Una superpotencia que no existe

OPINIÓN

06 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

A menudo hablamos los medios, con razón, de las payasadas del dirigente de la primera potencia mundial, Donald Trump. Eso nos hace pasar inadvertidas las del extraño, grisáceo y tenebroso presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin. Una cosa hay que admitirle a Putin: es un genio del márketing. Ha conseguido que un país irrelevante desde el punto de vista económico, demográfico y cultural parezca una gran potencia en los telediarios. Rusia mantiene, Dios sabe por qué, su poder de veto en la ONU. Gracias a su peligrosamente obsoleto arsenal nuclear, al igual que Corea del Norte, intenta cortar el bacalao en conflictos internacionales como si fuera lo que no es, uno de los grandes. Opina de todo y en todo se mete a su antojo, incluidas elecciones democráticas occidentales. El resto del mundo se lo permite porque su estrafalario presidente se sienta sobre una caja de bombas que ni sabemos en qué agujero enmohecen.

Imaginen que el presidente español fuera un ex comisario de la Brigada Político Social. O que la canciller alemana fuera una ex coronel de la Gestapo. La imagen sería por lo menos chocante: la de un país fallido en el que el tiempo no ha pasado, donde la dictadura sólo ha cambiado formalmente de nombre aunque se llame democracia. Impensable. Sin embargo, Putin, un mediocre ex jefecillo del temible KGB, sucesor apenas disimulado del genocida NKVD, preside la república rusa y campa a sus anchas por el Kremlin y aún más allá. Teje y desteje en internet intriguillas de hacker como los bulos sobre la independencia catalana y burdas mentiras sobre el Gobierno francés o el brexit, tiende trampas de ex espía a los presidentes democráticos incautos. Es para todo lo que da su influencia real.

Porque, no nos engañemos: la economía rusa es un desierto nuclear heredado del caos de la imposible URSS. Su PIB nominal, según datos del Fondo Monetario Internacional, suma apenas 1,2 billones de dólares, empatado con España y Australia. Para que se hagan una idea de las proporciones, el PIB de Estados Unidos alcanza los 18,5 billones (15 veces mayor que el ruso), el de China 11,4 billones y el de Japón, 4,7 billones. Y eso que Rusia es un país en el que viven 140 millones de habitantes, lo que se traduce en una economía en la que hay mucha gente pobre y unos pocos amigos (también ex amigos) de Putin muy, muy ricos. En Rusia, según wikipedia, se encuentra el mayor número de multimillonarios del mundo solo por detrás de EEUU. Pero el rublo es mucho menos influyente que el bitcoin.

En cuanto a su poderío cultural, resulta casi inexistente o succiona las rentas de un pasado en el que se invirtió mucho en imagen y poco en economía real: nadie ve su escaso cine, nadie lee y traduce autores rusos si no son los grandes clásicos o los disidentes exiliados, casi nadie estudia ruso fuera de Rusia, ni aún en las antiguas colonias soviéticas. Sus enormes intérpretes de música clásica han emigrado en su mayoría a lugares más cálidos, muchos incluso malviven en las calles de las capitales europeas. Su probado patrocinio industrial del dopaje lo ha expulsado de las competiciones deportivas. Hasta su ajedrez ha envejecido. Los legendarios jugadores de la Rusia de Kasparov, Karpov, Botvinnik y Alekhine han cedido el paso a los nuevos genios de otros países: sólo figuran dos rusos entre la lista de los diez primeros del mundo que encabeza un sueco y dos norteamericanos. Por cierto, el número 2, Fabiano Caruana, estudió con un ruso, pero en Madrid.

A la vista de todo esto, quienes hablan de la Federación como una superpotencia emergente deliran o comen directamente de la mano de Putin. El presidente ruso está satisfecho de que la Unión Europea se encuentre muy atareada intentando no estallar en mil pedazos; por eso favoreció el Brexit e intentó dinamitar Francia ayudando a la ultraderechista Le Pen. Pero haría bien la políticamente inoperante Unión Europea en mirar un poco por el retrovisor a un incómodo vecino al que, si no se obliga a ocupar el lugar que le corresponde ?ni más ni menos? va a terminar dando más problemas que los que alimentó en Ucrania y Siria, que no es poco. Y mucho más cerca de casa.