a introducir carne, comenzando por aves. El pollo y el pavo suelen ser las primeras para luego dar paso a la ternera o al cordero, generalmente acompañadas con verduras en formato puré. En cuanto al pescado, hay que dar prioridad a los blancos: merluza, dorada, lubina o bacalao son las opciones preferidas mientras que el pescado azul no debería introducirse hasta, al menos, los doce meses de edad.

Para cerrar esta pequeña introducción a la alimentación complementaria en bebés también hay que tener en cuenta que el huevo va por fases. Primero se le debe dar clara, a los nueve meses, y retrasar la introducción de la yema hasta el año. Sobre el yogur, hay diversas opiniones que lo recomiendan tanto desde los seis meses hasta quienes recomiendan retrasarlo hasta el año. Lo que es cierto es que es mejor introducirlo lo más tarde posible, ya que es un alimento que les suele gustar y les anima a rechazar otros, mientras que la leche de vaca conviene no dársela hasta los dos años de edad. Eso sí, los yogures, siempre sin azúcar. Y, aunque no se ha mencionado anteriormente, la sal también queda fuera de todas estas combinaciones.

A la vista está que la aventura de alimentar a un bebé está llena de pautas que se han de seguir sin obsesionarse. Lo que debe primar es también el sentido común y las recomendaciones que nos indiquen los pediatras para que, a medida que crecen, ir creando hábitos saludables en la alimentación de los más pequeños

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