Poco nos pasa, pero lo «mejor» está por llegar

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

18 ago 2022 . Actualizado a las 11:17 h.

¡Cómo que crisis! Las crisis no son más que pretextos para imponer una agenda progre de igualdad y sostenibilidad. Y para que los vagos reclamen paguitas y los gobiernos socialcomunistas lo aprovechen para comprarles sus votos. Los que lo pasan mal siempre, no solo en las supuestas crisis, son los que no se han esforzado lo suficiente en la vida. ¡«A ver estudiao» emprendimiento!

Con la excepción de cuando hay un gobierno socialcomunista. Entonces los que lo pasan mal de verdad son los «españoles de bien», la España que madruga y rehúye los impuestos (y los elude) porque se pagan la sanidad, la educación, los peajes, etc. con las stock options, las primas, las comisiones y/o el sobresueldo obtenido del infrasueldo de los subempleados, entre otras técnicas de «ingeniería financiera». Sufren porque les expropian sus bienes con impuestos confiscatorios usados para financiar una política clientelista de chiringuitos y regalar vida decente a chusma improductiva. Lo único que debería pagar el Estado es la policía y los jueces; para encerrar a los desharrapados que no se conforman con lo que el (infra-)mercado laboral les ofrece y amenazan la integridad del patrimonio de la gente bien.

Y es que solo los pocos españoles de bien que quedan tienen amor propio. Todos los demás, rojos y paniaguados, no encuentran satisfacción en procurarse una vida digna, confortable incluso, con el sudor de sus frentes de menos de dos dedos. Prefieren la caridad de papá Estado. Claro.

Igualdad y sostenibilidad. Igualdad para el que se la merece. Las mujeres, por ejemplo, deben entender que la igualdad no la puede imponer un gobierno. Y menos con chiringuitos morados y arcos iris, llenos de amiguetes enchufades. No solo no están rompiendo el techo de cristal, sino que las están encerrando en una urna de cristal: los hombres, verdaderos maltratados por este gobierno socialcomunista, ya no pueden ni mirarlas sin pedir permiso por escrito.

Y los pobres deben saber que no se harán ricos rechazando trabajos (aunque sean abusivos), afiliándose a sindicatos o haciendo huelga porque no se respetan sus derechos ni los convenios, porque les obligan a trabajar en negro o porque pierden poder adquisitivo; así solo empobrecerán al país. Los pobres dejarán de serlo cuando se pongan a trabajar de verdad en un mercado competitivo y dejen de aspirar ser funcionarios, que sobran, por cierto. La igualdad no se regala, hay que ganársela echándole cojones.

¿Y la sostenibilidad? La sostenibilidad se autorregula, porque depende del mercado, que ha demostrado que se autorregula ¿verdad? Lo del cambio climático es otro cuento, como las pandemias: son planes de control social para recortar libertades y tenernos encerrados como en Corea del Norte o Cuba. El clima siempre ha tenido ciclos y ahora toca calor. Como cuando íbamos a clase, con más de 40 españolitos a más de 40 grados. Y nadie se manifestaba por ello; era lo normal. No como ahora, que son la mitad en clase, pero con inmigrantes y niñes trans, y no aguantan estar a 30 grados.

El plan de ahorro energético del gobierno es la nueva cartilla de racionamiento comunista y provoca oscuridad, pobreza y tristeza. Apagar los escaparates por la noche genera inseguridad y espanta el turismo y el consumo. Los incendios son culpa de los ecologistas. Y de los gays, que están muy calientes y provocan incendios por donde pasan (les ha faltado decir). Y la tauromaquia no es maltrato animal, es cultura que hay que subvencionar para protegerla de la amenaza animalista progre.

Ya es suficiente.

Los argumentos expuestos en los párrafos anteriores no son los más disparatados que uno puede encontrar en las redes sociales, en algunos medios y en boca de algunos políticos. Tal vez de los menos groseros. Una colección de prejuicios que se difunden profusamente, al abrigo de una falsedad interesada. Una actitud que está entre las claves de la decadencia y colapso de la civilización occidental. La negación del naufragio mientras nos hundimos. Llegados a este nivel de enajenación, poco nos pasa. Pero lo «mejor» está por llegar.

Porque si la hipótesis de los estilos cognitivos cooperación - egoísmo es verosímil y tenemos en cuenta que la mayoría de la población se encuentra en la zona intermedia, entre ambos extremos, pero puede oscilar hacia uno u otro en función de variables contextuales como las condiciones materiales, la incertidumbre y ciertos discursos, la situación actual empieza a reunir las condiciones para acelerar el proceso de deterioro global. Pues como concluyó mi colega, el psicólogo francés, Serge Moscovici, a finales de los años sesenta en sus estudios sobre influencia social, hay un porcentaje significativo de la población (entre un 8 y un 24% dependiendo de la condición experimental) que se deja arrastrar por la opinión de un grupo minoritario hasta el punto de asumirla, en contra de su propia percepción de la realidad.

Las políticas de negación de la realidad y exclusión social de los Trump (imaginen que vuelve a la Casa Blanca), Bolsonaro, Putin, Salvini, Meloni, Orban, a los que podemos añadir a Ayuso, espolean a quienes priorizan su bien individual a corto-medio plazo y rechazan todo aquello que contraviene sus fabulaciones de supremacismo y discriminación, aunque sea la realidad misma. Y arrastran tras de sí a un importante porcentaje de contrariados. Un tipo de procesamiento cognitivo egoísta (yo y los míos primero, cuanto antes; y los demás que se jodan) que no está para complejidades como valorar las consecuencias a medio-largo plazo del efecto dominó que puede seguir al desmedido calentamiento de los mares, pongamos por caso.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.