El turista y los diez errores sobre el percebe

Pedro Armas PROFESOR DE LA UDC

OPINIÓN

ANA GARCIA

13 ago 2021 . Actualizado a las 09:18 h.

Turistas que sepan sobre el percebe debe haberlos, pero hay que dar con ellos, como con los percebes. La mayoría de los turistas se los come, los paga bien y presume de haberlos comido. El turista medio comete diez errores sobre el percebe, que conviene aclarar para que el próximo verano repita con conocimiento de causa. Piensa que el percebe es un molusco, cuando es un crustáceo, más cercano al santiaguiño que al mejillón. No comprende cómo puede estar a 125 euros el kilo en lonja, pero comprende menos que le cobren el triple en la vieja fábrica de salazón rehabilitada para convertirse en un restaurante chic.

Ha visto documentales en los que se muestra a los percebeiros jugándose la vida en el límite del bien y del mal, para apañar, con ferrada y trueiro, una materia prima de primerísima calidad. Si acaso valora la relación calidad-riesgo, pero no la relación calidad-precio. No sabe que se han reabierto algunos pósitos en verano para aprovechar el buen tiempo, las mareas y la demanda, intentando salvar otro año de pandemia. Come percebes hasta el final del verano, pues aún están en sazón, pero desconoce que el mejor mes para comérselos es marzo; quizá programe una escapada invernal para degustarlos. Se cree que todo el percebe viene de la economía sumergida, lo cual solo es cierto en cuanto a que hay que sumergirse para apañarlos.

Se molesta si aquí le cobran bien por unos percebes cortos, gordos y negros, que huelen a algas, y sin embargo paga de más en otros lares por unos percebes largos y claros, sin saber que los primeros son sabrosos percebes de sol de la Costa da Morte y los segundos son insípidos percebes de sombra de la costa de Marruecos. Se molesta por los restos de roca de la base del pedúnculo, cuando el percebe casi es parte de la roca a la que se fija para defenderse de los envites de las olas, y por los restos de coral rojo en la cabeza nacarada, que, además de decorativos, son signos de haber crecido en un medio marino libre de contaminación.

Piensa que se los sirven tapados con un trapo para ocultar el producto, cuando se hace para que permanezcan tibios. Le parece poco higiénico que se los hayan cocido en agua marina, cuando les da un sabor más intenso. Decapita bruscamente al percebe, que le devuelve un último chorro hacia sus bermudas de marca, cuando consiste en sujetar la cabeza con una mano, rasgar la piel justo debajo de ella con la uña del pulgar de la otra y dar un giro medido a ambas manos en dirección contraria. Se trata de succionar la carne del pedúnculo, pero hay que hacerlo bien.