Horizonte de fentanilo

OPINIÓN

Muhammad Zulkarnain

30 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Ni con la mano colocada a modo de visera sobre la frente. A cada vez más gente le cuesta distinguir su horizonte, oculto tras una bruma de precariedad e incertidumbre.

El horizonte. Ese tiempo, por un lado, futuro, en el que se entrelazan los deseos y los temores, las aspiraciones y las expectativas, está siendo eclipsado por una enorme máquina, cuyo combustible es la codicia, que está excavando el suelo ante nuestros pies. Un tiempo, por el otro lado, pasado, en el que los recuerdos tratan de no ser engullidos por el olvido y que, mientras nos alejamos de él, se hace más deseable que el tiempo al que nos encaminan.

Encaminan con orejeras a quienes están estudiando porque, como decía Paulo Freire, no podemos esperar que las clases dominantes desarrollen una forma de educación que permita a las clases dominadas percibir las injusticias de forma crítica. Así, un sistema educativo, en tantos aspectos obsoleto, no solo no fomenta una actitud crítica ni potencia las naturalmente diferentes aptitudes del alumnado, sino que es un adiestramiento homogeneizador hacia una actitud de resignación a un mercado laboral en progresivo deterioro.

Y a quienes están trabajando, o lo intentan desesperadamente, porque no hay gobierno que se atreva a oponerse al sacrificio de la dignidad en las condiciones laborales en el altar de la competitividad que, en este contexto, es otro sinónimo de «lucro indiscriminado».

Indiscriminado porque no atiende a sus efectos sobre las personas, la comunidad, la especie, el medio ambiente y, consecuentemente, sobre el propio sistema económico que, así, se autofagocita. Como dice el filósofo Franco Berardi, «el Capital ya no recluta a las personas, sino que compra paquetes de tiempo separados de sus portadores, ocasionales e intercambiables». Que se lo pregunten a quienes reparten comida en bicicleta, los «riders», que han de vender su arriesgado tiempo entre el infernal tráfico urbano en una subasta a la baja si quieren acceder, como mucho, a un infrasalario.

Quienes idean, aplican y permiten estas condiciones laborales deben creer —tal vez saber, en mi inocencia— que su descendencia está eximida de este mercadeo laboral infame.

No es extraño, como decía Mark Fisher en el artículo anterior, que el estrés, la ansiedad y la depresión se propaguen como una plaga devastadora. En este contexto de precariedad «la depresión se presenta como necesaria e interminable: las superficies glaciales del mundo de un depresivo se extienden a todos los horizontes imaginables».

Hace bastante años que la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió del preocupante incremento de la incidencia de trastornos mentales en todo el mundo. Según el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM) suponen “la causa más frecuente de enfermedad en la Unión Europea, por delante incluso de las enfermedades cardiovasculares y del cáncer», con un impacto en la vida de las personas «superior al generado por enfermedades crónicas como la diabetes, la artritis o las patologías respiratorias».

Desde la psicología clínica solemos referirnos a la depresión, por ejemplo, con expresiones como «baja tasa de gratificaciones» (y no tanto materiales como emocionales; esto es, tiempo para establecer, desarrollar y cuidar vínculos personales), «indefensión aprendida» (comprobar que hagas lo hagas vas a sufrir), «déficit motivaciona» o «administración de inhibidores de recaptación de la serotonina». Expresiones que no aportan mucho a quienes padecen una realidad que se define mejor como la ausencia de un horizonte que da sentido a la vida. Ausencia que, por otra parte, está nutriendo a un ejército de zombis que vaga sin rumbo o intenta escapar por salidas de emergencia a ninguna parte. Muchas de ellas, las salidas, estupefacientes.

Como los opioides de moda. Por ejemplo, el fentanilo: un narcótico opioide sintético 100 veces más potente que la morfina y 50 que la heroína. En Norteamérica está causando estragos y se ha convertido en un problema de salud pública de primer orden (es la causa más común de muertes por sobredosis en Estados Unidos). Y en Europa, como casi siempre, vamos detrás. Hace tiempo que han saltado las alarmas ante el fuerte incremento del consumo con prescripción  y, particularmente, de la producción y distribución ilegales de esta droga que se llevó por delante a aquel artista antiguamente conocido como Prince y a Tom Petty, entre otros.

Si quienes padecen la presión de un sistema sin piedad no pueden ver su horizonte, y quienes protegen dicho sistema para su beneficio particular no quieren ver el horizonte que están armando, cómo será el horizonte de quienes nos suceden.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.